A la desesperada encontré amo
No
había una sola semana que no comprase el periódico de anuncios locales. La
publicación me estaba siendo de gran ayuda, había conseguido comprarme el coche
de segunda mano y había tenido una experiencia inolvidable con un amo, que
aunque muy cabrón, severo y al que le gustaba mucho el sado me había provocado
un torrente de nuevas fantasías que no conocía. Pese al gran dolor que me había
causado estirándome los huevos y quemándome con la cera, había descubierto esa
extraña afición en mí. Fue una auténtica lástima no haberlo practicado antes y
haber llegado perfectamente adiestrado a ese amo, pero no pasé la prueba.
La
sección de contactos del periódico estaba plagada de pequeños anuncios de todo
tipo, chicos jóvenes que buscaban su primera experiencia con tíos, maduritas
cachondas, casados curioso, búsqueda de tríos… pero a mí esos anuncios me daban
lo mismo, ni los miraba. Sin embargo, encontré uno que quizás fuese lo que
andaba buscando: “Te busco a ti, sumiso,
disciplinado y sin límites, abstenerse curiosos”, acompañado esta vez, de
un número de teléfono.
Pasé
nervioso el día entero, dándole vueltas, llamar, no llamar, no sabía qué hacer,
tenía miedo de dar con algún amo como el último, pero al tiempo que me
empalmaba solo de pensar en volver a verle. En ese anuncio sólo había dos
palabras que me retenían poderosamente como dos cadenas para no llamar, “sin
límites”.
La
imprudencia, la excitación, el ansia, o quizás un batido de todas ellas,
aliñado con una gran dosis de morbo, hicieron trizas las cadenas decidiéndome
por fin a coger el teléfono y marcar los dígitos que conformaban el número de
teléfono del amo. Pulsé el botón verde de descolgar y esperé el tono mientras
pintarrajeaba compulsivamente un trozo de papel junto al periódico.
-¿Diga? – sonó una voz al otro
lado del teléfono tras cuatro tonos.
-Sssi, ho hola – dije
nerviosísimo.
-¿Quién es? – dijo el amo.
-Llamo por el anuncio, soy su
sumiso – dije en un arranque de valor.
-¿Edad? – me preguntó.
-26 años.
-¿Límites?
-Ninguno señor – dije firmemente.
Sabía
de sobra que eso me podría conducir a una espiral de morbo, placer y sobre todo
dolor, pero me daba igual.
-¿Hoy te viene bien?.
-Por supuesto – dije tratando de
no parecer impaciente.
-Bien, vendrás a mi casa, a una
dirección que sabrás cuando yo quiera que sepas, te la mandaré a este número
por el que me llamas, en el momento de recibir el mensaje tendrás 30 minutos
para llegar, ni uno solo más, no podrás venir más que andando…
-Entiendo, amo.
-No me interrumpas, no he
terminado. Deberás saber que en un momento determinado te pediré algo, un
precio, y te advierto que será un precio muy elevado por ser mi perro, el mayor
que hayas pagado por algo en tu vida.
-No tengo mucho dinero amo – dije
con tono de pena.
-Tu dinero no vale nada, no busco
eso, en su momento sabrás lo que es, pero no podrás negarte a pagármelo si es
que quieres quedarte conmigo, y no es negociable, ¿te ha quedado claro?.
-Muy claro amo, pero…
Me
había colgado, había dicho todo lo que tenía que decirme, y yo había aceptado
así que no podía sino esperar. Cargué el móvil, no quería que por cualquier
circunstancia me quedase sin batería, incluso rechacé dos llamadas entrantes de
amigos, ese día no estaba para nadie, solo para mi amo, al que aún no conocía.
Como
no sabía en qué momento recibiría el ansiado mensaje, me vestí, unos vaqueros,
camiseta y deportivas. Así tendría eso ganado. No sabía qué hacer, cualquier
actividad me resultaba insatisfactoria, me aburría con todo por mi incapacidad
para concentrarme, me daba igual ver la tele que navegar por internet que leer,
sólo pensaba en qué me depararía este nuevo amo y sobre todo a qué se refería
con eso de “un precio muy elevado”.
Por
fin, cuando estaba finalizando una parca cena el móvil emitió el sonido que
indicaba que un mensaje acababa de entrar. En él pude leer una dirección, pero
no tenía ni idea de dónde estaba. Me conecté a internet lo más rápidamente
posible, era consciente de que el tiempo corría en mi contra. Cuando puse la
dirección y el mapa se mostró se me vino el mundo encima. Había más de hora y
media andando hasta aquel lugar. Reconocía aproximadamente dónde estaba.
Imprimí el plano y salí de casa como alma que lleva el diablo.
Pasé
junto a mi nuevo coche de segunda mano, pensé en cogerlo, pero el amo había
sido muy explícito, debía ir andando. Aunque no lo hice, andando no me habría
dado tiempo, quizá corriendo…
Tras
media hora corriendo di gracias de estar en relativa buena forma física y sobre
todo de haber elegido unas zapatillas como calzado aquel día. Con el mapa en la
mano y jadeando busqué el emplazamiento señalado. Entré en una calle de chalets
adosados bastante corrientes. Era casi de noche, había poca gente por la calle,
desgraciadamente, había pasado ya la media hora y dudaba de si el amo me
querría recibir.
Atravesé
el camino del jardín que llevaba a su puerta y mirando el timbre, pensé si
salir corriendo en sentido contrario. Pero toqué el botón, la verdad es que no
me quedaban fuerzas para seguir corriendo. Con la mirada clavada en el suelo, y
tratando de recuperar la respiración esperé a que la puerta se abriese.
Unos
instantes después pude oír un chasquido y la puerta se abrió. Lo primero que vi
del amo fueron sus pies, enfundados en unos muy usados calcetines blancos.
Seguí subiendo por unos pantalones vaqueros muy claros y gastados, una camiseta
muy ajustada y le miré directamente a la cara. No tendría más de 35 años, algo
más de metro ochenta, barba de dos días, pelo castaño oscuro corto y ojos
claros. Al verlo mi polla dio señales de vida.
-Llegas tarde – me dijo sin más.
-Lo siento amo – dije mirando al
suelo de nuevo – vivo lejísimos.
-Serás castigado por esto y te
advierto que no te va a resultar placentero en absoluto el castigo, así que
como no hemos comenzado, te daré la opción de irte.
-Entiendo amo, pero me quiero
quedar, asumiré mi castigo, me lo merezco – dije resignado.
-Pasa –dijo apartándose esbozando
una leve sonrisa.
Entré
dubitativo a una especie de recibidor, decorado con un mueble a un lado y un espejo
a otro. La puerta de la entrada fue cerrada una vez estuve dentro. De uno de
los cajones del mueble el amo sacó dos bolsas de basura azules.
-Mete aquí tu cartera, móvil,
llaves, ese tipo de cosas que lleves encima – dijo abriendo una de ellas.
-Pero para qué –dije temeroso.
En
ese momento recibí un tortazo que me llevó la cara al otro lado.
-Auuu – dije pasándome la mano
por la mejilla ardiente.
-Obedece – me dijo sin más.
Rápidamente
me eché mano a los bolsillos. Extraje el móvil, la cartera, y las llaves,
tirándolo todo al interior de la bolsa.
-¿Está todo?.
-Sí, sí, amo, está todo - dije
firmemente.
-No quiero que nos molesten –
dijo cogiendo mi móvil y desarmándolo por completo.
Sin
decir nada más, dejó caer el móvil despiezado, cerró la bolsa y desapareció de
mi vista, doblando la esquina de lo que parecía un pasillo a mi izquierda.
Esperé paciente hasta que volví a verle.
-Te devolveré esa bolsa cuando
acabemos.
-Gracias amo.
-Ahora mete en esta tu camiseta,
pantalón y zapatillas – dijo abriendo la segunda bolsa que había sacado.
Me
saqué a toda prisa la camiseta, al tiempo que me quitaba las zapatillas con los
pies. Desabroché el pantalón, me lo quité, y metí todo en la bolsa, quedándome
únicamente con el bóxer y los calcetines.
El
amo cerró la bolsa y la dejó caer al suelo. De un cajón del mueble de la
entrada extrajo unas correas.
-Esta vez te las pondré yo, la
próxima vez que vengas, te las pondrás tú solo, ¿entendido?
-Sí, amo.
-Bien, extiende un brazo.
Obedientemente
le entregué mi brazo derecho. El amo no tardó en atarme a la muñeca una gastada
correa de cuero con una anilla. El tacto con el cuero le había encantado mi polla que ganaba tamaño con gran rapidez.
-La otra – dijo.
Le
extendí mi brazo izquierdo, y de pronto otro tortazo brutal me giró la cara por
completo.
-Aaaaauuu.
-¿Qué coño es esto? – dijo
señalándome mi muñeca.
Tras
recuperarme del tortazo tardé un instante en comprender que aquello que
señalaba era mi reloj.
-Un reloj amo.
-¿Y no te dije que metieses ese
tipo de cosas en la bolsa? –dijo quitándomelo con brusquedad.
-Lo siento no me di cuenta amo.
-Empezamos mal, serás castigado
por esto también – dijo tirando el reloj al suelo.
El
reloj dejó marcada para siempre la hora de mi fatal error, pues no volvió a
funcionar más tras el golpe. El amo me apretó la correa del brazo izquierdo con
más fuerza que la del otro lado. Después de eso me ató sendas correas restantes
en los tobillos.
-Ahora tu collar –dijo sacando
uno de un cajón.
No
pude si no mostrarle una sonrisa. Nunca me habían puesto ese tipo de correas,
aunque si collares y me encantaba. Cuando terminó de ponérmelo se alejó un
metro, como queriendo mirar a su nuevo perro con cierta perspectiva.
-Perfecto, ahora ponte a cuatro
patas y coge esa bolsa – dijo señalándome la bolsa donde estaba metida mi ropa.
Con
rapidez me coloqué a cuatro partas, me acerqué y tomé la bolsa de basura con
una mano.
-¡Con la boca estúpido perro! –
gritó.
-Lo siento amo.
Obedecí
sosteniendo la bolsa entre mis dientes. Parecía mucho más pesada. El amo caminó
hasta la puerta de la entrada y la abrió de par en par.
-¿Ves aquel contenedor de ahí? –
dijo señalando con la mano.
Lo
observé, era un contenedor de basura normal y corriente situado justo a la
salida del jardín del chalet en el que estábamos. Miré a mi amo y le asentí con
la cabeza.
-Pues ya estás sacando la basura.
Pensativo
le miré. La orden era clara, meter en el contenedor la bolsa con mi ropa.
-Pero amo, cómo volveré a casa –
le dije soltando la bolsa.
-Ese ahora es el menor de tus
problemas, ¡y no sueltes la bolsa chucho malo! – dijo dándome una patada en el
culo.
La
volví a coger entre mis dientes y gateando salí de la casa, bajé con gran
dificultad los dos escalones que me separaban del pequeño camino y anduve hasta
la salida de la propiedad. Se me iban clavando en las rodillas y en las manos
piedrecitas. Cuando llegué a la calle miré a los lados esperando no ver a
nadie, sin embargo al fondo de la calle pude ver un corrillo de niños que
jugaban con sus bicicletas. Con gran rapidez metí en el contenedor la bolsa y
me adentré de nuevo en el jardín, el amo me esperaba bajo el marco de la puerta
con una sonrisa en la cara.
-¡Date prisa joder!.
Aceleré.
Por el camino pensaba que si el amo me dejaba salir pronto quizás pudiera recuperar
la bolsa con mi ropa.
-Así se hace – dijo mi amo
cerrando tras de mí la puerta una vez estuve dentro.
Se
giró sobre sus talones y comenzó a andar.
-Vamos perro, tenemos toda la
noche por delante.
¿Toda
la noche?, pensé, eso echaba por tierra mis planes de recuperar aquella bolsa
azul. No volvería a ver aquella ropa si el camión de la basura pasaba con la
misma diligencia con la que lo hacía por mi barrio todos los días.
El
amo enfiló unas escaleras arriba, le seguí, jamás había subido a cuatro patas
unas escaleras y pude comprobar lo realmente complicado que resulta. Sin
embargo aquello me estaba poniendo a mil. Cuando llegamos al primer piso pensé
que se habían terminado las escaleras, todas las puertas de lo que
probablemente serían dormitorios estaban cerradas. Había una planta más que no
tardé en conquistar al llegar a un rellano con una única puerta cerrada con
llave.
Respiré
aliviado al ver que no había más escalones, me ardían las rodillas y me dolía
la espalda por culpa de la postura. Mi amo abrió la puerta, la estancia estaba
levemente iluminada era una gran buhardilla. Entré tras él y observé. Era
grande, con el techo con el techo inclinado. Sin embargo lo más llamativo era
el equipamiento, una gran mesa de madera, más bien baja, rectangular con
cadenas en los extremos, una gruesa cadena que colgaba de la parte más alta del
techo, una mesa con artilugios, y una jaula muy pequeña, en la que por alguna
extraña razón me apetecía estar.
-Túmbate sobre la tabla, boca
arriba – me ordenó el amo mientras cerraba la puerta y encendía una bombilla
que colgaba cerca de la gruesa cadena.
Me
acerqué gateando hasta la mesa era muy larga, sobre los dos metros y medio o
quizá más. De reojo vi cómo mi amo me miraba subirme a la mesa y tumbarme boca
arriba.
-A ver estira los brazos hasta
las esquinas – dijo acercándose a mí.
Ató
mi brazo derecho a la cadena valiéndose de la anilla que tenía mi correa y el
gancho en el que finalizaba la cadena que tenía la cama. Lo mismo ocurrió con
el otro brazo. De nuevo atado a merced de un amo, la polla me daba saltos de
alegría dentro del bóxer, hecho que no pasó desapercibido por el amo.
-¿Te gusta esto, perro? – dijo el
amo mientras me manoseaba el paquete.
-Mucho, dije sonriéndole.
-Pues que sepas que aquí no has
venido a divertirte -dijo apretándome las pelotas de repente.
-Aaaaaaaaaaaaah, vale vale amo lo
que usted diga.
Lentamente
me sacó el bóxer dejando al descubierto mi polla, que había perdido algo de
tamaño. Llevó a las esquinas mis pies y me los ató como hiciese con las manos.
En cuanto finalizó se sentó en el suelo, a la mitad de la improvisada cama, yo
le observaba, estaba manipulando algo debajo de mí. Un ruido como a carraca
comenzó a sonar y a los pocos segundos noté cómo mis manos y pies se estiraban
cada vez un poco más. El amo miraba cómo mis extremidades se alejaban cada vez
más unas de otras.
-AAaaaaaaaaaayyy amo duele.
Empezaba
a dolerme cada brazo, cada pierna, incluso la espalda, pero la carraca seguía
sonando.
-AAAAAAAAAAAAAAAAyyy paree pareee
– grité.
Por
fin cesó, sin embargo el dolor seguía ahí, se hacía algo más soportable, pero
no se marchaba. El amo se puso en pie y me observó.
-Y ahora, ¿estás cómodo? – me
dijo con una leve sonrisa.
-No amo, para nada – dije con una
mueca de dolor.
-Bien.
Caminó
hacia la mesa. Rebuscó sobre ella y cogió una delgada cuerda blanca. Estaba
atado y sabía de sobra donde me la iba a poner. Noté de nuevo sus manos
agarrándome las pelotas y estirándomelas, aunque esta vez con más suavidad. Con
la cuerda me rodeo varias veces los huevos y apretó con fuerza.
-AAAAAAAAAaaah – chillé.
-Gritas, pero en el fondo te
gusta ¿verdad putita?.
-UFFF si amo – dije un poco
avergonzado.
Cuando
terminó de apretarme los huevos rodeó la base de mi polla con la cuerda
restante y también la apretó fuertemente. Con la erección y la tensión por la
cuerda se me descapulló sola. Me dolía casi más que las articulaciones de
brazos y piernas, sin embargo me estaba gustando a pesar de ver cómo se me
enrojecían por momentos polla y huevos. Pude notar como el miembro de mi amo
abultaba enormemente el pantalón, le estaba gustando hacerme eso y eso a mí,
también me gustaba.
-Ahora recibirás tu castigo por
tu impuntualidad y el descuido del reloj– dijo volviéndose de nuevo a la mesa
de los artilugios.
Esta
vez no rebuscó mucho, cogió un látigo. En cuanto lo vi me tensé entero, probé
las ataduras instintivamente, deseaba no estar ahí para ver el látigo en
acción, pero el primer latigazo llegó con rapidez.
-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAyyyy –
grité al recibir un impacto en el pecho.
-Estás aquí voluntariamente,
¿quieres irte? – dijo lanzándome otro fustazo al pecho.
-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAaaaaaaaaaaaaaaaay
nooo noo amo no quiero – dije cerrando los ojos.
-¿Seguro?
-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAhhh
– me retorcí ese había ido a la polla que estaba completamente hinchada y
debido a las ataduras no perdía la erección – sssii, ssi, amo, estoy seguro.
-Pues no te veo muy convencido –
dijo armando el brazo de nuevo.
El
siguiente golpe hizo que me replantease todo. Un tremendo latigazo en mis
pelotas que estaban muy apretadas por la cuerda y amoratadas me hizo ver las
estrellas.
-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAh
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAh.
-¿Y Ahora?, ¿quieres irte ahora?
– dijo soltándome otro fustazo tremendo en mis maltrechos huevos.
-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAh
por por por favor pare amo pare, me duele – le supliqué.
El
latigazo que siguió solo consiguió engañar el dolor que sentía en las pelotas,
me dio de lleno en los muslos, generándome dolor y picor.
-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAyyy por
favor pareee – grité.
-¿Qué? ¿es que acaso te quieres
ir?.
-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAh-
Sendos
latigazos dieron de lleno en la planta de mis pies. Me lamenté profundamente de
no haberme puesto calcetines más gruesos aquella mañana, y a la vez agradecí
como nunca el tenerlos puestos. Tenía tanto dolor que me entraron ganas de
vomitar, estaba mareado, sólo quería que aquello parase.
-Tienes mala cara, ¿quieres
irte?, puedo seguir así el día entro – dijo soltándome otro latigazo más a mis
huevos.
-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAhhhh,
noo noooooo, quiero quedarme – dije como si hablase alguien por mí.
-Está bien, de todos modos, no te
dejaré ir hasta que acabemos – dijo dándome otro latigazo en la polla.
-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAh.
-Esto es lo que te espera cada
vez que llegues tarde o cometas algún error ¿está claro? – me preguntó el amo
mirándome.
-Sí, muy claro amo – dije aún
mareado.
-Te dejaré que descanses, tengo
cosas qué hacer.
Se
dirigió a la puerta y se marchó. Me quedé a solas con mis innumerables dolores,
brazos, piernas, pies, huevos, polla, y pese a todo tenía la impresión de que
este amo era mejor que el anterior con el que había topado, o al menos, menos
sádico.
Conforme
se me iba pasando el dolor de huevos, la imagen de mi polla atada y roja me
provocaba unas enormes ganas de pajearme, aunque era del todo imposible. Las
babas que expulsaba la polla me empezaban a mojar la barriga gotita a gotita,
era una auténtica tortura.
Por fin, el
amo regresó. Lo primero que hizo, sin decir nada fue desatarme los pies.
Aproveché para encoger las piernas y recuperar algo de movilidad. Después mis
brazos quedaron libres. Casi como si de un acto reflejo se tratase llevé mi mano
a mis huevos.
-¡No te toques! – me gritó mi amo
dándome un sonoro tortazo.
-Auu, lo siento amo.
El
amo se dirigió hacia la mitad de la habitación y de un tirón bajó la cadena que
colgaba de una polea.
-Ven, siéntate aquí – dijo
señalando con su dedo el suelo.
Obedecí,
observando el arnés que daba por finalizada la cadena di por supuesto que me
ataría a él las manos, y se las extendí una vez me hube sentado. No obstante,
no parecía querer mis manos el amo, puesto que se dirigió directamente a mis
pies con la cadena en la mano, atándomela a las correas de los tobillos.
Con
cara de tonto y de asombro vi cómo me terminaba de atar y se dirigía de nuevo a
la mesa de los trastos. Revolvió y se giró con un pequeño candado.
-Pon las manos atrás – dijo
abriendo el candado con una diminuta llave.
Lo
hice sin rechistar. A los pocos segundos tenía también las manos atadas, aunque
a la espalda. El amo se retiró al otro extremo de la polea. Mediante un
mecanismo manual la cadena que terminaba en mis pies comenzó a subir. Poco a
poco, casi cansinamente observé el lento elevar de mis piernas, hasta que el
culo me empezó a arrastrar por el suelo. La postura se empezó a poner incómoda.
-AAaaaah me duelen las piernas
amo – me quejé.
-Te jodes perro.
Con
el culo ya sin contacto con el suelo lo siguiente que arrastró fue mi espalda,
el dolor de tobillos y la fricción con el suelo me estaban resultando muy
molestos. Casi agradecí quedar colgado boca abajo, al menos no iba rozando con
el suelo. Cuando mi cabeza distaba un metro del suelo el amo paró. La sensación
era extrañísima, algo de mareo y el tratar de girar el cuello para ver las
cosas rectas fueron mis primeras reacciones.
Por
el rabillo del ojo observé a mi amo dejando caer sus viejos vaqueros. No
llevaba nada debajo, por lo que vi su enorme polla, muy gruesa y de
aproximadamente 20 centímetros. Estaba empalmadísimo, tanto como yo. No tardé
en tenerla frente a la boca y mi reacción fue metérmela entera. La chupé con
entusiasmo, se me había olvidado el dolor de tobillos, me estaba encantando.
-MMMMM que bien lo haces perro –
dijo complaciente el amo.
Seguí
y seguí. Las primeras gotas de lubricación aparecieron y las succioné con
rapidez. Estaba cachondísimo y me encantaba lo que estaba haciendo, hasta la
postura, me habría pasado días así. De pronto un inmenso placer me hizo parar
en seco. La lengua de mi amo estaba haciendo un espectacular trabajo en mi
súper hinchado miembro. Aunque desconcertado, decidí devolverle el favor
continuando con la mamada.
Parecíamos
enzarzados en una disputa por hacer la mejor mamada. Dicha disputa
definitivamente la ganó mi amo.
-AAaaaaaaammmm oooooh – dije
cerrando los ojos.
Dejé
de lamer nuevamente con el único fin de disfrutar plenamente la corrida tan
brutal que estaba teniendo. Miré hacia arriba y vi al amo tragándose hasta la
última gota de mi leche.
-¿Piensas dejarme a medias? –
dijo de pronto.
Confuso,
reinicié la mamada disfrutando de las últimas chupadas a mi polla. Sin previo
aviso mi boca se llenó de lefa. Unos inaudibles gemidos confirmaron el orgasmo
de mi amo. Era la corrida que más rica me había sabido, a pesar de estar
colgado por los pies.
En
cuanto terminé, el amo sacó su polla y se separó. Lentamente la cadena comenzó
a bajar. Mi cabeza tocó con suavidad el suelo, a la que le siguió el resto del
cuerpo. Mis pies fueron desatados de la cadena, no así mis manos, que seguían
estando atadas a la espalda.
El
amo se dirigió a la jaula, abrió la puerta y me hizo una señal con el dedo para
que entrase. Entré caminando de rodillas, la cabeza me tocaba con los barrotes
y apenas había sitio para las piernas. La puerta se cerró con un golpe seco y
un candado certificó mi cautiverio.
-Ahora hablemos del precio – dijo
el amo apoyándose sobre la jaula.
-¿El precio? – dije algo confuso.
-Sí, recordarás que te dije que
para quedarte conmigo deberías pagar un precio.
-Lo que sea amo, lo que sea, da
igual, usted manda – dije ansioso.
-No tan deprisa. Has de saber que
tengo algún otro perro además de ti, todos lo han pagado. Otros excelentes
candidatos se negaron.
-Menudos idiotas, ¿cuál es?, yo
lo pagaré, me da igual – dije nervioso.
-Tus huevos – dijo de pronto.
-¿Mis huevos?, no entiendo – dije
extrañado.
-Sí, tus huevos. Si decides
quedarte conmigo serás castrado.
Me
quedé completamente helado. Aquello me calló como un verdadero jarro de agua
fría, muy muy fría.
-Pero amo… - dije con un hilo de
voz.
-Ya te dije que es un precio muy
alto, me gustan los perros castrados, son más obedientes.
-Es que..
No
sabía qué decir. Me los miré amoratados por las cuerdas cómo si no los fuese a
ver más en mi vida.
-Esta noche dormirás ahí. Te
dejaré que lo pienses, si por la mañana quieres quedarte conmigo serás castrado
y te convertirás en uno de mis perros, si no, te irás.
-¿Duele? – dije de pronto.
-No, en cualquier caso no lo hago
yo, vendrá un amigo veterinario a hacerlo. En unos minutos estarías despojado
de tu carga.
-Pero no son ninguna carga – dije
mirando triste al suelo.
-Ese es mi precio. Piénsalo, por
la mañana me deberás dar una respuesta.
Se
dio la vuelta, apagó la luz y se marchó cerrando con llave la estancia. Mis
ojos no tardaron en acostumbrarse a la poca luz que entraba de la calle por los
ventanales del tejado. Había sido una experiencia fantástica, me encantaba el
amo, quería quedarme, pero también me sentía muy apegado a mis huevos. Se me
vinieron a la cabeza ridículos mitos de que no se me volvería a empalmar nunca,
o me cambiaría la voz. Apenas pude dormir, la idea de que mi última corrida en
condiciones se la hubiera tragado mi amo me ponía a mil. Trataba de rozarme la
polla y los huevos atados y maltrechos con los pies, como tratando de aplazar
la decisión. Dormía a ratos, pesadillas, pensamientos extrañísimos me asaltaban
al cabeza.
Cuando
abrí los ojos ya había luz natural. Sin embargo no fue eso lo que me despertó
si no el ruido de la cerradura de la boardilla. Tras la puerta apareció el amo
vestido con un bóxer y los calcetines del día anterior.
-Y bien, ¿qué has decidido? – fue
lo primero que me dijo.
-¡Me quedo!, cástreme – dijo mi
boca, que parecía estar desconectada de la parte racional de mi cabeza.
El
amo abrió la puerta de la jaula y me hizo salir. Me quitó las correas de
tobillos, manos y cuello, también la cuerda de la polla. Salió al descansillo y
de la boardilla y entró con un macuto.
-¡Vístete! - me ordenó.
Se
dio la vuelta y se marchó. En el interior del macuto hallé un chándal viejo y
unas deportivas que me estaban algo pequeñas. Me lo puse todo pensando que
quizás me llevaría a casa de su amigo veterinario a consumar mi decisión. Al
rato la puerta se abrió de nuevo, el amo seguía vistiendo igual que antes.
-Venga, baja – dijo enfilando las
escaleras.
Le
acompañé. Enseguida estábamos en la entrada del chalet. El desapareció unos
instantes y apareció con una bolsa de basura azul.
-Aquí están tus cosas, puedes
irte, estate pendiente del móvil, ya te llamaré.
-Pero… ¿no me va a castrar? –
dije algo asustado.
-No. Claro que no. Sólo era una
prueba, quería saber qué grado de compromiso estarías dispuesto a asumir por mí.
Además tu leche está muy rica – dijo con una leve sonrisa – no quisiera
estropear eso, además no tengo ningún amigo veterinario.
Recogí
la bolsa. En ella encontré todo lo que había metido el día anterior, cartera,
móvil, llaves… me los metí en los bolsillos y miré al amo.
-¿Soy su perro? – le pregunté
algo cortado.
-Lo eres.
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