Capítulo 5 – Cinco minutos
A
la más que escasa luz que entraba en el cuarto procedente de las farolas de la
calle, poco a poco se le fue añadiendo luminosidad procedente del amanecer.
Estirando el cuello apenas podía ver un trocito de cielo entre los edificios de
fuera. Cada minuto que pasaba ese pequeño resquicio se clareaba más y más. La
oscuridad que reinaba en la que se había convertido mi habitación a la vez que
mi celda, empezó a intercambiarse por un ambiente tenue en el que mis ojos
podían ver mínimamente. Y la visión seguía siendo la misma desde que Gustavo
apagase la luz. Mi polla permanecía donde la dejó mi casero, dentro de un
cinturón de castidad transparente que negaba mis erecciones, y mis piernas, al
igual que mis brazos atados a las esquinas de la cama, completamente desnudo,
salvo por los calcetines, que Gustavo tuvo a bien dejarme puestos, como detalle
para que no me rozasen las correas y de paso no pasar frio al caminar descalzo.
Sin duda, y a la vista de los acontecimientos, toda una concesión.
Frío
que por otra parte tenía. Los calcetines eran algo escasos ya que no disponía
ni de una sábana para taparme, y aunque hubiese sido así, no gozaba de gran
movilidad, que dijéramos. Esa había sido entre otra media docena de razones,
causa por la que no había pegado ojo en toda la noche. Perfectamente pude
escuchar cómo Gustavo se aburría de ver la tele y se iba a dormir. Me habría
pasado la noche dando vueltas aunque no hubiese estado atado ni hubiese tenido
frío y es que mi situación no podía ser más deplorable.
Tras
toda la noche forcejeando, las muñecas me dolían y las notaba rozadas por el
cuero de las correas. Había hecho especial fuerza con los pies ya que los tenía
más protegidos, aunque dándose el mejor de los resultados posibles, que sería
soltarme los pies, seguiría estando atado. Quería liberarme y salir corriendo.
Esa era la conclusión. Para mi sorpresa, había soportado bastante bien el ser
desnudado, atado, incluso, aunque me hacía una leve idea, el ser usado como una
vulgar muñeca hinchable, era el precio a pagar, pero forzarme a la castidad con
ese terrible artefacto fue la gota que colmó el vaso. Tenía que salir de ahí
como fuese y sin duda lo iba a intentar.
Al
rato un ruido me sobresaltó. No identificaba ni qué era ni de dónde procedía.
La puerta del cuarto se abrió. Aún colgaban llaves de la cerradura cuando vi a
Gustavo. Llevaba un pijama de verano de color gris claro y cara de dormido.
-Buenos días, ¿qué tal has
dormido? –me preguntó.
-No he dormido – dije con tono
cortante.
-Entonces esta noche te dormirás
pronto –dijo mientras manipulaba los arneses de mis pies.
En
cuanto me hubo soltado los pies continuó con mis manos. Me costaba juntar las
piernas después de tantas horas en esa postura, además las tenía congeladas.
-Ahora te vas a lavar y luego
preparas el desayuno, me voy a dar una ducha y cuando salga espero que esté
servido.
Asentí
cuando su mirada conectó con la mía. Me encontraba bastante enfadado por el
trato que me estaba dando pero si quería escapar debía pensar bien cómo
hacerlo. En cuanto estuve suelto se dio media vuelta y se marchó dejando la
puerta de la que era mi habitación abierta y sacando la llave de la cerradura.
Sentado en el borde de la cama me puse inconscientemente a buscar mis
zapatillas en cuanto sentí el frío suelo en las plantas de los pies. Pero no
estaban ahí.
Tras
lavarme un poco fui a la cocina. Moderna, grande y funcional, como el resto de
la casa estaba perfectamente equipada. Con tan solo pulsar un botón puse en
marcha la cafetera y utilizando el método de ensayo y error encontré el
departamento que debía estar destinado a desayuno. Saqué unas galletas y unas
madalenas. Se lo dejé todo preparado y esperé. Aproveché para mirar en los
cajones a ver si había algún utensilio que me hiciese las veces de ganzúa,
necesitaba abrir muchos candados si quería llevar a cabo mi plan.
-Mmmm casi me espabila más el
olor a café recién hecho que tomármelo –dijo Gustavo al aparecer por la puerta.
Olía
a colonia, aún tenía el pelo húmedo aunque perfectamente peinado y vestía
camisa y vaqueros, conjuntados con unos cómodos zapatos.
-¿Ya has desayunado?
-Eh... no –dije algo
desconcertado.
-Pues ponte una taza y desayuna
conmigo.
Completamente
extrañado por esos ramalazos de amabilidad que parecía tener, cogí una taza y
me senté frente a él en la mesa. No sabía si debía o no, pero finalmente me
lancé a preguntárselo.
-¿Puedo pedirte una cosa? –dije
algo tímido y con tono modoso.
-Por poder… -dijo con cierta
indiferencia mientras mojaba una galleta.
-¿Podrías, por favor, quitarme
esto de la polla? –dije señalando al artilugio con el dedo.
-No de momento. Si te portas bien
ya veremos.
Fui
a replicar, pero comprendí que no conseguiría nada, así que proseguí con mi
desayuno. Gustavo miró a la pared, donde descubrí que había un reloj. Eran poco
más de las siete y media de la mañana.
-Bueno, me voy a trabajar que no
llego. Sobre las cuatro y algo estaré aquí, quiero la casa recogida, la
aspiradora pasada, el polvo, todo eso, ya sabes. Y la comida hecha, a ver qué
sabes hacer.
Ni
tiempo para asentir tuve. Se levantó y desapareció de la cocina. Escuché un
ruido de llaves y un portazo seguido del sonido que emite una puerta blindada
cerrándose tras varias vueltas de llave. Corrí hasta la puerta y coloqué un ojo
frente a la mirilla. Gustavo esperaba paciente al ascensor. Cuando la puerta se
abrió, entró y desapareció. No es que fuese a salir en ese momento, pero debía
saber si era posible y traté de abrir la puerta. No hubo manera. Tampoco fue
una sorpresa, como bien me habían revelado mis oídos, había sido cerrada. Me
giré y vi junto a mis pies el baúl dónde voluntariamente había metido mi ropa,
ahora bajo llave. Se podía decir que mi vida entera estaba bajo llave, bajo
muchas llaves, y debía intentar algo. Junto al baúl, un pequeño armario con
cajones y un espejo que me devolvió la mirada de un chico al que empezaba a no
conocer. Rebusqué en los cajones buscando algo con lo que abrirme los candados,
y lejos de eso, encontré más candados abiertos, y más correas como las que llevaba
puestas, perfectamente ordenadas, pero ni rastro de algo parecido a una llave.
Corrí
hasta su habitación. Al igual que el resto de la casa, la decoración era de
estilo moderno, tenía un escritorio con un ordenador portátil y armarios de
sobra. Estaba ordenada salvo por la cama, que no estaba hecha. Miré por todos
sus cajones, los de la ropa interior, camisetas, cada hueco, pero no encontré
nada que me sirviera ni si quiera de ganzúa. Fui al salón y continué rebuscando
y revolviendo todo, aunque cuidándome mucho de no dejar todo descolocado. Mi
insistencia tuvo premio. Encontré un pequeño llavero con tres llaves. La
euforia, sin embargo, no duró demasiado. En cuanto las observé con detalle me
di cuenta de que eran demasiado grandes para abrir candados y demasiado
pequeñas para abrir puertas blindadas. No obstante, lo intenté de forma
desesperada e inútilmente, pero de nada sirvió. Las dejé dónde estaban y me
puse a vagar por la casa. Caminé de nuevo hasta la habitación de Gustavo,
buscando algún resquicio que se me hubiera podido pasar por alto, pero sin
éxito. Derrotado, miraba por las ventanas viendo cómo la gente paseaba. Como lo
hacía yo en busca de trabajo días atrás. Deseaba salir de ahí como fuera y no
había manera. Miré un reloj despertador, no eran ni las 9 de la mañana. Caí en
que estaba agotado tras toda la noche forcejeando con mis ataduras. Me giré y
contemplé la cama de Gustavo. Era grande, de matrimonio y parecía cómoda. Tenía
tareas pendientes, como hacer esa cama, pero necesitaba descansar un poco. Me
tumbé y me tapé. Olía a mi casero, pero eso daba igual. Estaba a gusto.
-¿Estás cómodo?
Abrí
los ojos y vi el rostro de Gustavo a escasos centímetros de mí. Di un salto
como si me quemase al lado opuesto donde se encontraba y salir de la cama
arrastrando sábanas y una fina manta.
-Lo siento, han sido 5 minutos,
estaba cansado – dije asustado.
-Son casi las cuatro y media de
la tarde y no has hecho nada de lo que te pedí niñato desagradecido – dijo con
mal tono.
Miré
el reloj de reojo. Me había quedad completamente dormido durante horas y me
había pillado a la vuelta del trabajo
-Lo siento, de verdad, ahora
mismo me pongo con todo –dije tratando de quitarle importancia a mi falta.
-No de eso nada -dijo acercándose
a mí.
-AAAaahah para para – grité.
Me
agarró de una oreja y me llevó como si de un niño pequeño se tratase, solo que
empleando mucha fuerza. Noté cómo me crujía la oreja. El dolor me hacía caminar
casi de puntillas. Creí que me la iba a arrancar. Me llevó hasta la que era mi
habitación y me lanzó de un empujón dentro. Entré trastabillado hasta irme al
suelo. Gustavo pasó junto a mí, y un chirrido metálico me hizo ver que había
abierto la puerta de la jaula.
-Entra –dijo con muy mal tono.
-No por favor –le dije casi
llorando.
Sin
mediar palabra me soltó una patada en el estómago y armó la pierna para
soltarme otra.
-AAAAaah, nooo, noo –dije
poniendo la mano.
Me
arrastré como pude al interior de la jaula. El piso era una chapa metálica.
Estaba helada. Por los barrotes apenas cabía un puño y entrado a gatas, casi
tocaba mi espalda con los barrotes de la parte de arriba. Gustavo cerró la
puerta tras de mí y colocó en el pasador otro maldito candado. Intenté darme la
vuelta pero era tan pequeña que apenas tenía espacio.
-Te quedarás ahí castigado, la
próxima vez te lo pensarás mejor antes de usar mi cama.
-No me dejes así por favor, te lo
suplico, esto muy pequeño –dije agarrando los barrotes.
Sin
siquiera mirarme, se dio la vuelta y caminó fuera de la habitación. No se
molestó ni en cerrar la puerta, estaba muy seguro de la calidad de la jaula.
-Gustavooo por favooor –dije
sollozando– no volverá a pasar te lo suplicooo.
Me
quedé en silencio esperando una respuesta. Pero nada.
-Gustavooooooooooo, sácame de
aquí jodeeeeer –grité más alto.
Hizo
efecto, pues apareció. Se colocó delante de mí. No supe lo que se proponía
hasta que lo sentí en mis carnes.
-AAAAAAAAAAAAh
Metió
su mano en la jaula y cogiéndome del pelo me pegó la cabeza a los barrotes y
siguió tirando.
-AAAAAAAAh AAAAAAAAAh paraaaaa.
-Mira imbécil, no estamos solos
en este edificio y no quisiera recibir quejas de mis vecinos, así que la
próxima vez que vuelvas a ponerte a gritar como un loco te echo de casa tal
cual estás, ¿es eso lo que quieres? – dijo tirándome más del pelo.
-AAAah no, no perdona, perdona no
lo volveré a hacer –dije asustado.
En
ese instante mi cabeza se despegó de los barrotes. Me soltó y se marchó sin
decir nada. Me froté la cabeza y al mirarme la mano comprobé que me había
arrancado algunos pelos. Desde luego iba en serio y estaba seguro de que
cumpliría con la promesa de dejarme en la calle totalmente en bolas.
Me
tranquilicé. Conseguí darme la vuelta y sentarme en la jaula. Un olor a comida
recién hecha me llegó de pronto. Caí en que desde el desayuno no había probado
bocado. Y lo peor es que podría haberlo hecho de no haberme quedado dormido.
Sin duda Gustavo se estaba preparando la comida, y sospechaba que el haberse
dejado la puerta abierta no era casualidad. Estaba claro que ese día me quedaba
sin comer, aunque tampoco tenía demasiadas ganas, aún me dolía la patada que me
había dado para “animarme” a entrar en la jaula.
Por
un par de veces vi a Gustavo pasar frente a mi habitación. Ya se había puesto
más cómodo con un pantalón corto, una camiseta y unos calcetines sin
zapatillas. Oí lo que debía ser la tele del salón y no ocurrió nada. Como me
aburría profundamente intenté erróneamente manipular el cinturón de mi polla.
Lo observé y traté de sacármela de ahí. Sólo conseguí hacerme daño. Había trizado
la piel de mis huevos y en uno de los tirones tuve que ahogar un aullido de
dolor. Era imposible. Pasé la tarde como pude cambiando de postura. El cambio
simplemente era apoyar la espalda en uno u otro barrote de la jaula. Tras mucho
rato apoyado en el mismo, la piel se me quedaba pegada y desagradable oír el
sonido de mi piel despegarse del barrote, a la par que molesto, cuando no
doloroso. La luz de la habitación se fue marchando lentamente. La tarde pronto
se convirtió en noche y la casa había estado relativamente silenciosa, salvo
por ruidos procedentes de la televisión. Gustavo parecía haber pasado la tarde
durmiendo o tirado en el sofá, una actividad a la que sin duda me habría
apuntado.
No
sabía cuantas horas había permanecido ahí, pero empezaba a tener hambre y sed.
No me atreví a llamar a mi particular compañero de piso a voces, por miedo a
represalias, pero en un momento determinado pasó junto a la habitación sin
siquiera mirar y no pude evitarlo.
-Gustavo, por favor –dije con un
hilo de voz.
Tuve
suerte, o eso pensé en ese preciso instante, y Gustavo se dio la vuelta y se
puso en el marco de la puerta.
-¿Qué? –dijo con un tono
aburrimiento y cansancio.
-Tengo… tengo mucha hambre y sed
–dije algo asustado.
-Hambre, ¿eh?.
-Si – dije poniendo cara de pena.
En
dos pasos se colocó frente a la jaula. Sin mediar palabra se sacó la polla y le
metió entre los dos barrotes que estaban frente a mi cara.
-Haz un buen trabajo y quizás te
de algo.
Por
un momento le miré como si se tratase de una broma. Obviamente, no lo era. Me
incliné escuchando una vez más el sonido de mi piel al despegarse de los
barrotes, agarré su polla fláccida y me la metí en la boca. Empecé a chupar
como mejor supe. En pocos segundos se le puso tremendamente dura, la descapullé
y seguí lamiendo con cuidado.
-Mmmm vas bien rubio.
Seguí
chupando. Inicié un lento movimiento hacia adelante y hacia atrás que provocó
que se le escapase algún gemido, parecía que se hubiese estado conteniendo pero
no parecía estar haciéndolo tan mal.
-Mmm sii – susurró cerrando los
ojos.
Continué
con la mamada lo mejor que pude, tratando de redimirme por lo que parecía haber
sido un tremendo pecado. Con cada gota que conseguía extraer de su polla,
aumentaba el placer que le estaba proporcionando. De pronto y por sorpresa un
chorro de líquido caliente y salado me cayó en la lengua.
-MMM oooh mmm.
Hice
de tripas corazón y me la tragué por completo. Gustavo se percató, sólo mostró
una leve y casi imperceptible sonrisa. Esperaba haber conseguido mi objetivo.
Terminé de limpiarle los restos y se la guardó.
-Bien hecho –dijo sin más,
dándose la vuelta.
-¿Me traerías algo de comer, por
favor? - dije en tono de súplica
-Ya lo he hecho –me respondió en
tono burlón.
-Pero… me dijiste que si lo hacía
bien me darías algo –le dije.
-Y como lo has hecho bien, te lo
he dado, ¿no?.
La
pregunta iba con trampa y me di cuenta a tiempo, era su particular forma de
vengarse por haberme quedado dormido en su cama y no haber cumplido con mis
nuevas obligaciones.
-Si –le dije resignado.
-Muy bien, hasta mañana –dijo
dándose la vuelta.
-¡No! ¡Espera! –dije
desesperado-, no me dejes aquí dentro por favor.
Se
giró y me miró. Aún le quedaba de manera visible algo de la erección que le
había provocado mi trabajito.
-Te quedas en la jaula hasta
mañana, a fin de cuentas, te has pasado el día durmiendo en una cama.
-Pero…
Dio
igual. Salió de la habitación y esta vez sí que cerró la puerta con llave. Una
oleada de frustración y desolación me invadió por completo. Me dolían las
piernas y la espalda de estar en esa maldita jaula pero nada podía hacer, por
si fuera poco y gracias al regalito de Gustavo tenía mal sabor de boca y mucha
mas sed. Iba a pasar la segunda noche en aquella casa. Miré la cama donde la
había pasado la noche anterior, atado. En ese momento habría deseado estar
atado a la cama y no en la jaula; incluso aunque me hubiese follado en el
potro, como la tarde anterior, pero es lo que había, no tenía ninguna otra
opción.
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