Capítulo 8 – La fiesta
-Por mucho que mires el reloj no
vas a conseguir que el tiempo pase más deprisa – me dijo uno de mis compañeros
de piso.
-Ya, ya – dije queriendo evitar
perder tiempo en conversaciones.
Debido
a un trabajo de clase ese día había llegado algo tarde a casa y tenía que cenar
lo más rápido posible o llegaría tarde a casa de Samuel y los chicos. El día
había sido horrible de principio a fin. Había llegado tarde la noche anterior
tras las follada que me metió Samuel. Con los nervios por la propuesta que me
hizo de ir a su fiesta, aunque fuese de mayordomo, como dijo él, no había
conseguido pegar ojo en toda la noche, y por si fuera poco en todo el día no
había parado entre clases y trabajos.
-¿Qué les ha pasado a los
cordones de tus zapas? – me preguntó Fernando, el más cotilla, cómo no.
-Se rompieron y los tiré – dije
improvisando algo.
-¿Los dos a la vez? – preguntó
insistente.
No
había pensado que tendría que justificar que mis zapatillas no tenían cordones,
los cuales habían sido usados para atarme los pies la noche anterior, pero con
mi pesado, repelente y entrometido compañero, todo era posible, si había visto
mis zapatillas era que se había asomado a mi cuarto cuando yo no estaba, puesto
que obviamente aquel día estaba usando otras, lo que me hizo pensar que tendría
que estar en guardia con él. Por si fuera poco alardeaba de estar acabando la
carrera de Criminología y parecía estar haciendo las prácticas conmigo.
-Pues no, la verdad, fue un solo
cordón, pero bueno… estaban gastados y ya que se me rompió uno pues decidí
quitar el otro también y tirarlos, a ver si un día de estos compro unos nuevos
y ya está. – dije finalmente esperando que la trola le hubiese entrado.
Seguí
comiendo a toda prisa. Vi cómo me escrutaba, con la mirada, tratando de
averiguar si lo que le había dicho era verdad.
-Claro, no sería lógico usar uno
nuevo y viejo a la vez…
-Exactamente – le dije con una
falsa e irónica sonrisa.
Empezaba
a cabrearme ese tipo, pero por fortuna no quedaba mucho para acabar aquel curso
y le perdería de vista al fin.
-¿Y dónde vas tan pronto? – me
preguntó otra vez.
-A casa de unos amigos, haremos
botellón y eso, ya sabes, además es jueves, igual luego salimos por ahí, qué se
yo
-Yo también voy a salir luego,
pero más tarde.
A
punto estuve de decirle que no me interesaba lo más mínimo, pero preferí
levantarme con el plato en la mano.
-Genial, igual nos vemos por los
bares entonces – dije dándome la vuelta y llevando el plato a la cocina.
Esperaba
no tener que verle esa noche más, y si pudiera nunca más. Terminé de vestirme y
con la hora pegada al culo salí de casa a toda prisa. A cada paso que daba
miraba el reloj, muchas de las veces no me fijaba en la hora, tenía verdadera
ansiedad por llegar a casa de Samuel, y a la vez temía llegar fuera de hora.
Esta
vez la persona al otro lado del interfono era Víctor, quien me permitió entrar
en el portal. Con un único minuto sobrante y sudoroso, empecé a subir las
escaleras. En el primer piso empecé a escuchar voces. En seguida las reconocí.
Se trataban de Sergio y Víctor, que bajaban.
-Hola, ¿os vais? – dije extrañado
cuando me los encontré en el descansillo del primer piso.
-¡Hola!, sí, ya nos vamos, hemos
quedado para salir por ahí y así dejamos a Samuel el piso – me dijo Víctor.
-Sus amigos ya están arriba, ten
cuidado con Ángel, es cabronazo– me dijo Sergio.
Empezaba
a no entender nada de nada. Llevaba convencido desde el primer minuto que me
dijo Samuel lo de la fiesta que sería con ellos tres, no pensé en ningún
momento que fuese a haber más gente, y eso no me gustaba.
-Bueno, vamos que llegamos tarde
– apremió Víctor a Sergio.
-Está bien… ¡adiós! – les dije.
Los
dos terminaron de bajar las escaleras y salieron del edificio. Yo me sentía muy
raro, quería irme con ellos no tener que subir con Samuel, y menos conocer a
sus amigos, pero si lo hacía ya no volvería a pisar más esa casa, así que pensé
que debía pagar ese peaje por pasarlo tan bien con ellos. Terminé de subir las
escaleras y toqué el timbre. No tardé en escuchar unos pasos de entre el
murmullo que se percibía del interior. La puerta finalmente se abrió.
-Hola Sam…Señor – dije mirando a
Samuel.
-Pasa – dijo apartándose.
Entré
y cerró la puerta, al fondo pude ver al menos a dos personas, aunque no vi de
quien se trataba, hablaban y reían, incluso una de las voces me resultaba
familiar.
-Ponte el uniforme y ve al salón.
-No, por favor, no me hagas
ponerme eso delante de tus amigos – le rogué.
-Te lo pones como esclavo que
eres.
-No de verdad, Señor, haré lo que
me pidáis pero no me hagas llevar con tus amigos delante.
En
ese momento el leve gesto de buen humor que tenía se le borró, de un empujón me
metió en la cocina y de una patada introdujo la mochila. Cerró la puerta y si
dirigió a mí.
-Mira no te lo voy a decir más
veces, te pones tu uniforme, o te piras para no volver, y vuelve a insistirme y
te quedas en bolas ¿está claro?.
No
iba de farol, ni mucho menos. Estaba enfadado, tanto o más que la vez que me
negué a ser esposado y sodomizado. Estaba entre la espada y la pared, mi cerebro
buscaba sin resultado la persona a la que pertenecía la voz que me había
parecido oír, pero sin resultados.
-¿Y bien? – se impacientó Samuel.
Seguía
pensando, y el encajar la voz con la cara me ralentizaba demasiado. Desistí
tenía que tomar una decisión, no pensé que el peaje fuese a ser tan alto en
ningún momento.
-Está bien, fuera – dijo de
pronto abriéndome la puerta y señalando con el dedo.
-¡No!, vale, lo que mande Señor,
lo siento ha sido una estupidez – dije tratando de excusar mi comportamiento.
-Ya lo creo que lo ha sido.
Desnúdate ahora mismo ¡vamos!.
Empecé
a sacarme toda la ropa, hasta que me quedé sin nada. Samuel me acercó de una
patada la mochila con el uniforme dentro. Saqué el bóxer agujereado y me lo
puse, luego la estrecha y llamativa camiseta amarilla y finalmente saqué los
calcetines, que apestaban y por si fuera poco aún estaban empapados de la
corrida de Samuel de la noche anterior.
-¿Puedo al menos quedarme con los
míos? – dije enseñándoselos con cara de asco.
-No, es más, te los vas a poner y
me voy a quedar con los tuyos, con tu bóxer y tu camiseta – dijo agachándose y
cogiendo todas esas prendas.
-Pero, ¿para que la quiere Señor?
– le pregunté.
-Es un cambio, como tú te vas a
quedar con esa ropa nuestra, y nosotros nos quedaremos con tus cosas.
-¿Quedármela? – pregunté
extrañado.
-Sí, puto esclavo, en castigo a
tu insolencia te quedaras puesto el uniforme, no te dejaré cambiártelo y me
quedo con esta ropa tuya, si te veo algún día por la calle, por la facultad o
aunque sea de fiesta y no lo llevas puesto no te molestes en volver aquí, ¿está
claro?, y nada de peros, que te veo venir.
-Pe…
-Y como se te ocurra lavarla lo
mismo te digo, y creo que me enteraré si lo haces – dijo mirando el calcetín
que sostenía con la mano -Termina de vestirte y vete al salón – dijo saliendo
de la cocina con mis calcetines, camiseta y bóxer limpios.
Con
gran asco me puse los calcetines, estaban empapados en corrida, pringaban y
olían mal, desde luego aparentaban estar mucho mejor de lo que realmente lo
estaban, vistos desde arriba seguían pareciendo blancos, pero por abajo eran un
auténtico desastre. Enseguida noté mis pies húmedos y el suelo se había vuelto
especialmente pegajoso. Decidí coger un poco de papel de cocina y pisarlo con
la esperanza al menos, de no ensuciar todo el suelo dejando huellas de semen.
Comprobé pisando que ya casi no manchaba, el suelo, aunque dejaba una pequeña
marca cuando daba un paso. Mirando al suelo, la imagen de la mochila con mis
cosas dentro, o casi todas mis cosas al menos, me hacía reflexionar, y por
momentos, una pequeña vocecita traba de emerger desde algún profundo, húmedo y
oscuro agujero de las mazmorras de mi conciencia, insistiendo en que cogiese
todo y saliese corriendo sin mirar atrás.
Sin
embargo, tres certeros pasos me pusieron de camino al salón, haciendo que todos
los esfuerzos de mi conciencia por hacer uso del sentido común fueran del todo
inútiles. Hasta que no estuve dentro del salón no levanté la cabeza para ver
quiénes eran los amigos de Samuel, cuando la levanté el mundo entero volvió al
suelo, de donde vino mi mirada. En el sofá estaban los tres chicos sentados, y
lo gracioso, por así decirlo es que la escena era capicúa. El que estaba
sentado en el centro era un muchacho moreno, con el pelo un poco largo, sin
llegar a tener melena, sus ojos eran marrones y parecía tener un cuerpo de
gimnasio. Era bastante atractivo, aunque tenía un aspecto aún más chulesco que
el propio Samuel.
Tanto
a su derecha como a su izquierda el mismo chico, pues no eran si no gemelos. Lo
peor del momento es que conocía a uno, y lo conocía más o menos bien, ya que
era compañero mío de clase, bastante agradable por cierto, mediría apenas el
metro ochenta, pelo castaño cubriéndole las orejas, más bien liso, con los ojos
verdes y cuerpo normal, más bien delgado, exactamente igual que su hermano, que
para eso eran gemelos. El problema de la situación es que no sabía a quién de
los dos conocía, aunque por la expresión del rostro del chico sentado a la
izquierda del moreno, lo podía sospechar.
Sentado
en el sillón frente al sofá estaba Samuel, que me miró de arriba abajo como
examinándome de que todo estaba en orden en lo referente al dichoso uniforme.
-Bueno chicos os presento a mi
esclavo-mayordomo – dijo señalándome con la mano – estos son Lucas, Ángel y
Christian, saluda esclavo.
Por fin sabía
a cuál de los hermanos conocía, el chico sentado a la izquierda de Ángel, lo
distinguiría de su hermano por llevar aquel día una camisa mientras que
Christian llevaba una camiseta. Todos vestían vaqueros y deportivas, Ángel una
camiseta negra con el nombre de un conocido grupo de música.
-Hola a todos –dije tímidamente.
Parecían
sorprendidos. La cara de Lucas era un poema mirándome como si no pudiera
creerse que su compañero de clase fuese un esclavo, pero ahí estaba.
-Jajaajaja, era verdad, qué
cabrón el Samu, sí que tenía un esclavo en casa – dijo Ángel por fin, rompiendo
el incómodo silencio.
-Joe ya te digo – dijo Christian.
Por
su parte Lucas me escrutaba con la mirada, no dijo absolutamente nada, estaba
completamente alucinado por lo que estaba viendo
-A ver esclavo, date la vuelta
para que mis invitados vean tu fantástico uniforme – dijo Samuel con sorna.
Le
miré fijamente. Deseaba asesinarle, estaba vengándose de mí por el incidente de
la cocina y estaba dispuesto a putearme. No obstante, giré sobre mis húmedos
talones hasta que me coloqué dándoles la espalda a los tres chicos nuevos.
Una
risotada estalló en la habitación. Tanto Ángel como Christian estaban
partiéndose de risa.
-¿Y el trozo de gayumbo que
falta? Jaajajaa – dijo Christian.
-Es que le gusta llevar el culete
al aire - dijo Samuel.
-Jajajajaa qué mono – dijo Ángel
tratando de recomponerse.
-¿Os gusta el uniforme que le
hemos elegido al esclavo?, todos hemos aportado algo, los calcetines se los he
dado yo, y los maricas de mis compañeros de piso el resto.
-Jajajaajaj, no si desde luego la
camisetita se las trae jaajajaj – reía Christian divertido.
Su
hermano gemelo por el contrario aún parecía más serio. Era un chico agradable y
con sentido del humor pero parecía sentirse bastante incómodo con lo que
pasaba. Samuel por su parte tenía una expresión de estar pasándose lo en
grande, estaba humillándome como quería y cuanto quería
-Bueno, ¿nos tomamos algo? – dijo
Samuel.
-Sí, sí, jajajaja, será lo mejor
– dijo Ángel.
-A ver esclavo, vete a por hielos
a la cocina y cortas unos limones, venga rapidito, que queremos mamarnos.
Enseguida
reparé que en el suelo había un par de bolsas de supermercado llenas de
botellas, la fiestecita iba a ser un botellón y yo sería el camarero, estaba
claro.
-Enseguida Señor.
Una
nueva risotada estalló en la sala, incluso Lucas esbozó una tímida sonrisa,
aunque Ángel parecía no poder parar de reír.
-Jajajaajajaj ¿Señor? Jajaajaj,
que puto cabrón eres, ¿le obligas a llamarte señor? Jajajaaj.
-Por supuesto, ante todo los
modales y la elegancia – dijo Samuel como imitando a un aristócrata de clase
alta.
Me
fui a la cocina. Tras de mi seguí oyendo risas, comentarios de todo tipo y
burlas variadas. Saqué los hielos de la nevera, corté los limones y llevé todo
de vuelta al salón. Lo que estaba haciendo en sí no me desagradaba, sin
embargo, sentirme humillado de aquella forma con gente desconocida me estaba
reconcomiendo por dentro.
Dejé
todo en la mesa frente al sofá y esperé instrucciones.
-Yo beberé Vodka con limón – dijo
Samuel.
-Sí, yo también – dijo Ángel.
-Yo empezaré con Ron cola y luego
ya veré – dijo Christian.
-¿Y tú? – dijo Samuel
dirigiéndose a Lucas que parecía haber perdido la sed.
-Eh, ah, sí. Whisky con naranja –
dijo por fin, aunque parecía del todo distraído, por un momento me pareció
verle mirándome el paquete.
-Puaj que marranada tío, no sé
cómo puedes beber eso. Pues venga esclavo, ya nos estás sirviendo las copas,
ahí tienes los vasos, sobre la mesa.
Miré
a la mesa de comedor. Había media docena de vasos, saqué todas las botellas de
las bolsas de supermercado y las coloqué encima de la mesa. Por suerte había
trabajado en un bar algún verano, y sabía exactamente cómo poner bien las
copas. En cuanto las tuve listas las serví.
-Mmm deliciosa – dijo Christian.
-Ya lo creo – afirmó Ángel.
-Esclavo, vete a mi cuarto y trae
el radio-cd, vamos a poner un poco de música, ¿os parece? – dijo Samuel mirando
a sus amigos.
Hubo
un gesto de asentimiento por parte de todos. Entré en el cuarto de Samuel
decorado como era habitual con su ropa, aunque esta vez, en una esquina de mi
habitación, yacían mis calcetines, camiseta y calzoncillo que había llevado
desde casa ese día. Recogí el aparato y lo llevé al salón. Lo encendí y la
música comenzó a sonar.
-Sí, mucho mejor – dijo
Christian.
Todos
fueron bebiendo, durante un rato se olvidaron de mi existencia. A veces me
echaban un vistazo, como queriendo comprobar que seguía ahí. Lucas era el más
persistente en sus reiteradas miradas. No conseguía descifrar su gesto, al
principio parecía desconcertado, sin embargo, en ese momento, quizás por el
alcohol parecía verme de otra manera.
La
noche iba pasando, y las copas cayendo, llevaban el que menos tres copas,
empezaban a estar claramente borrachos, sobre todo Ángel que no dejaba de
contar una y otra y otra vez la última vez que se había follado a su novia
durante toda una tarde, y después esta había roto con él.
-Son unas zorras –dijo Samuel con
tono de borracho.
-Y tanto – dijo Christian
poniéndose de pie.
Pasó
a mi lado dando tumbos. La verdad es que si me hubiese cruzado con el por la
calle le habría saludado pensando que era Lucas. Alguna vez este me había
comentado que tenía un hermano, pero nunca que fuesen gemelos, dos gotas de
agua, aunque ese día se les podía distinguir, además de por la ropa, por la
cara. Lucas había dicho una palabra en toda la noche, parecía estar cortado, a
pesar de ir por la cuarta copa.
Christian
volvió como se fue, haciendo eses y sujetándose a las paredes. Estaba bastante
borracho, Samuel se dirigió a él.
-¿Dónde has ido?
-Pues ir al baño, o querías que
me mease en tu sofá.
-Y para qué coño vas andando,
¡esclavo, ven aquí!, ponte a cuatro patas.
La
relativa calma había terminado. Fui junto a su sillón y me coloqué a cuatro
patas. Torpemente Samuel consiguió levantarse y subirse sobre mis espaldas.
-Venga esclavo, ¡al baño! –
gritó.
Todos
empezaron a descojonarse de la risa, incluido Lucas que parecía estar vivo
después de todo. A mí no me hacía ni puñetera gracia, ya que la última vez que
Samuel me montó acabamos por el suelo. Con verdaderos esfuerzos conseguí
iniciar la macha. Pasé junto a los pies de Christian y de reojo vi sus
zapatillas. Incluso juraría habérselas visto puestas a Lucas. Eran unas adidas
blancas con las rayas azules. Con gran esfuerzo logré llevar a Samuel hasta el
baño, se bajó y se puso a mear.
-¿Te gustan mis amigos, esclavo?
– me preguntó mientras tanto.
-Sí, son majos, Señor – dije
tratando de ser complacientes.
-Sí que lo son, son majísimos,
unos tipos geniales, los quiero un montón. Lucas está raro, normalmente es más
abierto, no sé…
Genial,
pensé, encima estaba esa fase de la borrachera de exaltación de la amistad.
Cosa que realmente me parecía patética en aquel momento, y más viéndolo mear.
-Venga llévame al salón – dijo en
cuanto terminó.
Nuevamente
y no con menos problemas llevé a Samuel hasta el salón. Descabalgó junto al
sillón y se sentó.
-Joder que bueno jajajaaj, tienes
transporte dentro del piso, eso sí que mola – dijo Ángel.
-Claro tío, puedes usarlo, es más
barato que el autobús.
No
hizo falta más. Ángel se levantó del sofá y empezó a sacarse el cinturón del
pantalón.
-¿Qué haces tío? – le preguntó
Christian.
-Jajajaa ahora lo veréis jajaaj
En
cuanto terminó se colocó junto a mí y me puso el cinturón en el cuello. Se
sentó en mi espalda y tiró del cinturón dejándome casi sin aire.
-¡Vamos esclavo, cabalga había el
baño! – gritó claramente borracho.
Otra
carcajada estalló en la habitación. No pude ver quien se lo estaba pasando
mejor, si quitaba un brazo de apoyo para tratar de aflojarme el cinturón me
iría al suelo, ya que Ángel era más pesado que Samuel.
-Tío te estás pasando aflójale
eso que le ahogas joder – saltó de pronto Lucas.
-Bueno hombre, cómo te pones, no
sabía que ahora defendieses el derecho de los animales jajaaja.
Aflojó
el cinturón y pude respirar, miré de reojo a Lucas que parecía preocupado.
Comencé a andar como buenamente pude hasta que llegamos al baño. Una vez allí,
se bajó y se la sacó. Desde luego no pintaba mal, aunque estaba morcillona y
relajada, su polla prometía. Inició una larga meada, a veces me salpicaba por
mearse fuera de la taza, pero estaba demasiado perjudicado como para poder
dirigir su propia polla. En cuanto acabó se subió de nuevo y apretó su
cinturón.
-Esclavo, ¡al salón! – dijo
moviendo el cinto como si se tratase de unas riendas.
Todavía
me costaba más. Me temblaban los brazos y las piernas, pesaba demasiado para
mí, que aunque no era ni mucho menos enclenque, era realmente complicado llevar
a una persona que se iba tambaleando sobre la espalda. Finalmente cuando llegué
junto al salón se bajó dejándome atado el cinturón al cuello.
-No está nada mal este esclavo
tuyo – dijo dirigiéndose a Samuel - ¿qué más sabe hacer?.
Samuel
se estiró hasta que con la punta de los dedos llegó al cinturón de Ángel,
conectado con mi cuello. Tiró de él haciéndome caminar hasta sus pies. Sus tres
amigos miraban con atención, incluido Lucas.
-Sácame las zapas, esclavo – dijo
dándome una patadita en un brazo.
Ya
estaba acostumbrado a esa labor, y aunque la había hecho delante de Sergio y
Víctor seguía sin hacerme la más mínima gracia. Le desaté los cordones a sus
nike negras y se las saqué. Escondían los mismos calcetines grises apestosos de
los últimos días. En cuanto estuvo descalzo me hizo colocarme mirando a la
ventana, de forma que pudo poner sus pies cruzados sobre mi espalda.
-¿Veis? También es un excelente
reposapiés.
-Jajaajajaja que cabronazo eres
tío – dijo Christian.
-Me destapo ante un genio – dijo
Ángel.
El
nivel de estupidez ambiental crecía. La última copa les estaba costando a todos
más de lo normal. De pronto Lucas se levantó y apenas caminó dos pasos Samuel
se dirigió a él.
-Si vas al baño que te lleve el
esclavo – le dijo.
-No, tío, gracias, no hace falta,
prefiero estirar las piernas – dijo algo cortante y saliendo del salón.
-¿Qué le pasa a este? – dijo
Samuel mirando a su gemelo.
-No sé. El alcohol, que no le
sienta muy bien jajajaaj – dijo Christian.
-Será eso – dijo Samuel
restándole importancia.
-Puff tío, te cantan los pies
cantidad, eres un puto marrano, deberías cambiarte esos putos calcetines – dijo
de pronto Ángel.
-Habló la puta –dijo Samuel
visiblemente ofendido.
-Joe tío es cierto, además están
sucios de pelotas – dijo mirándole los pies.
-Bueno en ese caso os enseñaré
otra de las múltiples funciones que tiene este esclavo.
-Veamos con qué nos sorprendes
jajaajaja– dijo Ángel.
-A ver tú – dijo Samuel
clavándome su talón en el costado – a limpiarme los calcetines, que ya ves lo
que dicen estos.
- Jajajajaajaj que tío, ¿vas a
hacer que te los cambie? – dijo Christian.
-Mejor aún, observa – dijo este.
Estaba
claro lo que quería que hiciese. Quitó sus pies de encima de mi espalda y pude
colocarme de rodillas frente a él. Le agarré de los tobillos y me llevé ambos
pies a la cara. Sus plantas cada vez estaban más y más guarras, aunque a años
luz de las mías. Estaban empapados en sudor y se notaban al ser grises clarito.
Empecé a lamerle las plantas, hecho que generó una reacción curiosa.
-Aaaaaaaaaaaaaaagggt tíoooo serás
puto cerdo – gritó Christian – cómo le haces hacerte eso.
-Mooola – dijo Ángel.
-¿Qué?, así no tengo que
quitármelos, eso me ahorro.
-Dioos que asco tío – insistió
Chiristian.
-Vah, eso es lo dices porque no
lo has probado – dijo Samuel- es súper relajante, además de limpiártelos te
deja como nuevo.
-Esclavo, encárgate de los
calcetos de Christian – me ordenó Samuel separándome la cara con su pie.
-No no, qué dices tronco, paso –
se negó este.
En
ese momento entró de nuevo en la habitación Lucas. De reojo vi cómo contemplaba
la escena algo sorprendido.
-¿Qué coño hacéis? – preguntó.
-El idiota de tu hermano que se
niega a que mi esclavo le lama los pies, ¿te animas? – le preguntó Samuel.
-No veo porqué no – dijo de
pronto en una reacción comandada probablemente por su alcohol en sangre.
Dicha
reacción consiguió dejarme descolocado a mí. Lucas, que llevaba la noche entera
callado, y con claro gesto de desaprobación por todo lo que estaba ocurriendo
conmigo, parecía finalmente querer unirse a la fiesta. Se sentó en el sofá y se
sacó las nike blancas del 42 que llevaba puestas.
-Pues venga, cuando quieras –
dijo mirándome.
Me
giré y gateando me coloqué de nuevo sentados sobre mis pies delante de Lucas.
Acarré los tobillos de mi compañero de clase y los elevé. Llevaba unos
calcetines blancos bastante limpios. Empecé a lamérselos y a masajearlos.
Agradecí profundamente la limpieza de aquellos pies, después de tanta suciedad
como tenían los de Samuel.
-Pues tampoco está mal – dijo
Lucas.
-¿Ves?, ya te lo dije – dijo
Samuel en tono recriminatorio a Christian.
-Cuando acabe contigo que pase
por aquí – dijo Ángel de pronto, mientras se desataba los cordones de sus puma
rojas.
-Jajaajaja- ¿tú también? – dijo
Samuel.
-Sois unos putos degenerados –
dijo Christian.
Por
un momento pensé que las personalidades de Christian y de Lucas se habían
intercambiado. Mientras lamía los pies a Lucas un pestilente olor me llegó.
-Estarás contento, has conseguido
que este cabrón se quite las zapatillas –dijo Christian a su hermano.
-Y luego dices que a mí me
apestan jajajaj – rió Samuel.
Lucas
me hizo un leve gesto con la cabeza para que me pasase a los pies de Ángel. A
juego con el color de sus zapatillas iban los calcetines rojos que estaban
provocando esa pestilencia.
-Venga esclavo, limpitos, que yo
tampoco quiero cambiármelo – me dijo Ángel.
-¿Bromeas?, si debes llevar con
ellos desde el comienzo de curso.
Hubo
una carcajada generalizada. Sin embargo, en cuanto me puse con ellos compartí
la teoría de que llevasen puestos ahí desde por lo menos septiembre, y
estábamos en mayo. Los de Samuel a su lado parecían incluso limpios y olían
bien. Me costó una barbaridad realizar aquella tarea. Por si fuera poco, los
calcetines eran finos y enseguida se calaron con mi saliva, con lo que el sabor
que me llegaba era del todo repugnante.
-Jajajaaj, me encanta, si que
mola –dijo Ángel cogiendo el extremo de su cinturón.
Cuando
quería que cambiase de pie me pegaba tirones al cinturón que tenía alrededor
del cuello, y si no quería quedarme sin cervicales tenía que estar muy atento.
El único que aún seguía calzado en aquel botellón era Christian que parecía
haberse cambiado el humor con su hermano.
-Venga anímate coño – le dijo
Ángel dándole un codazo – te vas a quedar de lo más relajado.
-Que no tío, que paso – insistió
Christian – otro día si eso, ahora es que no me apetece.
De
pronto, sin mediar palabra, y dejándose llevar por el vodka, Ángel se levantó y
tiró del cinturón, haciéndome que gatease tras él por todo el salón.
-¿Qué coño haces? – preguntó
Samuel.
-Pues pasear al perro, ¿es que no
lo ves? Jajaaja.
Otra
risotada se escuchó. No le veía la más mínima gracia, Ángel sin embargo parecía
estar innovando conmigo. Me vinieron a la mente las palabras de Sergio horas
atrás cuando me crucé con él: “cuidado con Ángel, es un cabronazo”. No obstante
dudaba que con él hubiese sido la cuarta parte de cabrón de lo que estaba
siendo conmigo. El humillante paseo se alargó hasta que ya no tuvo gracia, y
eso fue bastante tiempo, ya que todos estaban bastante borrachos.
-Das pena tío, en serio, espero
que nunca tengas perro, pobrecillo – dijo Christian intentando reírse de él.
-Pero qué dices, si jugaría con
él, le haría putaditas, mira como esta – dijo haciéndome parar frente a sus
zapatillas.
No
sabía que maquinaba, pero nada bueno era. Cogió una de sus puma y me la ató a
la oreja. Jamás pensé que una zapatilla pudiera pesar tanto, en cuanto terminó
me ató la otra zapatilla la oreja, y de un tirón nuevamente me puse a desfilar,
me limité a mirar al suelo y seguir el reguero de huellas que sus empapados
calcetines dejaban. De nuevo todos empezaron a partirse de risa, a ambos lados
de mi cabeza dos zapatillas rojas se balanceaban colgadas de mis orejas, me
dolían, me sentía humillado y degradado. Por fin, una de sus zapas, se me cayó
al suelo y Samuel tuvo a bien poner fin a aquello.
-Bueno tíos, ya está, porqué no
vamos por ahí a tomar algo, que aquí ya me aburro – dijo.
-Sí, venga – dijo Lucas.
-Ponnos las zapatillas a mis
amigos y a mí esclavo – me ordenó Samuel.
Empecé
por las de Ángel, que obviamente me caían más a mano. Le puse las dos
zapatillas y se las até con cuidado.
-Joe que suerte tienes tío, me
encanta este esclavo tuyo, ¿qué más cosas sabe hacer?– dijo Ángel quien parecía
estar descubriendo un juguete nuevo.
-Pues más cosas, créeme – dijo
Samuel.
-¿En serio?, ¿el qué? –preguntó
ansioso Ángel.
-Mañana os lo enseño, hacemos
botellón en vuestra casa, y le llevaré, ¿os parece?
-¿No te vas este fin de semana a
casa? – le preguntó Lucas.
-No, me quedo, así que hay plan
para mañana – dijo Samuel.
Aún
no había calculado el alcance de lo que acababa de escuchar de boca de Samuel.
Terminé de ponerle las zapatillas a Lucas y todos se levantaron.
-Venga vamos – dijo Samuel –
luego os doy el número del esclavo y le avisáis este fin de semana.
Empezaron
todos a desfilar por el pasillo, y Samuel quedó el último.
-Limpia todo esto, te vistes y te
piras, y nada de coger tu ropa, recuerda, te quedas con el uniforme puesto
¿entendido?.
-Claro Señor – le dije mirando al
suelo.
-Ya te avisaré mañana.
Por
fin abandonaron la casa. Apagué la música y todo se quedó en silencio. Miré la
hora, pasaban unos minutos de las dos y aún tenía bastante faena. Recogí todo y en la cocina me vestí. Tenía
realmente muy poco trabajo con eso, ya que solamente era ponerme los vaqueros y
las zapatillas, el resto era el uniforme que ya no podría quitarme.
Salí del piso y puse rumbo a mi
casa. Había refrescado y la estrecha camiseta de Sergio no era suficiente para
esquivar el frío. Intenté pensar en todo lo que me había ocurrido pero estaba
demasiado cansado y me sentía mal, esa noche iba a tener consecuencias en mi
futuro más inmediato, el problema era que aúno no tenía ni la menor idea del
calibre de las mismas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario