Capítulo 4 – A solas
La
semana estaba finalizando. Ya habían pasado varios días desde que me
convirtiese oficialmente en esclavo de Samuel, Sergio y Víctor. Semana en la
que no me había despegado ni por un instante del móvil. Cada vez que sonaba o
me entraba un mensaje me daba un vuelco el corazón, y lo miraba con la
esperanza de que fueran ellos los que me lo mandasen. Maldecía enérgicamente
cuando lo que recibía era asquerosa publicidad.
Aquel
jueves de mayo había amanecido nublado. Amenazaba lluvia, sin embargo la
temperatura era muy agradable. Las clases eran en algunos casos de repaso y en
otros para apurar los últimos temas, pues estábamos a pocos días de dar por
finalizado el curso y comenzar las fechas de exámenes.
Durante
la semana tuve que reprimirme varias veces para no llamar a Víctor, que era mi
contacto y preguntarle si requerían de mis servicios. Sin embargo, Samuel me
había especificado que ya me avisarían así que me contuve. Esa tarde, cuando
estaba inmerso en problemas de álgebra el sonido del móvil hizo, que diese un
respingo en la silla. Lo miré y era un sms: “A ls 8 aki sklavo”. El número no lo conocía, así que llegué a la
conclusión de que debía ser el teléfono de Samuel, además de que era el único
en esa casa que me llamaba esclavo abiertamente, aunque tampoco me molestaba.
Miré
la hora y el corazón se me aceleró del todo. Había perdido la noción del tiempo
desde que me pusiera a estudiar a eso de las cinco de la tarde y los problemas
de álgebra me habían llevado a gran velocidad hasta las ocho menos diez. Me
vestí apresuradamente y con apenas cinco minutos para las ocho salí corriendo
de casa. No quería llegar tarde bajo ninguna circunstancia.
Sin
oxigeno y jadeante, respondí “soy Julio” cuando sonó la voz de Samuel por el
interfono del portal. Faltaba un minuto para la hora y ya estaba en el portal.
Subí las escaleras despacio tratando de recuperar el aliento, limpiándome con
el brazo el sudor de la frente y secándome este en el pantalón.
Cuando
llegué a la puerta de la casa, ésta estaba entornada. La abrí y entré. Vi al
fondo a Samuel sentado en el sofá del salón viendo la tele. Al dar un paso
tropecé con algo, era la mochila la mochila en la que había metido mi ropa el
día anterior.
-Tienes el uniforme en la
mochila, ¡póntelo y ven! – me gritó desde el salón.
Saqué
la llamativa camiseta amarilla de la mochila, el mutilado bóxer blanco y los
calcetines, que ya no estaban húmedos, aunque estaban completamente tiesos y
endurecidos, probablemente por haberse resecado la corrida de Samuel. Me quité
toda la ropa que llevaba, la metí en la mochila dejándola en el pasillo, me
vestí con la ropa que era mi uniforme y fui hacia el salón. Cuando llegué
observé que estaba Samuel solo.
-¿Estás solo? – le pregunté.
-Sí, Víctor y Sergio se han ido
al cine a ver una de sus fricadas – me respondió mirándome de arriba abajo para
comprobar que llevaba puesto el uniforme.
La
idea de una velada a solas con Samuel no me hacía ni pizca de gracia, pero era
lo que había.
-Me vas a quitar las zapatillas,
que llevo todo el día fuera.
-Enseguida – dije rápidamente.
Me
fui a sus pies y desaté los cordones. Cuando saqué la primera un apestoso olor
inundó la habitación. Los calcetines estaban ennegrecidos y eran, como no, los
del día anterior, y el anterior, y el anterior…
-Uff llévatelas de aquí, apestan,
y hazme la cena que estoy muerto de hambre.
Le
saqué la otra zapatilla y me las llevé como si quemasen hasta la cocina, ahí
las saqué fuera, a una galería que daba al exterior. Confiaba en que así se
ventilasen. Hice lo primero que se me ocurrió de cena y lo llevé al salón.
-Aquí, aquí, tráeme la bandeja
aquí que me apetece comer en el sofá estoy cansado y así aprovecho para ver
algo en la tele – dijo al tiempo que zapeaba.
-Por supuesto, dije sumisamente.
Le
entregué la bandeja con la comida y me quedé parado sin saber muy bien qué
hacer.
-¿Qué coño haces ahí parado?,
túmbate en el suelo y dame un masaje en los pies, que los tengo reventados
joder.
Era
lo último que me apetecía hacer, tener contacto con esos calcetines, hubiera
preferido los de Víctor o Sergio, que aunque feos estaban algo más limpios. Me
tumbé en el suelo y me coloqué los pies de Samuel sobre mi pecho. Estaban
empapados en sudor, aun calientes y súper currados.
Le
agarré uno de sus pies y se lo masajeé con delicadeza. Mis dedos pasaban por la
superficie de los calcetines con gran facilidad por estar completamente
empapados en sudor. El olor poco a poco se fue haciendo más soportable, no
sabía si porque se estaba secando o quizás porque ya me estaba acostumbrando a
él.
Dejé
sus pies apoyados sobre mi pecho tras un rato masajeándolos. Durante unos
minutos no se percató de que no hacía nada con ellos hasta que un corte
publicitario hizo que tuviese más trabajo.
-No ha estado mal el masaje,
esclavo, ahora me vas a limpiar los calcetos con tu lengua, así no tendré que
gastar unos limpios, venga, y nada de parar si yo no te lo digo ¿está claro? –
dijo plantándome los pies sobre la cara.
-Claro tío, lo que tú mandes
–dije sin más.
-De tío nada – dijo propinándome
una patada en la cara.
-Auuuu
-Me llamarás Señor y te dirigirás
a mí con respeto, que para eso eres un esclavo de mierda, ¿lo has pillado? –
dijo dándome otra patada.
-Aaaaau, sí, sí Señor, lo he
entendido.
Contra
todo pronóstico mi polla había reaccionado bien ante aquella forma de desprecio
y de trato hacia mí, por parte de Samuel, me gustaba que me tratase así, como
el esclavo que era. Para agradecérselo me coloqué una de sus ennegrecidas
plantas sobre mi boca y empecé a lamerla frenéticamente.
-Jajajaaja eh eh despacio
despacio esclavo, que así me haces cosquillas – dijo Samuel levantando
levemente su pie.
-Lo siento Señor, seré más
cuidadoso.
Con
más delicadeza, pero con dedicación, seguí lameteando el calcetín, comparado
con el otro parecía menos sucio, aunque seguían marcados los dedos, el exterior
del pie y el talón.
-Pásate al otro – me ordenó
quitándome de la boca el empapado calcetín.
Sin
réplica continué mi trabajo con igual entrega. Aunque seguían oliendo mal los
calcetines de mi Señor ya lucían mejor y eso me hacía sentir bien, era obra
mía, estaba siéndole de utilidad. Después de un largo rato lameteando la áspera
tela de los calcetines de Samuel, tenía la boca completamente seca, me dolía la
lengua.
-Por favor Señor, ¿me permite
beber agua?, tengo la boca seca.
-Te jodes, aquí no tienes derecho
a nada y menos a agua.
-Pero Señor… -dije en tono
suplicante.
-¡Que te calles puto esclavo!
–dijo pegándome con su talón en el pecho – y continúa lamiendo.
-Aaaauuu, perdón perdón Señor,
enseguida.
Pese
a seguir gustándome lo que hacía me costaba horrores pasar la lengua por los
calcetines, casi los prefería recién salidos de la zapatilla para que aportasen
humedad. Continué por un largo rato, hasta que por fin se cansó de ver la tele.
-Ponte a cuatro patas esclavo –
dijo apartando de mi sus pies.
Lo
hice de buen gusto. Cuando estuve colocado, Samuel se levantó, se puso sobre mí
y se sentó sobre mi espalda. No me lo esperaba y me caí hacia un lado con él
encima.
-Serás estúpido puto esclavo,
¡levanta! – dijo visiblemente enfadado.
-Perdón Señor, no sabía…
Me
agarró del pelo y me hizo ponerme a cuatro patas.
-AAAAAAAAAAAAAAAyyyy.
-Vuelve a gritar y te largas
¿entendido? – dijo amenazante.
-Lo siento Señor, me ha dolido
mucho.
-Te jodes.
Volvió
a subirse sobre mí. Esta vez estaba prevenido, no pesaba demasiado pero tampoco
era muy cómodo que digamos.
-Llévame a mi habitación – dijo
dándome una cachetada.
Empecé
a andar. Eran pocos los metros que me separaban de su cuarto pero parecían varios
kilómetros. Cuando estuvimos dentro me hizo parar junto a su cama.
-Uf que a gusto –dijo tirándose
sobre la cama.
Se
colocó boca arriba y me agarró del pelo nuevamente.
-Sube aquí y quítame los
pantalones – dijo forzándome con su mano a mirarle.
-Sí Señor.
Me
subí a la cama y con cuidado le desabroché el cinturón, a continuación el botón
del pantalón y le bajé la cremallera. Pude ver que llevaba un bóxer blanco
ligeramente abultado. Fui sacándole poco a poco los pantalones hasta que se los
quité del todo.
-Uf que alivio, la verdad es que
ya va haciendo calor – dijo.
-Sí, un poco – dije como si se
tratase de una conversación de ascensor.
-El bóxer.
-¿Cómo? – dije algo despistado.
-Que me quites el puto bóxer
imbécil – me dijo con tono de desprecio.
-Oh, sí por supuesto.
Metí
mis dedos entre su cintura y la tela de la prenda en cuestión. Lentamente
comencé a bajarlo. Parecía haberse quedado enganchado con su polla pero
finalmente esta emergió semi erecta. Terminé de quitárselo y lo dejé junto con
el pantalón. Me quedé alternando la mirada entre su cara y su polla.
-A qué esperas, joder, no se va a
chupar sola – dijo finalmente.
Eso
me autorizaba ya a mamársela, y aunque no era de mis pollas favoritas dentro de
la casa tampoco le iba a hacer ascos. Se la agarré y empecé a pajearle
lentamente. Vi cómo cerraba los ojos. No tardó en crecer y ponerse
completamente dura, en cuanto lo estuvo la descapullé y me la llevé a la boca.
-Mmmm – gimió de pronto.
Aun
con cierto dolor en la lengua por la sesión de lamida de calcetines, inicié la
mamada como había aprendido a hacerla, lenta y pausadamente. Agradecí
enormemente sus primeras gotas de lubricación que ayudaron a reducir la
sequedad de mi boca. Acompañé la mamada de una paja, hacía unos días la idea de
tener una polla en la boca no me hacía demasiada gracia y mucho menos que se
corriese dentro, pero en ese momento lo deseaba con locura, era el único
líquido que podría llevarme a la boca en esa casa.
-Ufff joder qué rico, aprendes
deprisa cada día lo haces mejor esclavo – fijo Samuel encogiendo ligeramente
las piernas.
Continué
cada vez más deprisa. El aumento en la lubricación indicaba que estaba
excitadísimo, casi a punto de correrse.
-Vale vale, para – me ordenó de
pronto.
Le
di unos lametones más y succioné lo que pude antes de parar. Cuando le miré de
nuevo sostenía con su mano derecha algo que ya había visto antes, unas esposas.
-No serán necesarias – dije sin
dejar de mirarlas y con cierto tono de miedo.
-Yo me follo a mis putas como me
da la gana ya te lo dije el otro día, date la vuelta esclavo, y pon las manos
atrás – me ordenó.
-Por favor Señor, no es
necesario…
-Date la vuelta ahora mismo o te
piras – me dijo, y desde luego sonó a ultimátum.
Sabía
que el momento de ver las esposas llegaría más tarde o más temprano y no podía
negarme. Me giré y me senté de espaldas a él entre sus piernas. Agarró mi mano
izquierda y rápidamente noté el gélido metal rodearme la muñeca acompañado de
un ruido característico, que hasta ese momento solo había oído en películas.
-Por favor Señor, no lo haga, no
me pete nunca lo han hecho en serio, no me va eso.
La
respuesta no fue otra que terminar de cerrarme las esposas. Estaba atado, me
sentía completamente indefenso y entregado. Noté movimiento detrás de mí,
cuando fui a girar la cabeza para ver que ocurría Samuel se había levantado y
estaba saliendo de la habitación. No tenía ni idea de a dónde iba, pero
agradecía no tener que llevarle sobre mi espalda, además de no poder hacerlo
por tener las manos atadas a la espalda.
Mi
sensación de alivio como vino se fue. Samuel apareció por la puerta con algo en
la mano, era un consolador, de color carne, de no más de 15 centímetros. Sentí
cómo se me helaba la sangre de la cabeza. Fue directamente a la mesita de noche
y lo dejó sobre ella.
-¿Qué es eso? – le dije sabiendo
de sobra la respuesta.
-¿Esto?, un juguetito que tiene
Víctor, sé que lo usan esas dos mariconas desde hace tiempo, así que se lo he
cogido prestado para usarlo contigo.
-No por favor Señor, de verdad…
Sin
decir nada más se agachó y cogió uno de los múltiples calcetines sucios con los
que estaba decorado el suelo.
-Abre la boca, y no se te ocurra
rechistar o largas.
Esa
advertencia hizo que me reprimiese. Abrí la boca y el pisoteado y usado
calcetín fue alojado dentro. Después, Samuel rebuscó entre sus cajones y sacó
un rollo casi acabado de cinta americana, cortó un trozo con los dientes y me
selló la boca con él. Enseguida noté el sabor de la tela al que ya estaba
acostumbrándome.
-Si es verdad que no te han
petado nunca esto no te resultará muy agradable, y no quiero que se enteren
todos los vecinos de tus chillidos.
Esa
declaración de intenciones lejos de tranquilizarme me puso muy nervioso, no
presagiaba nada bueno.
-MMMMMMM
Mis
quejas y gritos estaban totalmente silenciados, intenté ponerme de pie, pero un
solo empujón le bastó a Samuel para sentarme de nuevo sobre la cama.
-Tranquilo esclavo, he desvirgado
más de un culito, la facultad está llena de putitas que vienen a la universidad
en busca de sexo, si no mira a mis dos queridos compañeros de piso.
No
le quitaba ojo, aunque ese último comentario consiguió sorprendentemente
calmarme un poco.
-Túmbate bocabajo – me ordenó.
Vacilé
un poco, pero en cuanto amagó con golpearme obedecí. Me coloqué con la cabeza sobre
la almohada sin dejar de mirarle. Volvió a coger el rollo de cinta americana y
tiró de ella.
-Separa las piernas.
Lo
hice. Se colocó a los pies de la cama y comenzó a atarme cinta alrededor del
tobillo derecho y de ahí a los barrotes de la cama, dio varias pasadas hasta
que la cortó también con los dientes. Repitió la operación con mi otro pie,
dejándome los pies atados a los extremos de la cama.
-Bueno no queda más, pero yo creo
que patadas no podrás dar – dijo tirando bruscamente el rollo de cinta sobre la
mesita, a escasos centímetros de mi cara, del que sólo quedaba el esqueleto de
cartón.
Se
movía con rapidez y seguridad, tenía la impresión de que no era el único que
había pasado por aquella postura en aquella cama.
-Empecemos, ¿te parece? – dijo
con una sonrisa.
-MMMMM – dije tratando de decir
“no”.
Perfectamente
vi cómo cogía el consolador. Se colocó de rodillas entre mis piernas y empezó a
pasarme el dichoso objeto por las nalgas, aprovechando el corte que tenía el
bóxer. Me estremecí, traté de retorcerme y juntar las piernas pero la cinta
americana funcionaba a la perfección.
-No está mal, no tienes mal culo,
con los días lo convertiré en un culito tragón.
-MMMMMMM
-¡Calma!, si os acaba gustando a
todas.
Me
separó las nalgas. Noté como algo cálido y húmedo me empapaba el culo.
Retorciendo un poco más el cuello vi que estaba escupiéndome. Deslizó el
consolador hasta la entrada, haciendo círculos empapó toda la zona con su
saliva y comencé a notar presión.
-MMMMM
-Si no te relajas será peor para
ti.
No
me daba la gana relajarme, en ese momento estaba maldiciendo el día en el que
conocí a Víctor por internet. Continuó presionando hasta que la punta se abrió
camino y la noté dentro.
-MMMMMMMMMMMMMMMMM
Quería
gritar, me dolía, me retorcí cuanto pude y cuanto me dejaban las ataduras, me
hice daño en las muñecas. Dejó unos instantes la punta dentro y lo sacó para
escupir de nuevo. Una vez más presionó y entró con mayor facilidad, empezó a
moverlo en círculos y con cierto ángulo, para que ganase en holgura.
-MMMMMMM –gritaba tratando de que
se me entendiese algo.
-No te entiendo, si no tuvieras
ese extraño gusto por comer calcetines y no te los llevaras a la boca… -dijo
con sorna.
Continuó
apretando. Decidí no resistirme por un instante, en parte por dejarme llevar y
en parte por ver qué pasaría, y pude comprobar que el consolador entraba con
más facilidad y menor dolor.
-Eso es, ¿ves? Así es mejor.
Poniendo
en práctica la nueva política, dejé que continuase sin mostrar resistencia.
Centímetro a centímetro mis prejuicios sobre aquello estaban siendo
atravesados, aunque seguía sintiendo dolor.
-Ya está dentro – dijo con tono
triunfal justo cuanto dejé de notarlo entrar- así mi polla entrará mejor, que
es más grande que ese consolador de maricas que tiene Víctor.
Me
había olvidado por completo de su polla. Sin embargo, era evidente que era la
siguiente en entrar en mi culo, y casi debía estar agradecido de que hubiese
pasado por el consolador antes. Comenzó a pajearse delante de mí para recuperar
la erección, que le había disminuido durante toda la operación.
-Ahora viene mi polla, que cómo
tú mismo me dijiste, es la que más te gusta. La verdad es que me alegro de que
te hayan traído esos dos, no está mal tener a alguien a quien tirarse cuando a
uno le dé la gana, además Víctor y Sergio son dos estrechos.
No
era precisamente la idea en absoluto que tenía de Víctor y Sergio, pero viendo
cómo se las gastaba Samuel, tampoco me extrañaba que tratasen de mantenerse
alejados.
-Bueno veamos cómo va eso – dijo.
Se
colocó de rodillas nuevamente delante de mi culo y empezó a manipular el
consolador. Empezó a tirar de él moviéndolo en círculos. El dolor menos
soportable había vuelto.
-MMMMMMM
-Sssssh ya casi está.
Fue
más rápido que al meterlo. En cuanto me quise dar cuenta me lo había sacado del
todo, no obstante, no tuve ni un segundo de respiro, pues enseguida noté la
cabezona y caliente polla suya entrando con cierta rapidez.
-MMMMMMMMMMM
-Bueeeno algo ha hecho esto.
Siguió
empujando. Me dolía mucho más que antes, su polla era algo más ancha y larga
que el consolador de plástico. Durante un rato estuvo empujando y parando.
-Un poco estrecho para mi gusto,
pero en unos días….
Apenas
comprendí el alcance de esas palabras, un último tirón hizo que notase sus huevos
pegados a mi culo.
-MMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMM
El
dolor era insoportable, sentía como si me hubiera partido en dos, me maree por
completo, incluso sentí náuseas, sin embargo, lentamente fue desapareciendo.
Agarró mis caderas y empezó un lento mete saca.
-MMMMMMMMMM
-Ufff que gusto, hacía semanas
que no metía.
Por
fin el dolor bajó a umbrales soportables. Trataba de mantenerme relajado aunque
me costaba. Su polla parecía estar lubricando a toda velocidad, ya que se movía
con mucha más facilidad dentro de mi culo. Poco a poco fue aumentando el ritmo,
parecía estar a punto de acabar.
-MMMMMMMMMM MMM MMMMMMMM – grité.
Pero
le daba igual, quería por todos los medios pedirle que no se corriera en mi
culo pero no tenía forma de hacérselo saber, aunque dudo que me hubiera hecho
el más mínimo caso.
-Sii siiii uffffffff mmmm que
gustooooo – gritó de pronto.
De pronto pude
notar algo muy caliente dentro de mi culo. Se había corrido sin duda alguna.
-Guau, ha sido genial –dijo
sacándosela por fin.
Se
puso frente a mí con la polla aún babeante y de un tirón quitó la cinta
americana de mi boca.
-AAAAAAAAAAAAAAuuuuuuu – grité a
través del calcetín.
Escupí
el calcetín como pude. Samuel no me dejó un minuto de respiro y me metió la
polla en la boca.
-Venga límpiala.
La
limpié bien, hasta dejarla brillante. En cuanto terminé sacó una llave de la
mesita de noche y me abrió las esposas.
-Desátate los pies con esto, te
vistes y te piras de aquí – dijo
poniéndome unas tijeras junto a la cara.
Dicho
lo cual se puso el bóxer que le había quitado y se marchó al salón. Me costó
horrores separar los pies de la cama con las tijeras por lo resistente que era
debido a tantas pasadas. Cuando lo conseguí recorté los restos de cinta de la
cama y de mis tobillos y los tiré a la papelera, fui al pasillo, donde estaba
la mochila, me vestí dejando el uniforme dentro como hiciese la vez anterior y
me asomé al salón.
-Hasta luego – dije desde la
puerta del salón.
No
obtuve respuesta. Salí por la puerta y cuando había bajado un piso me encontré
con Víctor y Sergio que subían.
-¡Hola! – me dijo Víctor.
-Hola – dije algo cortado.
-¿Ya te vas? – me preguntó
Sergio.
-Si… bueno, ya había terminado,
pero si queréis algo subo otra vez… - dije tratando de ser cortés.
-No, no, yo creo que no, ¿no? –
dijo Víctor tratando de obtener la aprobación de Sergio.
-No, no hace falta, no te
preocupes – dijo este finalmente.
-Bueno, pues, nada, ya me
llamareis otro día si queréis algo.
Me despedí de ellos y bajé a la
calle. Respiré una profunda bocanada de aire. Caminaba con cierta dificultad,
me dolía el culo y lo sentía húmedo, llevaba la corrida de Samuel dentro de mí.
Era la primera vez que sentía una sensación como esa, muy extraña para mí,
aunque a la que debería ir acostumbrándome. Me había convertido justo en lo que
no quería: un esclavo sexual.
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