Buscando amo desesperadamente
Me
encontraba solo, triste, echaba mucho de menos a mi amo, que se había mudado
por motivos laborales a una lejana ciudad dejándome abandonado como a un perro,
como el perro que de hecho era. Me habría ido con él si me lo hubiese pedido,
pero no fue así. A mis 26 años había experimentado lo que era ser sometido y
utilizado, y me encantaba, hasta el punto de ser un adicto, no podía vivir sin
sentirme propiedad de alguien, alguien a quien dar placer, servir, obedecer y
complacer sin pega alguna.
En
intentos a la desesperada de conseguir un nuevo amo había entrado en chats
temáticos bajo el sobrenombre de “Buscoamoserio”.
Curiosamente, y aunque yo abría privados, no tardaban en aparecerme ventanas de
amos que ofrecían caña, aunque desde el principio desconfiaba, pues entiendo
que un amo experimentado no debe buscar a su perro, si no su perro al amo, es
de pura lógica, sin embargo y tras hablar con algunos, llegué a quedar con dos,
pero no era más que vulgares tíos, que aunque sí, eran activazos, lo único que
buscaban era una boca y un culo al que follar y dar la patada después, y me
estaba empezando a cansar de tantas patadas.
Un
día, me encontraba en casa hojeando un periódico local de anuncios, necesitaba
cambiar mi coche y sólo tenía presupuesto para uno de segunda mano, así que
pensé que quizá algún particular vendiese algo que me pudiera interesar, pero
no fue así. Sin embargo, como casi siempre que buscas algo, encuentras otra
cosa, echando un vistazo a la sección de contactos encontré un anuncio que
ponía: “Amo cabrón busca perro adiestrado”,
acompañado de una dirección de correo electrónico.
Al
leerlo se me iluminó la cara, era lo que con tanto desatino había estado
buscando, aunque tenía mis reservas. Corrí a sentarme delante del ordenador y
tras meter su dirección en el destinatario le escribí un breve correo:
“Hola Amo, he visto su anuncio en la sección
de contactos del periódico de anuncios locales. Soy un perro sumiso y obediente
que anhela encontrar amo, estoy a su entera disposición”.
Le
di e enviar y me olvidé. Salí a dar una vuelta con mis amigos, y cuando llegué
por la noche consulté el correo, y ahí estaba la respuesta, aunque escueta, muy
clara:
“Preséntate”.
A
pesar de la simpleza del mensaje lo releí un par de veces. No sabía muy bien a
qué se refería con eso, pese a todo piqué en el botón responder y escribí:
“Me llamo perro, o como usted prefiera
llamarme, tengo 26 años recién cumplidos, mido 181 centímetros, mi polla 18,
tengo el pelo liso castaño y los ojos verdes. Estoy depilado entero y podría
decirse que mi cuerpo es atlético. Mis límites los pone usted.”
Aunque
tenía límites preferí no ponérselos en el correo, ya que como no sabía sus
gustos prefería decir nada. Le di a enviar y me acosté.
Pasaron
los días y no obtuve respuestas, me formé la idea de que quizás mi presentación
había sido deficitaria o no era lo que el amo buscaba así que me lancé a buscar
amos por chats, aunque de nuevo sin éxito. No obstante, el viernes de aquella
semana cuando estaba a punto de irme a la cama, consulté el correo, con pocas
esperanzas, sin embargo la sorpresa fue que había un mensaje del amo y decía
así:
“Sábado 2, a las 5 de la tarde, Polígono
industrial Sur, Calle la Nueva, garaje 23”
Miré
el calendario que tenía sobre la mesa, a la derecha del monitor. Esa fecha era
al día siguiente. Me fui a la cama ilusionado, quizá éste fuera el definitivo,
al menos no era chuparle la polla a un tío en un servicio, como la última vez.
Aquel
día los minutos parecían días y las horas meses, pero finalmente llegó el
momento de prepararme para irme, me vestí informal y fui caminando hasta el
polígono, que me quedaba a pocos minutos de casa. Tardé un rato en encontrar la
calle, el lugar era muy grande aunque al ser sábado por la tarde estaba
prácticamente desierto. La calle en cuestión estaba poblada por una hilera de
puertas que bien podían ser de garajes o de guardamuebles. Cuando llegué al 23
llamé a la puerta con los nudillos, y esta se abrió. Creí que me habían
abierto, pero no tardé en comprender que fui yo el que la empujó al llamar.
-¿Hola? – dije tratando de ver en
el interior.
No
obtuve respuesta, empujé la puerta y las bisagras chillaron pidiendo ser
engrasadas. Miré a ambos lados de la calle y me decidí a entrar.
-¿Hay alguien?.
En
cuanto mis ojos se acostumbraron a la tenue luz que se colaba por la puerta vi
que había un gran vehículo aparcado frente a mí. Parecía una furgoneta de
tamaño medio con algún distintivo en la puerta que no era capaz de ver. Me
llamó la atención algo en el limpia parabrisas, tenía una hoja doblada a la
mitad que ponía la palabra “Léelo”.
Miré
alrededor, no había nada más allí salvo una rueda vieja, un abollado bidón de
aceite sin tapón y la furgoneta que tenía enfrente. Cogí la hoja con cuidado,
la desdoblé y descubrí que había una nota escrita a mano. Me acerqué a la luz
para poder leerla.
“Si has decidido venir, vete. Vete si no
estás seguro de querer seguir, si lo estás, deberás saber que te daré caña. Sube
a la parte de atrás de la furgoneta, encontrarás ahí tus instrucciones. Tanto
si te quedas como si te vas, cierra la puerta por la que has entrado”.
Aunque
por un instante me lo pensé, mi polla no veía el momento de entrar en aquella
furgoneta, el morbo me podía y desde luego este no tenía nada que ver con los
últimos tipos con los que me había encontrado. Cerré la puerta y todo quedó
completamente a oscuras, a pesar de filtrarse algo de luz por las rendijas de
la gran puerta por la que sin duda había entrado el vehículo que me acompañaba no
se veía absolutamente nada.
Busqué con las
manos la furgoneta, fui palpando hasta la parte de atrás, y tras encontrar el
tirador conseguí subirme a bordo. Me asusté cuando la puerta se cerró tras de
mí de golpe, aunque tenía un tirador para abrirla desde el interior que no dudé
en probar, quedándome algo más tranquilo al ver que funcionaba.
Dos
diminutas luces de similar potencia a la de cualquier maletero de coche
iluminaban el espacio destinado a carga de la furgoneta. Creí que estaba vacía
hasta que reparé en un cajón metálico en un lateral, con otra hoja en blanco
doblada a la mitad sobre él, sin nada escrito. La curiosidad me pudo y desdoblé
la hoja, otro manuscrito apareció ante mí, lo acerqué a una de las paupérrimas
luces y lo leí.
“Dentro del cajón encontrarás un candado
abierto y unas esposas, deberás quedarte en ropa interior y meter todo lo demás
en el cajón que cerraras con el candado. Después irás al fondo de la furgoneta
y pasarás las esposa por el barrote soldado y te las pondrás”.
Lo
leí hasta tres veces tratando de entender bien las instrucciones, miré al fondo
y pude ver cómo había un barrote curvado y soldado a la pared que separaba la
cabina de la zona de carga del vehículo.
Podía
irme, nada me lo impedía, sólo tenía que salir de ahí y alejarme, pero si el
amo se había tomado tantas molestias quizá fuese lo que estaba buscando de
verdad. Abrí el cajón y tal como ponía en la nota me encontré con el candado y
las esposas. Los saqué, me quité la camiseta y la metí de cualquier manera dentro,
a continuación, me agaché y comencé a desatarme los cordones de las zapatillas,
mi conciencia aprovechó para contraatacar, pero pasé de ella, me las quité y
las arrojé al interior del cajón. Me desabroché el cinturón, me saqué los
vaqueros y también los metí dentro.
Cerré
el cajón con el candado, como con prisa, queriendo evitar que mi conciencia
contraatacase, quedando toda mi ropa bajo llave. Cogí las esposas del suelo,
pensé que aún estaba a tiempo de irme de allí, pese a que solo me quedaban los
slips y los calcetines era libre. Fui hasta el barrote, que estaba a media
altura, me até las esposas a la muñeca derecha, las pasé por el barrote
siguiendo las instrucciones y tras unos segundos de reflexión cerré las esposas
en mi otra muñeca.
Esperé
un rato, pero no pasaba nada, me senté en el frío y metálico suelo de la
furgoneta con la esperanza de oír algo, pero nada, nada en absoluto. Tras un
buen rato me empecé a poner nervioso, miré las esposas a ver si estaban bien
cerradas, y lo estaban. Los lamentos por no haber hecho caso a mi conciencia no
tardaron en sucederse.
-EEEEEEEEEEEEEEhhhh – grité.
De
nuevo, el silencio reapareció. Mi polla parecía haberse ido de vacaciones, mi
slip ya no abultaba prácticamente nada, era como si estuviera asustada y se
sintiese responsable de mi situación. Lo era en parte, pero aún así quería
saber a dónde me llevaba todo aquello.
Una
melodía comenzó a sonar, no sabía muy bien qué era ni de donde venía, sin
embargo, lentamente fue subiendo de volumen hasta que comprendí que era mi
móvil, encerrado en la caja metálica, dentro de mi pantalón vaquero. Por la
hora deduje que sería alguno de mis amigos para proponerme algún divertido plan
para aquella tarde de sábado, no obstante, yo ya tenía uno, o por lo menos
creía tenerlo.
Después
de un rato de preguntarme qué coño hacia atado en una furgoneta casi desnudo,
oí un ruido, parecía el de la puerta por la que había entrado al garaje. Miré
al portón y noté cómo este se abría. Apenas vi una silueta, la puerta se volvió
a cerrar. Contra todo pronóstico aquello me tranquilizó profundamente, había
alguien, y ese alguien acababa de poner en marcha el motor.
Me
acomodé, las vibraciones y el movimiento me indicaron que nos íbamos de aquel
lugar, la ausencia total de ventanas hizo que no tuviese ni la más mínima idea
de a dónde nos dirigíamos. Fue un viaje largo, o corto, no sabría decir. Cuando
el motor se apagó, noté cómo, el que debía ser mi nuevo amo bajó del vehículo.
Durante un rato no pasó nada, sin embargo se colaba más luz por las rendijas de
las puertas. Estábamos en pleno verano y los días duraban mucho, así que no
debían ser más de las 9 y media de la tarde, o no habría luz, eso o estábamos
en algún garaje muy iluminado.
No
tardé en comprobar que aún era de día, pues la puerta se abrió y sol, ya bajo,
me pegó directamente en la cara, de nuevo la silueta entró.
-Hola perro.
-Hola – dije tímidamente.
Era
grande debía medir más de uno noventa, bastante corpulento, y por su voz deduje
que no era muy mayor. Se acercó a mí, manipuló las esposas y me las quitó.
-Levanta – me ordenó – ven
conmigo.
Me
puse de pie y le seguí, bajó de la furgoneta, pude ver que estábamos en una
zona de campo, con vegetación, en cuanto puse los pies en el suelo me alegré de
haberme puesto calcetines a pesar del tremendo calor que hacía, pues estaba
compuesto por maleza y pequeñas y molestas piedras. Seguí al amo y pude ver que
habíamos parado frente a una casa algo vieja y descuidada de una sola planta.
Me fijé en el cogote del amo, tenía el pelo moreno, más bien corto, le calculé
unos 30 años más o menos.
Subimos
dos escalones, y un pequeño porche precedió a la puerta que íbamos a atravesar.
Una vez dentro, esperaba encontrarme con habitaciones y una distribución normal
para una casa de esas características, sin embargo estaba completamente
diáfana, no había nada, salvo un gran armario, y una vieja cama, todo iluminado
por ventanas cercadas con barrotes, y sin cristales.
-Acércate – me dijo abriendo el
armario.
Me
puse junto a él sumisamente y bajé la cabeza. Sacó una gran cuerda más bien
delgada, aunque parecía resistente.
-Junta las manos – me ordenó.
Las
junté como me pidió y me las ató juntas muy apretadas, incluso hasta dolerme,
pero no me quejé. Aún sobraba muchísima cuerda, no entendía por qué había usado
una tan grande. Sin embargo, la cogió y tiró de ella llevándome hasta la mitad
de la gran habitación que era la casa entera. Hizo algo con la cuerda que me
llamó la atención, levanté la cabeza y vi cómo la pasaba por una gran viga de
madera que había en el techo. Tiró de la cuerda para abajo y mis brazos se
levantaron.
No
dije nada, pero aquello empezaba a no gustarme demasiado, no obstante me limité
a mirar. Se separó algo y comenzó a tirar de la cuerda, era un tipo muy fuerte,
hasta el punto de levantarme en el aire unos pocos centímetros, las muñecas me
ardían, pude observar cómo mis manos se ponían rojas.
-¿Te gusta esto? – dijo el amo
atando la cuerda a un barrote de una de las ventanas.
-Sí amo – dije con un hilo de
voz.
-¿Es que no tienes voz? – dijo
sacado un viejo cinturón del armario.
Se
colocó detrás de mí y me soltó un brutal cintazo en la espalda.
-AAAAAAAAAAAAAAh.
-Pues si que tienes, cuando te
hable te dirigirás a mí alto y claro- dijo soltándome otro gran cintazo.
-AAAAAAAAAAAAAh sí, sí, amo.
-Especifiqué en el anuncio que
quería un perro adiestrado, así que confío en no tener que perder el tiempo en
estos detalles.
-No, no amo, no hará falta, se lo
aseguro –dije con firmeza.
Se
puso delante de mí y me observó de arriba a abajo, hasta que fijó sus negros
ojos en mi paquete, aun tapado por un slip. Me agarró los huevos con sus
enormes manos y me miró.
-¿Cuándo te has corrido por
última vez? – me dijo apretándomelos un poco.
-Antes de ayer – dije un poco
avergonzado.
-Si finalmente te acepto esa
habrá sido tu última corrida en mucho tiempo, que te quede claro – dijo
apretando un poco más.
- Por supuesto amo, lo que usted
diga.
De
pronto me soltó las pelotas y me bajó el slip hasta quitármelo por completo, de
una patada lo alejó.
-Nada de calzoncillos ¿está
claro?.
-Sí amo – dije sin más.
-Vaya tienes unos huevos muy
colgones – dijo con cierto tono de sorpresa.
-Gracias amo.
-¿Cómo has llegado a tenerlos
así? – dijo mirándomelos.
-Fue mi último amo, me los curró
mucho.
-¿Y te gustaba?
-Sí.
Era
totalmente mentira, pero no quería molestar a mi nuevo amo, y pensé que no
sería más que una mentirijilla…
-Casualmente a mí también – dijo
dirigiéndose al armario.
Sacó
dos pequeñas cuerdas y me ató muy fuerte
cada una a un tobillo.
-Encoge las piernas y alza las
rodillas.
Lo
hice tal como me dijo, no sabía qué quería hacer, aunque tener las piernas en
esa posición era muy cansado.
-Veamos… dijo el amo agarrándome
las pelotas.
Levantó
las cuerdas que habían quedado colgando de mis pies y me ató una a los huevos,
yo lo miré asustadísimo, después hizo lo mismo con la otra y se separó para
contemplar. Tenía los pies atados a los huevos y si trataba de bajarlos el
dolor sería sin duda horrible, eso sobrepasaba cualquier cosa que me hubiera hecho
mi anterior amo en los huevos, me había obligado a tener botas, zapatillas
atadas las pelotas y cosas por el estilo, pero nunca nada similar.
El
amo se dio la vuelta y salió de la casa, yo mantenía las piernas encogidas,
pero cada vez me pesaban más, las bajé un poco para probar y mis huevos se
estiraron hacia abajo.
-Ufff – gemí aprovechando que
estaba solo.
Seguí
un rato aguantando hasta que no pude más y bajé las piernas, el dolor fue
horrible del todo, hasta el punto de entrarme ganas de vomitar, las elevé de
nuevo pudiendo descansar del dolor, aunque las piernas ya no me daban más.
Traté
de soportarlo hasta que sufrí un tremendo calambre en el gemelo que me hizo
bajar las piernas ya de por sí doloridas de un fuerte tirón. Lo que desencadenó
mucho más dolor.
-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAhh
– grité desesperadamente - Amooooo por favooor no puedo más.
Unos
segundos de interminable espera y el amo apareció frente a mí con los brazos
cruzados.
-¿No decías que te gustaba esto?
– dijo con total indiferencia.
-No no no amo por favor,
cualquier cosa menos esto, es insoportable, por favor – dije sollozando.
Volvió
a coger el cinturón que estaba en el suelo y me arreó en todo el culo.
-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAh
– grité al estirarme de nuevo.
-Así que me has mentido, solo
tenías que decirme que no te gustaba esto.
Al
terminar de pronunciar esas palabras un nuevo cintazo resonó.
-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAh lo
siento amo, no volverá a ocurrir, lo siento.
Por
fin me desató las cuerdas de los huevos y pude bajar las piernas sin miedo a un
dolor horrible.
-Muchas gracias amo, muchas
gracias.
-Vuelve a mentirme en algo y te
dejo así un día entero –dijo amenazante – y no digas que no tienes límites,
todo el mundo tiene límites, imbécil.
-Es cierto, amo, lo siento, soy
un imbécil.
Por
fin me bajó de la cuerda de la que colgaba,
aunque la dejó pendulante de la viga. Me miré las muñecas que estaba
enrojecidas por haber soportado mi peso y
me quedé mirando al suelo.
-¡A la cama! – dijo el amo
pegándome un empujón.
Fui
a la cama, tenía barrotes metálicos en el cabecero y pies, estaba vieja, un
colchón lleno de sospechosas manchas era lo más cómodo que parecía poseer, y
era bastante grande. Me senté en ella, el amo fue al armario y extrajo de él
una serie de cuerdas, similares a las que ya había visto.
-Ponte boca arriba.
Así
lo hice, el colchón estaba muy abultado y el somier que debía ser de muelles,
se quejaba por tener que sostenerme. El amo me ató las manos juntas al
cabecero, después, con las cuerdas que tenía aún atadas a los tobillos me cogió
la pierna derecha y empezó a elevarla hasta que la cuerda llegó también al
cabecero de la cama, aunque al extremo; la ató y repitió la operación con la
otra pierna. Era una postura incomodísima, me dolían las dos piernas, y mi
polla, que se había empalmado me rozaba el ombligo. Pensé que el amo buscaba
dejar al descubierto mi culo, pero por lo visto no era esa su única intención.
-Como te he dicho antes a mí
también me gusta el curre de huevos – dijo cogiendo otra de las cuerdas que
había sacado previamente.
-Entiendo amo – dije algo
asustado.
-Y me da exactamente igual que te
guste o no, me gusta a mí y punto.
Me
quedé callado mirándole, no tenía buena pinta aquella revelación pero me lo
merecía por haber mentido. Agarró mis huevos y me los estiró, me ató la delgada
cuerda a ellos muy fuertemente, cerré los ojos al tiempo que reprimía un
pequeño grito. El nudo de la cuerda quedaba por debajo de mis ya maltrechas
pelotas, y el resto de la cuerda estaba en manos del amo. Con ella aún
destensada se fue a los pies de la cama y comenzó a estirar y a estirar.
-AAAAAAAh amooo amoo dueleee.
-Grita cuanto quieras – dijo
tensando la cuerda por completo.
El
dolor comenzaba a parecerse al que había soportado cuando dejé caer las piernas
y mis huevos soportaron todo su peso, pero esta vez era más gradual, iba muy
lentamente, mirándome con expresión divertida a mí y a mis pelotas cómo se
separaban poco a poco de mi polla, que ya estaba menos empalmada.
-Por favor amo, no siga, me duele
mucho, no puedo más se lo suplico – dije casi llorando.
-Te jodes - dijo pegó un último
tirón.
-AAAAAAAAAAAAAAArggggggg
Tanto
tiró que tensó hasta los brazos, finalmente ató la cuerda a uno de los barrotes
verticales que tenía la cama. Sin duda ese habría sido el límite que debía
haber puesto, dolor, pero ya era demasiado tarde. El amo sacó del armario una
cajita, de ella sacó una pinza, se arrodillo en la cama sobre mí y me la colocó
en el pezón izquierdo.
-AAAAAAah duele amoo.
-Claro, si no que gracia tendría
– dijo con total parsimonia.
El
roce de su piel con mi pezón hizo que mi polla se elevase de nuevo, detalle que
no pasó inadvertido por el amo.
-Vaya si te está gustando – me
dijo al ponerme una pinza en el otro pezón.
-Nooo AAAAAAAh.
Metió
la mano en la caja y sacó un puñado de pinzas que puso sobre el colchón. La
primera fue a parar a la punta de mi polla, cerrándome así la posibilidad de
quedar descapullado, no me dolió tanto como las siguientes. Me fue poniendo
varias pinzas a ambos lados de la polla hasta que casi no quedó sitio, yo
miraba con la que seguramente era la mayor cara de sufrimiento de toda mi vida,
mis huevos estaban amoratados, me dolían, también me dolía la polla, los
brazos, las muñecas, las piernas, al contrario que el amo, no me lo estaba
pasando bien.
-Qué guapo has quedado – dijo de
pronto sacándose el móvil del bolsillo.
Empezó
a hacerme fotos con él, desde todos los ángulos, incluso me enseñó una en la
que se me veía entero, y desde luego no era la mejor foto que me habían sacado
en la vida. Por otro lado, pensé que el dolor iría a menos, y así era, pero tan
lentamente que era desesperante, la mayor tortura me la estaban proporcionando
la polla y los huevos que no me daban un minuto, aunque las piernas no dejaban
de recordarme que estaban ahí, y muy moletas.
Sin
decir nada, se guardó el móvil en el bolsillo del que se lo habías sacado, se subió a la cama, puso sus pies frente a mi
culo y se bajó la bragueta del pantalón vaquero, sacándose la polla, que no
estaba muy empalmada.
-Abre la boquita.
Sabía
de sobra lo que venía ahora, la abrí cuanto pude y un chorro de pis caliente
impactó sobre mi pecho. Después de calibrar el caño, el amo hizo que todo me
entrase en la boca, yo tragué como sabía que debía hacer y me había enseñado mi
anterior amo, hasta que paró.
-Al menos sabes hacer algo – dijo
guardándose la polla en los pantalones.
-Gracias amo.
Sin
decirme nada más, se bajó de la cama y se fue a la puerta de la casa, que había
permanecido abierta todo el tiempo, se colocó debajo del marco y se fumó un
cigarro contemplando el atardecer. Yo deseaba que aquello terminase ya, el
dolor no me dejaba pensar en nada, pero tenía la impresión de que si le decía
algo me tendría más tiempo así.
No
había terminado el pitillo cuando el amo entró derecho al armario, yo miré lo
que hacía, algo asustado. Cuando se giró tenía en una mano una vela, roja, algo
gastada.
-No amo, no, eso no por favor –
dije sin quitarle ojo a la vela.
El
amo se subió a la cama y me arreó un patadón en mis apretados y amoratados
huevos.
-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAh.
-Calla de una puta vez y deja de
quejarte pesado.
Me
habría retorcido de dolor de no haber estado atado. El clásico dolor al recibir
un golpe en esa zona fue subiendo por el estómago, hasta casi hacerme vomitar.
Estaba mareado, quería que acabase, pero viendo al amo, que estaba encendiendo
la vela con el cigarro, no tenía pinta de que mi situación mejorase a corto
plazo.
-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAh
nooooo pareeee.
Una
gota de cera ardiendo había hecho diana en mis huevos. Sin embargo la sensación
de calor intenso enseguida se pasó. Una retahíla de gotas me cayó en los huevos
y en la polla, cada vez gritaba menos, me estaba acostumbrando al dolor, y en
ocasiones las gotas caían encima de cera ya seca.
-¿Esto ya te gusta más? – dijo el
amo apurando la vela.
-No por favor, pare ya, no
aguanto más.
Después
de unas últimas gotas sobre mi barriga y pecho, el amo apagó la vela con un
soplido. El aire se impregnó del clásico olor a cera. Noté cómo la cera se
enfriaba y endurecía. Por un instante pude respirar aliviado, que la vela se
hubiese acabado era una gran noticia.
Y
no fue la única buena noticia, al menos de momento, el amo me desató los pies
de la cabecera de la cama y pude apoyarlos en el colchón, la postura era de
estar completamente tumbado, aunque seguía manteniendo las cuerdas atadas a los
tobillos.
-Vamos a ver qué tal culito
tienes – dijo el amo agarrándome y volteándome.
Con
una gran fuerza y sin desatarme ni las manos ni los huevos me dio la vuelta.
Ese pequeño gesto hizo que al retorcerse más las cuerdas que me sujetaban las
muñecas y los huevos, se tensasen un poco más aún, generándome más dolor.
-AAAAAaaaaaah.
-¿Ya es te estás quejando otra
vez? – dijo con mal tono.
Resultaban
especialmente molestas las pinzas que tenía puestas en los pezones y en la
polla al estar sobre ellas. El amo, tiró con violencia de la cuerda que tenía
en el tobillo y me la ató a un extremo de la cama. Exactamente igual hizo con
la otra pierna, dejándomelas completamente separadas.
-No está mal – dijo dándome una
cachetada.
-Gracias amo – dije tímidamente.
De
reojo pude ver cómo se sacaba la polla de nuevo, esta vez estaba completamente
empalmada, mediría unos 19 centímetros, me lanzó un lapo en el ojete y puso su
enorme capullo en la entrada. Pensé que quizás por fin fuese a disfrutar algo
pero me equivocaba. De un empujón me metió la punta de su polla y eso hizo que
mis huevos se tensasen más si cabe.
-AAAAAAAAAAAAh.
-No sé porqué gritas, si entra
perfectamente – dijo con sorna.
Apretó
con cierta suavidad y cuando estuvo completamente dentro empezó a darme tremendas nalgadas que no hacían,
sino generarme un enorme dolor de huevos que tapaba por completo el placer que
estaba recibiendo de aquella gran polla.
-AAAAAAAAAh pare pareee por
favor, paree me duelen muchísimo los huevos amo – le supliqué.
-Jódete – me dijo dándome aún más
fuerte.
Traté
de soportarlo pero no podía, mis quejidos quedaban por debajo de sus gemidos.
El amo estaba disfrutando en grande, y en el fondo me gustaba, pero deseaba no
estar pasándolo tan mal y poder disfrutar un poco yo también.
De
pronto paró y se sacó su polla de mi culo, descansé por fin. Se colocó de
rodillas frente a mi cara y comenzó a pajearse, yo abrí la boca esperando la
corrida.
-Cierra la puta boca, no te la
has ganado – dijo cerrando los ojos.
Con
cara de placer descargó toda su lefa sobre mi cara. Deseaba saborearla pero no
me dejaba. En cuanto terminó se la volvió a guardar en los pantalones y comenzó
a desatarme las manos, los pies, y finalmente los huevos.
-Quítate las pinzas y mételas en
la caja.
Con
rapidez a la vez que con cuidado, me las fui quitando una a una, no sabía que
se pudieran tener tantas puestas, mi piel había quedado enrojecida y marcada por
la presión. El amo salió de la casa mientras yo terminaba de meter todas las
pinzas en la caja.
-¡Sal de ahí! – me gritó desde
fuera.
Me
puse en pie y salí de la casa, ya casi había anochecido, el amo me esperaba en
la parte trasera de la furgoneta.
-Nos vamos, entra, podrás
vestirte de camino.
-Si amo.
Subí
a la parte trasera de la furgoneta y la puerta se cerró, la tenue y mortecina
luz me permitió ver que el candado que apresaba mi ropa ya no estaba. Aproveché
para limpiarme la cara con la mano y tratar de saborear la leche del amo.
También di gracias por estar depilado o lo habría pasado realmente mal
quitándome toda la cera de mi cuerpo. Nada más ponernos en marcha abrí el cajón
y comencé a vestirme, en cuanto cogí la camiseta que estaba al fondo del todo
apareció una nota que sin duda no estaba ahí la última vez. La cogí y la llevé
a la luz.
“No has pasado la prueba”.
Abatido,
me puse la camiseta y esperé. Cuando la furgoneta paró dos golpes secos se
oyeron desde la cabina.
-¡Bájate! – dijo el amo.
Pensé
que había ido encerrado todo el tiempo pero comprobé que la puerta estaba
abierta, estábamos en mitad del polígono industrial donde me había hecho ir. Me
bajé de la furgoneta y no volví a ver a aquel amo más.
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