Capítulo 1 – Entre la espada y la
pared
“Su saldo es inferior a 2 Euros”.
Otra
putada más. Y es que últimamente iba en caída libre. Acababa de terminar una
llamada en la que me habían dicho que el puesto de camarero por el que llamaba
había sido ya cubierto. Volvía en autobús de una entrevista para un puesto de
auxiliar en una oficina, lamentablemente, mi inglés era poco menos que
inexistente, mi contabilidad nula y en definitiva, tampoco di el perfil. La
situación empeoraba por momentos. Angustia había sentido hacía días, pero ese
era el último. Tras haber agotado el paro y haber dejado la habitación del piso
en el que convivía con otros tres compañeros, me busqué una pensión. Ni quería
ni podía abandonar la gran ciudad en la que me encontraba. Había sostenido una
gran mentira siempre que hablaba con mis padres, tenía un buen trabajo, vivía
bien y bajo ninguna circunstancia quería volver al horrible pueblo del que
venía, donde no me esperaba más que una explotación agrícola. Todo menos
volver.
Pero
estaba con el agua al cuello o más bien en la barbilla y subiendo. No me
quedaba más dinero, aquella noche en la pensión sería la última que me podía
permitir, después no habría un mañana, no había dinero, nada. Me negaba por
orgullo a volver al pueblo con la cabeza gacha y trabajar en una maldita
explotación agrícola. Sólo hacía una semana que había recibido una llamada de
casa para felicitarme por mi 26 cumpleaños y había mantenido la mentira
exactamente en el mismo sitio de siempre, con la esperanza de que me saliese
alguno de los trabajos a los que había mandado el currículum, pero nada de
nada.
Tras
comprobar que ninguna anciana se había subido al autobús en la parada en la que
nos encontrábamos, continué leyendo el periódico que había recogido al entrar.
Buscaba con desesperación algún tipo de anuncio ofreciendo empleo, pero con
poca suerte. Todo lo que había requería titulaciones a las que yo no podía ni
aspirar a soñar algún día, o experiencia que se me negaba reiteradamente.
Deprimido pasé de página y me encontré con la sección de contactos. Con el
único afán de hacer más ameno y llevadero los por lo menos veinte minutos que
quedaban hasta mi parada empecé a leer anuncios como “Mujer madura busca hombre joven para relación seria”, o “Hombre cariñoso busca esposa”. Sin
embargo uno me llamó poderosamente la atención: “Se ofrece alojamiento para chico de 18-25 años, todos los gastos
pagados” acompañado de un teléfono de contacto.
Note
como se me aceleraba el pulso. Miré a mi alrededor como buscando encontrar alguna
mirada. Pero la gente seguía embutida en sus pensamientos. Pensé que se
trataría de alguna especie de broma o algo, no podía creerme ese anuncio por
más veces que lo leí. Pero era real. Decidí bajarme en la siguiente parada.
Pese a estar aún lejos de mi destino, preferí no ir en un autobús. Iba a
llamar, estaba decidido, no podía dejar pasar esa oportunidad y ya que mi saldo
era casi inexistente no podría permitirme realizar dos llamadas si se me
cortaba la primera.
Al
bajarme dos chicas preciosas me hicieron un guiño, mi respuesta fue una sonrisa
y un vistacito a su trasero, por un instante pensé en subirme de nuevo al
autobús, pero tenía problemas más importantes que resolver antes de irme de
ligue, aunque he de reconocer, que faltó poco, me perdía una sonrisa bonita, y
siempre o casi siempre, tenía éxito con las chicas. Caminé unos metros y di con
un pequeño parque urbano, muy tranquilo con bancos poblados de gente mayor
dando de comer a las palomas y leyendo el periódico con sus aburridos perros a
sus pies. Elegí uno vacío y me senté. Tecleé el número, que parecía pertenecer
a un terminal fijo y descolgué. Al sexto tono sin respuesta me planteé colgar
pero en ese momento una voz masculina me contestó.
-¿Si?.
-Hola… buenas – dije un poco
nervioso – he visto su anuncio en el periódico, que ofrece alojamiento.
-Ah, sí, sí…
-Yo es que tengo 26 años no sé
si... le importa.
-Bueno haríamos una excepción, y
no me trates de usted joder, que no soy mayor – dijo con tono afable.
-Perdone, per... perdona –dije
poniéndome más nervioso.
-Vale, ¿te has fijado dónde está
publicado el anuncio? – me preguntó.
-Eeeh, sí, sí – dije leyendo la
palabra “Contactos” – ¿de qué va esto?.
-Mira, ofrezco alojamiento, y
todo pagado, pero a cambio de algo, lógicamente.
-Bueno,… vale te escucho – dije.
-Serás mi esclavo para todo, a
nivel doméstico; es decir, cualquier tarea típica como cocinar, limpiar, y
demás; y también sexual sin ninguna limitación. Saldrás sólo cuando yo te lo
permita, estarás siempre atado y dispuesto a lo que yo quiera, sea lo que sea.
En
ese momento hubo un larguísimo silencio. Estaba tratando de digerir toda la
información que contenía esa frase.
-Si quieres seguir… - dijo mi
interlocutor rompiendo el silencio.
Mi
mente se había quedado paralizada. Con la vista clavada en una paloma que
picoteaba unas migas de pan traté de recuperar la voz.
-Pero… si tengo que salir a
trabajar, o algo… -dije sin haber asimilado aun, ni la mitad de lo que acababa
de escuchar.
-Te lo permitiré – dijo sin más.
-Bueno es que no sé… - dije
pensando en mi precaria situación.
En
unas horas estaría en la calle, por lo
que estaba durando la conversación no tendría dinero ni para llamar a mis
padres.
-Mira… esto… ¿cómo te llamas? –
me preguntó.
-Guillermo.
-Yo soy Gustavo. Mira Guille, ¿te
puedo llamar Guille?.
-Sí, por supuesto –dije pensando
que era realmente como me llamaba todo el mundo.
-Verás, lo mejor es que vengas a
mi casa y te enseñe de que va realmente esto, y por supuesto, el que sería tu
cuarto, sin compromiso de ningún tipo, si no te mola, te vas, sin ningún
problema ¿te parece? – dijo continuando con un tono afable que inspiraba
confianza.
-Vale, sí, será lo mejor – dije
desviando mi mirada de las palomas a mis zapatillas.
Me
dio su dirección. Necesité de algunas señas para aclararme y saber exactamente
dónde estaba. El gran tamaño que tenía esa ciudad unido a mi incapacidad para
recordar nombre de calles hizo que me costase algo entender las señas, pero por
fin creí saber dónde era. Estaba a cuatro paradas de metro de donde me
encontraba. Le dije que iría a lo largo de la tarde, aunque en realidad mi
intención era ir lo antes posible. La angustia de quedarme en la calle me
estaba comiendo por dentro y quería ver exactamente qué era lo que Gustavo
ofrecía.
A
dos calles de la parada de metro junto a un supermercado, el portal 88, eran
las indicaciones, sexto B. Toqué el timbre y enseguida la misma voz con sonido
telefónico que había escuchado, sonó de nuevo. Me identifiqué y la puerta se
abrió. El edificio era algo antiguo, pero lo suficientemente moderno como para
estar dotado de ascensor, cosa que agradecí, ya que eran seis plantas. Toqué el
timbre de la puerta bajo la letra “B”. Un clásico “ding dong” me hizo recordad
mi casa, mi familia, pero ahora no quería ni pensar en eso. Un corpulento
hombre de no más de uno noventa, castaño y que debía contar con unos 32 o 33
años me abrió la puerta. Su indumentaria era del todo normal, unos vaqueros muy
gastados más blancos que azules con algunos rotos, una camiseta roja ajustada y
sin más en sus pies que unos pulcros calcetines blancos.
-Hola – dije un poco tímido.
-Hola, vaya es mi día de suerte,
que guapo eres –dijo mirándome de arriba abajo y quedándose con sus ojos
marrones clavados en los míos- además no aparentas tener 26, apenas te echaría
22 como mucho
-Eh… vaya, gracias – dije
cortado.
Era algo que
me pasaba con frecuencia, mis ojos azules atraían muchas miradas, unido a mi
melena rubia y mi aspecto aniñado eran rasgos que me facilitaban enormemente la
vida con las chicas. El aspecto me había hecho tener que mostrar mi carnet de
identidad a más de un portero de discoteca muy pocos años atrás. Además de ser
bastante presumido y gustarme ir bien vestido, aunque últimamente iba algo más
descuidado. Sin embargo, recibir ese tipo de cumplidos de hombres todavía me
costaba asimilarlo, aunque tenía buenos amigos gays a los que sabía de sobra
que les gustaba. En más de una ocasión había declinado la oferta de chicos que
querían hacerme una mamada, pero a parte de no molarme en absoluto la idea,
nunca me habían faltado chicas para tal menester.
-Pasa, no te quedes ahí hombre –
dijo apartándose.
-Gracias – dije entrando en el
piso.
Estaba
decorado de forma muy moderna, olía bien y parecía amplio. Las paredes estaban
pintadas en tonos pastel, la iluminación era alógena y el suelo era de parquet.
Teniendo en cuenta la edad del edificio me di cuenta que el piso había sido
reformado hacía más bien poco tiempo.
-Ven, voy a enseñarte la que
sería tu habitación, así te harás una idea exactamente de por dónde voy. Si te
asustas y quieres salir corriendo no te preocupes, no me molestaré, ya me ha
pasado alguna vez jejeeje.
-Jejeje, bueno intentaré no huir
– dije un poco asustado.
Caminé
detrás de él. Era algo más alto que yo y caminaba con firmeza. Pasamos junto a
algunas puertas cerradas hasta que llegamos a una que tenía una cerradura.
Rebuscó en su bolsillo, extrajo un pequeño llavero y seleccionó la llave que
abría. Entró en ella dejándome frente a la puerta y pude ver lo que había en ella.
Una cama muy grande con aparatosos enganches metálicos en las esquinas, así
como cabecera y pies, con una funda negra únicamente sobre un delgado colchón,
un potro parecido a los que había en los gimnasios de los colegios, solo que
con más enganches metálicos en las patas; y lo que más impresión me causó una
pequeña jaula. La estancia estaba iluminada por una ventana con un estor
amarillo a medio bajar, que contrastaba con el gris claro de las paredes. Había
otra dependencia separada por una puerta abierta. Por los azulejos que se veían
parecía ser un cuarto de baño. Sin embargo mi mirada no se separaba de la
jaula.
-Jejeje, bueno al menos no has
salido huyendo, no te preocupes demasiado por esta –dijo sentándose sobre ella,
ya que apenas mediría un metro –es solo para los chicos malos, y tu preciosa
cara no dice eso de ti.
Me
sonrojé un poco. Parecía como si mi cerebro se hubiese empeñado en no recordar
las palabras de Gustavo de que sería su esclavo doméstico y sexual. Sin embargo
en esa habitación estaba perfectamente ilustrado a lo que se refería aquel
pintoresco casero.
-¿Estás bien? –me preguntó –
pareces ido.
-Eh, no, sí, sí, es que… me ha
sorprendido todo esto –dije tratando de aterrizar.
-Mira, yo no te obligo a nada,
¿vale?, esto es lo que hay y esto es lo que ofrezco. Si quieres puedes darte
una vuelta, te lo piensas, lo meditas bien, si no quieres venir y pasar de mí
lo entenderé, si por el contrario quieres quedarte puedes ir a buscar tus
cosas.
-Yo es que… -dije mirando al suelo completamente
desolado.
-Te escucho –dijo con su tono
afable.
Llevaba
días vagando de entrevista en entrevista. Seguía sin conocer a nadie a parte de
algún ex compañero de trabajo, y mis antiguos compañeros de piso tenían
horarios tan dispares que rara vez coincidíamos, con lo que no tenía confianza
con nadie en aquella ciudad. Necesitaba soltarlo aunque fuese a ese tipo.
-Mira, te seré sincero, no
encuentro nada, estoy sin trabajo, sin dinero, no puedo volver a casa y no
tengo donde ir… -miré a mi alrededor- ¿hasta dónde debo llegar?.
-Ya lo estás viendo, y además te
lo dije bien claro por teléfono…
-¿Y podría renunciar algún día en
caso de querer irme? – pregunté.
-Por supuesto – dijo sin más.
-Claro…
-Pues esto es lo que hay, tu
alternativa no parece fácil, y los puentes por la noche son bastante incómodos
por eso de no tener paredes –dijo con una mueca y mostrando media sonrisa-.
Créeme, no eres el primero que pasa por aquí y en tus mismas condiciones.
No
tenía opción, había llegado a la misma conclusión que yo. Era aceptar eso o
irme a la puta calle. Incluso tendría que mendigar para conseguir unas monedas
de querer llamar a mis padres, ya que la conversación con Gustavo había dado
prácticamente al traste con el poco saldo que me quedaba y ya ni podía llamar
por mi móvil.
-Bueno… pues…. acepto –dije nada
convencido.
-Como quieras, ¿tienes que
recoger algo? –me preguntó caminando hacia mí.
-Eh, sí, sí, un macuto, que me
guarda un amigo –dije no muy convincente.
-Jejeje, si tuvieses a alguien
aquí no estaríamos hablando aquí y ahora, ¿no crees? –dijo poniéndome la mano
sobre el hombro y haciendo que caminásemos juntos hacia la puerta.
-Si… es cierto.
-No te preocupes. Vamos, tengo
que explicarte algo más todavía.
Caminamos
hasta la entrada. Se separó de mí y se dirigió a un baúl que había junto a la
puerta, al lado de un mueble de entrada con un espejo. Quedaba perfectamente
disimulado, ya que parecía parte de la decoración del piso. Tenía un discreto
candado negro en el pasador pero estaba abierto. Gustavo se agachó y quitando
el candado lo abrió. Me asomé tímidamente y vi que era muy grande, sin embargo
no estaba vacío. En el fondo y había cuatro correas de cuero, un collar y cinco
pequeños candados, todos ellos abiertos. Mi cara de sorpresa me delató.
-Ya te dije que estarías siempre
atado y a mi disposición –dijo con seriedad –con estas correas podré atarte a
la cama o al potro que has visto, entre otras cosas. Lógicamente no me refería
a tenerte atado a una cama el día entero, pero las correas deberás llevarlas atadas
siempre.
-Entiendo –dije un poco asustado,
aunque con un deje de alivio, tras la aclaración.
Por
alguna razón también había olvidado la parte de la conversación telefónica con
Gustavo en la que me decía que estaría permanentemente atado. Mi cerebro parecía
negarse tercamente a aceptar la realidad ante la que me encontraba.
-Bueno te explicaré el
funcionamiento de esto. A modo de fianza, por decirlo para que se entienda, la
primera semana no te dejaré salir, tienes que entender que trato de evitar
jetas que vengan a pasar una noche y se piren. Me ocurrió una vez y me prometí
que no volvería a pasarme.
-Lógico, si –dije pensando en que
no tenía ni trabajo ni dónde ir.
-Bien, sin embargo, después de
eso podrás salir, buscar trabajo, si lo encuentras trabajar, pero siempre que
vengas aquí, te desnudarás por completo y dejaras toda tu ropa en el baúl, te
pondrás las correas y lo cerrarás, esté yo aquí o no, sólo podrás salir cuando
yo te lo autorice, ya que evidentemente no vas a salir con eso por la calle y solo
yo tengo las llaves de esos candados. Además dudo que encontrases trabajo de
esa guisa –dijo riéndose.
-Claro claro, sí, tienes toda la
razón – dije en tono condescendiente y forzando una más que falsa sonrisa.
-Por otro lado la primera semana
también será de prueba, si no me convences, tendrás que irte, a todo esto,
¿sabes cocinar?.
-Sí, bueno, sé hacer algo, me
defiendo –le dije algo extrañado.
-Bien, me alegro, el último casi
me quema la cocina.
Me
resultó extraña la pregunta, pero recordé que me había dicho por teléfono que
tendría que servirle en todo y hacer la comida sería una de las tareas. Gustavo
me abrió la puerta y nuevamente me puso la mano sobre el hombro, clavando sus
ojos en los míos.
-Te lo habrán dicho mil veces,
pero qué ojos tan bonitos tienes.
-Gracias, sí, alguna vez me lo
han dicho –dije soltando una sonrisa nerviosa.
-Puedes irte a por tus cosas, ven
cuando quieras, te esperaré hoy. Si te lo piensas y decides no volver, lo
entenderé, si vuelves, has de saber que voy muy en serio y puede que no te
trate con tanta amabilidad.
-Claro, entiendo.
Salí
sin mirar atrás. La puerta se cerró a mis espaldas y bajé a la calle. Me sentía
aturdido del todo. Había visto más de lo que podía asimilar. Había más de media
hora a pie hasta la pensión donde tenía mis cosas, pensé en coger el transporte
público y exprimir del todo el bono de viajes, pero finalmente me decanté por
caminar. Quería pensar en todo lo que había visto y oído. La cama con arneses
me asustaba, también el potro, pero ni la cuarta parte de la jaula que si bien
era cierto, Gustavo me había asegurado que solo era para castigos. Sin embargo
era un techo y un lugar donde pasar la noche, o las siguientes noches ya que
estaría obligado a pasar mínimo una semana encerrado, pero la alternativa era
la calle, y en esa ciudad las noches no eran demasiado seguras para un chico
con mi aspecto.
En
cuanto llegué a la pensión comencé a recoger toda la ropa que tenía que era muy
poca, y casi toda sucia, y a guardarla en el macuto.
-¿Tienes pensado volver? – me
preguntó la oronda señora de recepción.
-No, de momento no –dije ton tono
triste.
-Bueno, espero que hayas estado a
gusto, si quieres volver, sabes dónde estamos –dijo recogiéndome la llave.
-Claro, hasta otra –dije forzando
una sonrisa.
No
me apetecía cargar con el macuto por media ciudad así que opté por coger el
metro y sentarme. Coloqué el macuto entre mis pies y me quedé con la mirada
fija en él. Pero no estaba ahí. Me sentía como si fuese al matadero. Por si
fuera poco la última advertencia de Gustavo me había dejado aún más inquieto y
nervioso, iba en serio y no me trataría con tanta amabilidad. Pero seguía sin
tener donde ir más que a su casa y esa extraña habitación. Volver al pueblo, a
pesar de lo que había visto esa tarde, seguía sin ser una opción. Tuve un
momento de optimismo, pensando que quizás encontrase trabajo en un par de
semanas y pudiera irme de nuevo a una pensión o a un piso, pero todo estaba muy
mal y volví a hundirme anímicamente en cuanto recordé que la primera semana
también sería de prueba para mí. Si no le convencía, me iría igualmente a la
calle.
Completamente
desolado salí en la parada correspondiente y caminé hasta el portal de Gustavo.
Toqué al timbre y gustoso me abrió la puerta. Fui todo el recorrido arrastrando
la mirada por el suelo como en buscas de alguna solución, o de un billete de 50
Euros, que me hubiesen dado un par de días más de margen, pero nadie descuidó
tal cantidad de dinero. Una vez frente a la puerta que no hacía ni dos horas
que había atravesado toqué el timbre. De nuevo el “ding-dong” me transportó a
mi casa, pero por pocos segundos.
-Hola Guille – dijo Gustavo
abriendo la puerta.
-He vuelto –dije forzando una
sonrisa.
-Ya veo… pasa – dijo apartándose.
Entré
y noté cómo la puerta pasaba a escasos centímetros de mí y se cerraba. El
sonido retumbó en mi cabeza, era algo más que una puerta de un piso cerrándose,
era también la puerta hacia mi libertad que iba a permanecer cerrada los
siguientes días, ya no había vuelta atrás.
-¿Empezamos? – preguntó Gustavo
abriendo el baúl.
-Si… por supuesto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario