Capítulo 10 – Cuatro días.
No
quería estar ahí. Pese a ser confortable, el asiento trasero de aquel coche
para mi era como una horrible jaula móvil. Intenté sin éxito bajar la
ventanilla, aunque solo fuese para respirar aire fresco. En un principio se me pasó
la idea de saltar por ella, pero dudaba incluso que cupiese. Gustavo no dejaba
de observarme por el retrovisor, y se olía algo.
-¿Estás bien, Guille? –preguntó
en un semáforo.
-Eh… sí, sí –dije un poco
sorprendido por su interés.
-Anímate muchacho, lo pasaremos
bien –dijo Alexander mientras manipulaba la radio del coche.
Eso
era precisamente lo que me preocupaba, que lo pasarían bien, pero ellos no yo.
Trataba de no pensar en la enorme polla de negro de Alexander y no era fácil,
más cuando aún tenía su regusto en mi boca. En pocos minutos estábamos
aparcando en el garaje del que partimos. Me fastidiaba pensar que habíamos
pasado la tarde fuera de casa, no había
tenido la oportunidad de pisar la calle, y por ende, de fugarme. Dentro del
ascensor Alexander no dejaba de mirar mi reflejo en el espejo y sonreír. Me
sentía pequeño a su lado y esa actitud, por alguna razón me molestaba y mucho.
En cuanto entramos por la puerta, lo primero que hizo Gustavo fue abrir el
baúl.
-Ya sabes lo que tienes que
hacer, deja ahí tu ropa y ponte las muñequeras. Yo vendré a ponerte el collar y
los candados. Voy cambiarme –dijo estas últimas palabras a Alexander.
Miré
a Alexander. Era un poco violenta la situación, se cruzó de brazos a poco más
de un metro de mí y se limitó a observarme. Me puse de espaldas a él, como si
con ese ridículo gesto ya no pudiera verme. Puse la camiseta que acababa de
quitarme en el baúl y me arrodille para quitarme los cordones. Al quitarme la
zapatilla derecha apareció el calcetín empapado por la corrida de Alexander,
casi se transparentaba, era asqueroso. Me quité la otra y las puse juntas en el
suelo del baúl, cuidándome que no tocasen nada más.
-Venga, date prisa, quiero verte
el culto –me dijo Alexander.
En
cuanto mis pantalones estuvieron por las rodillas, escuché al que parecía ser
mi fan número uno.
-Guau, ¡que culo! –exclamó.
Doblé
cuidadosamente los pantalones tratando de hacerme el sordo y aprovechando el
viaje al baúl cogí las muñequeras.
-Déjame que te ayude –dijo
Alexander dándome la vuelta.
Realmente
fue él quien me las puso, aunque algo más fuertes de las había tenido hasta
entonces, pero no me atreví a quejarme. En cuanto terminó, me agarró el CBT.
-Que pena que lleves esto, me
gustaría vértela bien.
-Y a mi me gustaría no llevarlo
–dije.
-¿Ya estás listo? –dijo Gustavo.
Apareció
con su atuendo habitual, camiseta, pantalón corto y calcetines blancos cortos,
sin duda más limpios que los míos.
-Gustavo, por favor, ¿puedo
ponerme otros calcetines?, voy a poner el suelo perdido –dije enseñándole el
pie y poniendo carita de pena.
-Pues ya lo limpiarás –dijo con
indiferencia.
Miré
al suelo resignado. Gustavo se acercó y me ató fuerte el collar cerrándolo con
un candadito, así como los dos que faltaban en las muñequeras. Cerró también el
baúl y puso brazos en jarra mirándome.
-Pues ya estás listo.
-Oye Gus, ¿conservas todavía esa
correa de perro? –le preguntó Alexander.
-Es posible –dijo este pensativo.
De
pronto se le iluminó la cara.
-Eres un puto cabrón, pero nos
divertiremos, ahora te la traigo.
Gustavo
desapareció de nuevo. Miré a Alexander y no molaba. No molaba nada de nada.
-A cuatro patas –me espetó de
pronto y con tono muy serio, la sonrisa se le había borrado por completo.
-Pero, ¿de verdad es necesario?
Casi
me fui contra la pared. El tortazo resonó en la entrada. Aturdido preferí no
hacer más preguntas. Me coloqué de rodillas y aun frotándome la mejilla, apoyé
las manos en el suelo.
-Aquí la tienes –dijo Gustavo
apareciendo con una correa roja de perro, doblada entre las mano.
-Ah, si, gracias –dijo Alexander
cogiéndosela de la mano.
Tuve
la desgracia de que la anilla del collar estaba mirando al suelo. Alexander me
giró el collar tan deprisa que noté como me ardía.
-AAAAahh cuidado –le grité.
Otra
mala idea. Recibí un correazo instantáneamente en la espalda.
-AAaaaah.
-No seas tan cabrón tío, que es
buen chaval –dijo Gustavo.
-Hoy solo será un perrito, no un
chaval.
Mis
peores ideas empezaban a cobrar forma, pero en su lado más salvaje. Alexander
me ató la correa y me pegó un tirón brutal. Sin más, empecé a caminar detrás de
él. Me llevó por el salón, de vuelta a la entrada, por el pasillo, la cocina
–donde la menté no haber barrido mejor las migas del suelo-, y de vez en cuando
se paraba junto a Gustavo.
-¿Has visto que perrito tan guapo
tengo? –le decía.
-Muy bonito –le respondió Gustavo
siguiéndole el juego.
Y
por si fuera poco empezó a acariciarme la cabeza obligándome a agacharla. La
humillación era total, pero no había hecho más que empezar.
-¿Qué raza es? –le preguntó
Gustavo.
-Un Rubiales Spaniel.
Ambos
rompieron a reír a carcajadas. En ese instante, casi tenía ganas de llorar.
Recordé la conversación telefónica que mantuvo Gustavo con alguien el día que
llegué a aquella casa. Sin duda alguna Alexander era quien estaba al otro lado
de la línea.
-Qué tal si vamos a la habitación
–propuso Alexander.
-Después de ti –dijo Gustavo
cortésmente.
Otro
tirón más me puso en ruta. Fui gateando con cuidado de que no se quedase corta
la correa y me llevase prácticamente a rastras, como había pasado en la “tanda
de reconocimiento” que habíamos dado por el piso. Al entrar en la habitación,
Alexander me hizo parar junto a la cama. Gustavo por su parte se fue a la
estantería de los horrores, como había decidido llamarla.
-A ver, acércate perrito –dijo
Alexander sentándose en la cama.
Sin
decir ni mu, y algo asustado por la situación me coloqué frente a él. De reojo
pude ver lo que cogía Gustavo de la estantería, y no me hizo mucha gracia. Era
una fusta.
-¿Qué coño miras, eh? –dijo
Alexander agarrándome de la barbilla con violencia y obligándome a mirarle.
-Nada… nada…
Dio
un tirón a la dichosa correa y me hizo acercarme más aún; me había mantenido a una distancia
prudencial. Por el rabillo del ojo, pues no quería dejar de mirar a Alexander
por miedo, vi acercarse a Gustavo blandiendo la fusta.
-Venga perro, lámeme las botas
–dijo Alexander dándome una patadita en el brazo.
-No lo dirás en serio –dije
mirándole fijamente.
La
respuesta sin embargo, vino de la mano de Gustavo, que estrelló repentinamente
la fusta contra mi espalda.
-AAAAAAAAAAAAAAAAH, jodeer .
Me
llevé una mano a la espalda y empecé a frotármela rápidamente, mirando a
Gustavo con una mezcla entre odio y miedo.
-¡Vamos joder!, lámeme las putas
botas –insistió Alexander.
En
cuanto Gustavo se dispuso a armar el brazo, hice de tripas corazón y acerqué mi
boca a los pies de Alexander. Las botas naranjas me recordaban a las típicas de
un negro rapero, o un leñador incluso. Eran grandes, posiblemente de un 45 o un
46, aunque por fortuna no estaban demasiado sucias. Empecé a lamer despacio y
con mucho asco una de ellas hasta que arqueé la espalda de dolor.
-AAAAAah –grité.
-Ssssh, ya te he dicho que no me
gusta que grites –dijo Gustavo en tono burlón.
Acababa
de darme un fustazo en el culo. Le miré y su cara parecía haber cambiado, tenía
una mirada similar al día que me pilló en su cama durmiendo.
-Vas a seguir lamiéndole las
botas a Alexander hasta que él te diga y yo voy a seguir zurrándote en el culo,
y no quiero gritos ¿entendido?.
-No… no me pegues por favor –dije
suplicando.
-Aaaaah.
Otro
fustazo más.
-¡Que no grites joder! –dijo
enfadado.
Me
incliné a las botas y seguí lamiendo. Gustavo, también siguió a lo suyo, un
fustazo tras otro. A veces no podía parar, cerrando los ojos y reprimiéndome
gritar. Dolor, picor y escozor se juntaban. Saltaba de bota en bota. Poco a
poco se iba oscureciendo según iba lamiendo. Cada vez tenía la lengua más seca.
-Desátame los cordones, pero con
los dientes, perro –dijo.
En
cuanto acerqué la boca a los cordones Gustavo me dio un respiro. Lo agradecí
sin dudas. Me costó horrores desatarlos. Fue Alexander, sin embargo, el que se
sacó la primera bota. Sin verla siquiera venir me la encontré en la cara. Traté
de retroceder pero me sujetaba gracias a la correa con la otra mano. Con un
solo brazo le bastaba para moverme. Presionó la dichosa bota contra mi cara.
Decir que apestaba sería no hacerle justicia. El aire del interior estaba
caliente se notaba húmedo, además de ser prácticamente irrespirable.
-Joder tío, ¿has vuelto a
quedarte dos días con los mismos calcetines? –le recriminó Gustavo haciendo una
pequeña pero visible mueca de asco.
-No, que va, estos son de hoy –le
respondió risueño.
Cuando
por fin retiró la bota la habitación olía distinta. De pronto era como si mi
olfato se hubiera agudizado por unos instantes. Respiré profundamente, incluso
estaba algo mareado. Pero no me duró mucho el aire fresco. Alexander se había
quitado la otra bota y ya la tenía incrustada en mi cara.
-¿Te gusta blanquito?, a mi me
encantó tu zapa –dijo riéndose a carcajadas- quería devolverte el favor.
Por
si fuera poco Gustavo reanudó sus fustazos en mi culo. Y eran más intensos, o mi culo empezaba a no
aguantarlos tan bien. Grité, pero el sonido quedaba completamente amortiguado
por la bota. Intentaba retroceder pero parecía estar atado a una pared. Unos
instantes después de inútil forcejeo pude respirar aire limpio de nuevo.
-Y ahora el plato fuerte –dijo
poniéndome el pie delante.
-No, no por favor –dije apartando
la cara muerto de asco.
Pese
a no parecer sucio en absoluto, aquel calcetín más bien grueso, con el talón y
la punta de color gris, apestaba más aún que la bota. Mi resistencia acabó
cuando Gustavo me agarró de la cabeza y me sujetó la boca abriéndomela. Me
hacía daño, pero el grito quedó silenciado cuando me metió el pie izquierdo en
la boca Alexander.
-Mmmmpmpmp
-Vamos lame perro –dijo
Alexander.
Con
dificultad pasé la lengua por lo que sin duda eran sus dedos. Era incapaz del
todo de respirar por la boca pues la tenía completamente sellada por el pie,
que estaba a poco más de un centímetro de mi nariz y el olor era completamente
insoportable. Y era normal, hacía bastante calor por esas fechas, y ese calzado
unido a esos calcetines gordos no era lo más adecuado y estaba sufriendo las
consecuencias en mi pituitaria. Cuando se aburrió de tener parte de su pie
metido en mi boca lo extrajo y le dio la correa a Gustavo.
-Átale al potro ese tuyo, nos
divertiremos un rato.
-Desde luego que nos divertiremos
–dijo Gustavo dándome un tirón de correa, si bien es cierto, que no tan fuerte
como los que me daba su amigo.
Un
gesto bastó para que me colocase sobre el potro. La última vez que estuve sobre
él no fue agradable la experiencia, y sospechaba que esta vez no sería mucho
mejor. Como en la anterior ocasión, Gustavo me ató piernas y brazos a las patas
del potro. Dejó caer su pantalón corto, dejando al aire su polla, vieja amiga.
Estaba muy dura. Sin rechistar abrí la boca y me la metió. No llevaba ni un
minuto, pero paré. Alexander acababa de darme un sonoro cachete en el culo.
Arrastró su dedo por mi espalda hasta que lo tuve enfrente, a la izquierda de
Gustavo. Sus pantalones ya no estaban y si su gigantesco miembro. Era mucho más
majestuoso con luz natural que en la penumbra de un cine, y también me daba
mucho más respeto. Empezó a acercar la polla. Le miré y luego a Gustavo. No
podía ser, no cabrían juntas.
-Abre un poco más, que mi amigo
también quiere –dijo Gustavo.
Abrí
un poco más. Los labios empezaron a dolerme, incluso se me rajaron un poco.
Gustavo se hizo a un lado un poco y Alexander empezó a meter su enorme capullo
en mi boca. Empecé a pasar la lengua por ambas pollas.
-Mmmm joder que lengua tiene -dijo Alexander.
-Ya lo creo –dijo Gustavo.
Durante
un largo rato estuvieron follándome la boca los dos. El que más lubricaba era
Alexander, a pesar de haberse corrido ya dos veces en el cine, pero parecía
completamente insaciable. Usaba las gotitas que iban saliendo para lamer ambas
pollas. Por un momento, de reojo, pude comprobar que ambos estaban con los ojos
cerrados, gimiendo y disfrutando.
-Buen perro –me dijo Alexander
acariciándome la cabeza.
Me
dieron ganas de decirle que no era un perro. Pero tenía la boca llena y
seguramente me hubiera llevado un fustazo, correazo, o similar. La polla de
Alexander se quedó sola en mi boca cuando Gustavo decidió irse hasta mi culo.
Sabía que iba a ocurrir. Continué con la mamada, pero muy atento a Gustavo. Me
dio una cachetada, luego otra y agarró mis nalgas. Las separó hasta dolerme y
escupió en mi ojete. Tuve el reflejo de apretar el culo, pero las manos de
Gustavo me sujetaban las nalgas con firmeza. Pensé que iba a meterme un dildo,
o quizá un dedo, como hizo Javi, pero enseguida noté su capullo húmedo y suave
rozándome el culo.
-Métesela –le animó Alexander.
Lo
hizo.
-AAAAh –conseguí gritar a pesar
de tener una polla en la boca.
De
una primera embestida me metió la punta, y esa era la parte fácil. Traté de
mantener el ritmo de la mamada pero me resultaba muy complicado. Despacio, pero
con paso firme, fue metiéndomela centímetro tras centímetro. Gemí de dolor.
Cerré los ojos, apreté los puños, tensé las piernas. Me dolía bastante más que
el día anterior cuando me la metió Javi, y es que sea como fuere, en el fondo,
fue más cuidadoso.
-Qué cuito tan prieto, son los
mejores –dijo Gustavo.
-Me muero de ganas de probarlo
–le respondió su amigo.
Y
yo me moría de ganas de no estar ahí cuando lo probase. Pero iba a estar. Me
costaba tener la polla de Gustavo, que aunque era grande, era soportable, pero
la de Alexander era otra cosa. Me dieron ganas de llorar, pero no tenía tiempo.
-Vamos, quiero una buena mamada
chico, como la del cine -me dijo
Alexander.
Traté
de centrarme en chupar mientras Gustavo continuaba apretando. Noté cómo sus
manos cálidas y algo sudorosas me agarraban de la cadera. Los últimos
centímetros fueron los peores, pero aguanté como pude el dolor. Sentí el
impulso de morderle la polla a Alexander, lo que me habría ocasionado
seguramente un tortazo si no algo peor. Cuando por fin Gustavo estuvo
totalmente dentro de mí inició un leve mete saca. Notaba sus huevos rozarme el
culo.
-AAh AAAh AAh
-Deja de quejarte y chúpamela
coño –me espetó Alexander.
Pero
no podía, empezaban a dolerme hasta las entrañas, estaba resultando muy
desagradable. Alexander se cansó y se la sacó, me agarró el pelo y me obligó a
mirarle.
-Mira rubito o me la chupas en
condiciones o te destrozo tu bonita cara a hostias ¿entendido?
Hice
un gesto afirmativo con la cabeza. Asustado abrí la boca y volví a tener la
enorme polla negra dentro. Intentando evadirme de lo que pasaba en mi culo, que
no era poco, conseguí chupársela con cierto ritmo.
-Mmmm eso, así, estaba claro que
te faltaba motivación –dijo Alexander.
Contra
todo pronóstico, mi culo empezó a amoldarse a la polla de Gustavo. Lentamente,
el dolor fue apartándose por los empujones que el placer estaba dando. Y eso me
gustaba todavía menos. Sentí mi polla reaccionar tímidamente. Era lo que me
faltaba, pensé, también dolor en la polla. Gustavo fue acelerando y acelerando.
Sus huevos golpeaban mi culo salvajemente.
-Oooh… mmm siii –dijo Gustavo.
-Ya te has corrido ¿le preguntó
Alexander?
-Uf sí tío, este culo es de los
mejores, ya lo verás –dijo sacándomela lentamente.
Retiró
sus manos de mis caderas. En cuanto su polla salió noté como algo caliente
resbalada hasta mi escroto. También noté que me costaba cerrar el culo. Por fin
me centré en la mamada a Alexis, retomando el ritmo que tanto le gustaba, hasta
que el dolor me paralizó de nuevo.
-AAAAAAAAAAAAAAh –grité.
Más
por la sorpresa que por el dolor. Gustavo estaba metiéndome el consolador de 22
centímetros por el culo. Y estaba entrando bastante bien.
-AAAAAAh, para, por favor, me
duele –le grité.
Recibí
un tortazo de Alexis.
-Sigue chupando perro –me dijo
armando el brazo para sacudirme otro.
Continué,
notando cómo volvía el dolor en el interior de mi culo. Sin embargo, no tardó
demasiado en estar todo dentro. Gustavo se acercó a mi oído.
-Es por tu bien chaval –dijo de
forma que sólo yo lo pude escuchar.
Le
miré de reojo. Dirigió su mirada a la polla de su amigo y lo entendí. Sólo
quería mantenerme la dilatación para acoger en el culo, lo que en ese instante
tenía en la boca. Se apartó a una esquina y se limitó a observar. Alexander
continuaba follándome la boca, lubricaba cada vez más, se acercaba el momento.
Mejoré mis lametazos, la rapidez, la calidad en definitiva, quizás si conseguía
que se corriese en mi boca evitaría lo inevitable. No lo conseguí.
-Vamos a probar ese culito que
tan buena fama tiene –dijo sacándose la polla de mi boca.
-No… por favor –dije suplicante.
-¿Le has puesto un tapón? –dijo
mirando a Gustavo y riendo.
-Si, algo así, es por dejarte la
puerta abierta –le respondió.
El
tapón, como Alexander lo llamó fue retirado tan rápido, que pensé que me había
cagado.
-AAaaah despacio–dije intentando
ver algo.
Colocó
su enorme capullo en la entrada de mi ano y empezó a apretar. Entró
sorprendentemente bien. Pero lo siguiente no.
-AAAAAAAAAAAh AAAAAAAAAAAAAAAh,
por favor para, AAAAAh –grité.
-Calla o te sacudo –dijo Gustavo
acercándose.
-Me duele –le dije buscando en su
mirada, un resquicio de compasión.
Pero
solo había vicio y lujuria. Alexander fue dándome pequeños empujones. A cada
empujón, entraba más y más polla.
-AAAAAAAAAh, me duele.
Continuó.
Entraba demasiado bien, la corrida de Gustavo en mi culo servía de lubricante.
Me daba asco solo pensar en follar un culo en esas condiciones, y había follado
muchos, aunque todos de chica. Pensé que no me cabría toda, pero si. Los
colagones huevos negros de Alexander tocaban los míos.
-Tenías razón, que prieto, que
rico está.
-Te lo dije –le respondió Gustavo
sonriendo.
-Uff sii, está calentito y
prieto, me encantan –dijo Alexander, que aún no había empezado a follármelo.
-Será mejor que te relajes –dijo
Gustavo en voz baja dirigiéndose a mí.
Le
miré. Recordé lo que me dijo el primer día que me folló. Debía relajarme. Cerré
los ojos y lo intenté. Pero en el momento en el que Alexander empezó a follarme,
no hubo relajación posible.
-AAAAAAAAAAAAAh, AAAAAAAAAAAh,
AAAAAAAAAAAAh
Las
embestidas eran brutales. Al igual que hiciese Gustavo, puso sus enormes manos
agarrándome la cadera y comenzó a follarme con brutalidad. Por si fuera poco,
sus huevos golpeaban en los míos con el tremendo vaivén, hasta el punto de
dolerme.
-Paraaa, paraa, AAAAAAAAAAh,
Gustavo por favor, ayúdame –le supliqué.
Se
acercó y me cruzó la cara. Me ardía.
-Así no te dolerá tanto el culo
–dijo riéndose a carcajadas.
Alexander
por un momento paró de follarme y rieron al unísono. Pero continuó. Era
realmente brutal, esta vez no hubo ni rastro de placer, y de veras, que lo
hubiera deseado, cualquier cosa era preferible a semejante tortura. Mi culo no
estaba preparado para esa polla tan larga y gorda. Por si fuera poco empezaron
a dolerme las muñecas y tobillos, había estado tan tenso que las correas
volvían a ser molestas.
-Toma perro, toma –gritaba
Alexander.
A
veces Gustavo le hacía un gesto con la mano, como indicando calma, pero realmente
lo que quería decir era que hablase más bajo. El muy cabrón. Siguió durante
largo rato hasta que el aumento en la presión de sus manos en mis caderas y un
acelerón final puso fin a la follada.
-Oooohhh mmm ooh –dijo entre
jadeos
La
sensación de que mi culo se empapaba reapareció. Lentamente dejó de darme
embestidas hasta que paró y la sacó con cuidado. Fue lo único delicado que le
vi hacer. Después, caminó frente a mí y me puso la polla frente a la boca.
Había restos de mierda, semen y sangre. Me asusté al verlo, pero el asco era
todavía mayor. Me negué a abrir la boca.
-Abre la boca zorra –dijo
tirándome del pelo.
No
quise, me daba igual lo que me hiciese, no iba a hacerlo. Aguanté el primer
tortazo, el segundo. Estaba a punto de ceder cuando Gustavo intercedió.
-Toma anda –dijo dándole una bola
de papel higiénico-, ya te has divertido bastante.
Alexander
se limpió de mala gana mientras Gustavo me soltaba del potro. Me bajé, pero
duré poco en pie, las piernas no me sujetaban y caí de rodillas. Apoyé una mano
en el suelo con la mirada perdida. Quería morirme.
-Bueno, me voy a dar una ducha
–dijo Gustavo.
-Vale, pero… ¿me dejarías un rato
a solas con él? –le preguntó Alexander.
Miré
a Gustavo horrorizado. Bajo ningún concepto quería quedarme a solas con él.
Gustavo puso mirada pensativa mirándome y luego le miró.
-Está bien, pero no te pases
¿vale?, cocina muy bien, y no quiero que le pase nada.
-Tranquilo, no le pasará nada que
le impida cocinar –dijo sonriendo.
Justo
antes de salir, Alexander volvió a dirigirse a Gustavo.
-Oye, ¿me dejarías las llave de
eso que lleva en los huevos?
Sin
pensárselo, Gustavo le lanzó el llavero con todas las malditas llaves.
Alexander lo agarró al vuelo.
-Tómalas, pero luego se lo dejas
puesto, ¿vale?
-Lo que tú mandes, jefe.
Acompañó
a Gustavo hasta la puerta y la cerró. Nos quedamos a solas. Yo seguía de
rodillas mirando, con lágrimas en los ojos y aterrorizado.
-Súbete a la cama –me ordenó.
-No, por favor, más no –le
supliqué.
Se
acercó con gesto malhumorado, me agarró del collar y me llevó como si fuese un
saco de patatas por media habitación. Me tiró sobre ella y ató mis manos juntas
al arnés que colgaba del cabecero de la cama. Se subió a la cama separando mis
piernas y poniéndose de rodillas se quitó la camiseta. Su torso musculado hasta
el último milímetro se hizo visible. Sin duda era uno de esos culturistas
obsesionados con marcar. Lanzó la camiseta contra mi cara. Con un movimiento de
cabeza pude quitármela de encima. Rebuscó entre las llaves y seleccionó la más
pequeña. Abrió el candado que sujetaba el cinturón de castidad a mis huevos y
me lo extrajo. Noté un gran alivio. Sin embargo, dejó la anilla que rodeaba mis
huevos, pero no podía quejarme.
-Que polla tan bonita tienes
rubio –dijo mirándola.
No
respondí. La observó sin tocarla. Lo siguiente no me lo esperaba. Agarró mi
tobillo derecho por la tobillera y se llevó mi pie derecho a su boca. Y comenzó
a lamerme la planta. Mi expresión de sorpresa y asco le hizo gracia.
-Mmm me encanta –dijo lamiéndome la
planta como si fuera un helado.
No
salía de mi asombro. Había ido a ese pie deliberadamente, era el que había
tenido que meter en la zapatilla con su corrida, y el calcetín estaba empapado
en su propia corrida. Era un auténtico cerdo. Sin embargo no pude reprimir una
sonrisita, me hacía cosquillas en el fondo.
-Para, para –dije riéndome.
Me
miraba y se reía. De pronto me miró a la entrepierna. Mi polla había
despertado. Estaba morcillona. Había algo en tener a un enorme negro lamiéndome
la planta del calcetín que me estaba poniendo cachondo. Alexander continuó
lamiéndome la punta de los dedos, el empeine, empapándome el pie de nuevo, esta
vez con su saliva y no con su semen. Cuando se aburrió de mi pie, que desde
luego le había resultado muy entretenido, me levantó ambas piernas, y
sujetándomelas por los abductores me levantó el culo. Me manejaba como si fuese
un maniquí, pero uno construido de espuma. Agachó su cabeza y de nuevo mi
mirada de sorpresa, aunque no tanto de asco cuando empezó a lamerme el ojete.
-OOOOhhh
-¿Te gusta eh? –dijo mirándome
con aquella sonrisa llena de inmaculados dientes.
-MMMM
No
podía ni responder. Estaba en el séptimo cielo. Movió su boca por mi culo con
total destreza. Cuando introdujo su lengua en mi aún dilatado culo el placer se
instaló en todo mi cuerpo.
-OOOOhh oohh siii –dije cerrando
los ojos.
Durante
un rato siguió la excepcional comida de culo. Cuando terminó dejó mis piernas
sobre la cama. Yo seguía con los ojos cerrados, cuando los abrí él estaba entre
mis piernas de rodillas muy sonriente.
-Parece que tan mal no te lo
estás pasando –dijo mirándome la polla.
-No –dije rojo de vergüenza al
ver mi polla.
Estaba
durísima y lucía mis 16 centímetros. De hecho desearme pajearme con locura,
pero vino algo mejor. Alexander se inclinó sobre ella y empezó a chupármela.
-No, no… oooh… oohhh –dije
transportándome de nuevo a otro lugar de paz y tranquilidad.
Llevaba
días sin tocarme debido al cinturón de castidad. Pero días antes de entrar en
casa de Gustavo no había tenido tiempo ni para una triste paja. Y no duré
mucho.
-Ah, ah… me corro tío –dije
queriendo avisarle.
Siempre
había avisado a todos mis ligues, aunque supiera que les daba igual que me
corriese en su boca. Con Alexander no hice la excepción, más por costumbre que
por respeto, aunque pareció darle igual. Noté como chorros y chorros de semen
iban a parar a su boca. Él siguió chupando, tragando, hasta que se incorporó.
-Que leche tan deliciosa tienes
–dijo limpiándose una llamativa gotita blanca de la comisura de sus labios.
-Gracias –dije muy cortado.
Entonces,
se incorporó. Comprobé que una vez más estaba empalmado. Me temí de nuevo lo
peor, pero se limito a masturbarse con rapidez. Apuntó a mi pecho, y se corrió.
Prácticamente no salió nada, y lo poco era transparente. Lo extraño es que no
me dio asco, había tenido su semen en la boca, pies, y culo, total, me daba
igual tenerlo en más sitios.
-Ha sido genial, mejor de lo
esperado –dijo bajándose de la cama.
Guardé
silencio mirando a otro sitio. Se vistió con parsimonia y entró en el baño a
limpiarse. Gustavo entró en la habitación, completamente vestido y perfumado.
Me miró.
-Oye te dije que le dejases con
el cinturón puesto –dijo de mala gana mirando en dirección al baño.
-Lo olvidé tío, pónselo tu, anda
–dijo.
Así
lo hizo. Fueron sólo unos pocos minutos pero disfruté de mi polla como un loco.
Pero la fiesta se había terminado. Al terminar Gustavo me soltó de la cama.
-Nosotros nos vamos a cenar, y a
salir de fiesta por ahí, que es viernes. Prepárate la cena y si quieres puedes
ver alguna película en el salón o algo, pero date una ducha antes –dijo
mirándome la corrida del pecho- ¿de acuerdo?
-Si, como quieras –dije triste.
A
mí también me apetecía salir, llevaba siglos sin hacerlo, pero ni se me ocurría
pedir algo así. En cuanto Alexander salió del baño me miró.
-Tenemos que repetir lo de hoy,
¿eh?
-Ya sabes, cuando quieras –dijo
Gustavo.
-Oye pues mañana por la tarde
podría traerme a un colega del gimnasio y entre los tres darle cañita al rubio.
-Si, porqué no –dijo Gustavo
despreocupado.
Hablaban
como si no estuviera allí. Un tercero. Eso sería horrible, no quería que
aquello ocurriese.
-Bueno chaval, hasta mañana –dijo
Alexander saliendo de la habitación.
-Pórtate bien –dijo Gustavo
saliendo detrás.
En
cuanto salieron por la puerta de casa rompí a llorar. Me derrumbé. Maldije
hasta la extenuación el día en que dije que sí a Gustavo. Y todo por no ir a
trabajar al pueblo. Si hasta me iban a pagar bien. Qué estúpido había sido. Me
había convertido en la zorra de dos cabrones, y pronto lo sería de un tercero.
Cuando me recompuse del bajón me di una ducha a conciencia. El culo me dolía
horrores y no era para menos. Cojeando llegué hasta la cocina, piqué algo,
aunque apenas tenía apetito después me tiré a ver la tele con la mirada
perdida.
El
portazo me sobresaltó. Me había quedado viendo una película hasta las tantas y
no la vi terminar por quedarme dormido. Gustavo había entrado por la puerta,
miré rápidamente un reloj. Eran casi las 7 de la mañana, y la luz del alba
empezaba a iluminar tímidamente el cielo. Dando tumbos de pared a pared se
acercó hasta la puerta del salón.
-Guille… tío… ayúdame que voy
muy… pedo –dijo balbuceando.
Me
asusté en un principio, por miedo a que me echase la bronca por haberme quedado
dormido en el salón, pero aquel hombre no se encontraba en condiciones de
abroncar a nadie. Salí corriendo y dejé que se apoyase en mí. Olía a tabaco y
alcohol, incluso a vómito. Le llevé hasta su habitación y cayó a plomo boca
arriba sobre la cama. Le observé. Daba pena. Empecé a quitarle los zapatos.
-Qué bueno eres Guille –dijo
trabándose la lengua.
-Sí, claro –dije sin más.
Le
desabroché el pantalón y a tirones conseguí sacárselo. No era la primera vez
que metía a un borracho en la cama. En el pueblo en más de una ocasión había
tenido que llevar a amigos borrachos a sus casas. Doblé el pantalón y
cuidadosamente lo coloqué sobre la silla del escritorio. Un ruido de llaves me
hizo mirar al suelo. Era el llavero que abría todas las cerraduras que me tenían
allí preso. De pronto mi corazón dio un vuelco. Miré a Gustavo. Estaba con una
mano sobre el pecho y con una sonrisa de felicidad, pero completamente k.o. No
me lo pensé dos veces, salí corriendo a la entrada y abrí el baúl. Conocía las
llaves perfectamente. Saqué todas mis cosas de allí. Paré. Escuché. Todo en
silencio. Empecé a rebuscar entre las llaves buscando la más pequeña, la que
sabía que abría el cinturón de castidad. En cuantos conseguí quitármelo lo tiré
al baúl con gran desprecio y haciendo ruido. Me quedé en silencio de nuevo.
Nada, salvo los latidos de mi corazón, pero no ocurrió nada. Empecé con los
candados de las muñecas y luego los de los tobillos. Viendo el asco de
calcetines que llevaba pensé en ponerme algunos sucios de mi macuto, que sin
duda estarían más limpios, sin corridas ni babas de tíos, pero no quería pasar
ahí el más tiempo del necesario, no quería jugármela, era mi oportunidad y la
iba a aprovechar. Con ayuda del espejo me abrí el que me cerraba el collar. Con
más cuidado esta vez, deposité todos los candados en el fondo del baúl. Saqué
todas las correas y las tiré con menos cuidado al baúl. Empecé a ponerme la
ropa con la que llegué a esa casa días atrás, los calzoncillos, la camisa, los
vaqueros. Cuando estaba ajustándome el cinturón me surgió la duda. Me iba a ir…
pero ¿a dónde? Todo se estaba precipitando y no tenía un plan. Estaba como al
principio, no tenía nada, aunque tenía claro que sabía dónde quería ir, y era a
mi casa en el pueblo, con mis padres, pero necesitaba dinero. Entonces tuve la
idea. Sin ponerme las zapatillas volví sigiloso hasta la habitación de Gustavo.
Estaba exactamente igual que donde lo dejé. Pero roncaba profundamente.
Rebusqué en los bolsillos de su pantalón y tuve premio. Su cartera. Salí al pasillo
con ella para ver con claridad lo que había dentro. Era mi día de suerte, un
billete de 50 y otro de 5 Euros. Con el de 50 me sobra para el billete –pensé-.
Me lo guardé en el bolsillo del pantalón y dejé la cartera en su pantalón.
Antes de salir de la habitación le miré por última vez.
-Gracias por tu hospitalidad,
cabrón de mierda –dije en voz baja.
Retorné
de nuevo a la entrada, donde me esperaban mis zapatillas y mi macuto. Me calcé.
Comprobé que la corrida de Alexander prácticamente se había secado. Abrí la
puerta de casa, que curiosamente no estaba cerrada con llave. El pobre borracho
a duras penas había podido abrirla. Vi el baúl abierto tiré dentro las llaves y
lo cerré con el candado. Sin mirar atrás salí con cuidado de no hacer ruido al
cerrar y me subí en el ascensor. Saqué el móvil de mi bolsillo,
sorprendentemente aún tenía batería aunque estaba en las últimas. Eran las 7.30
de la mañana de un sábado. Salí a la calle. Respiré profundamente, el aire
fresco de la mañana, cuánto lo había echado de menos. Caminé deprisa, muy
deprisa en dirección a la estación. Hasta que, pese al dolor en mi culo, empecé
a correr, no quería mirar atrás, volvería a mi pueblo y reconocería que me
había ido mal, a fin de cuentas tampoco era ningún delito. Cualquier
humillación o burla que pudiera sufrir no sería nada comparado con lo que había
pasado en aquel maldito piso. Decidí que jamás contaría a nadie lo que me había
ocurrido durante esos cuatro días.
Agradezco cualquier comentario,
Un saludo,
Carcarus
Bueno, lo lei todo de un tiron. Pero...no me gustó el final.
ResponderEliminarUn abrazo
Leam Moonkill, SL
Excelente, me mantuvo intrigado y animado a seguir leyendo, pero el final no me gusto
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