Capítulo 2 – Samuel
Hasta
hacía pocos minutos pensaba que mi pequeña aventura o fantasía con mis dos
nuevos amigos se había terminado. Había pasado el sábado entero pendiente del
teléfono a la espera de que Víctor o Sergio me llamasen para ir a su casa a servirles,
pero no pasó nada en todo el día, incluso decliné la invitación de unos amigos
para salir de fiesta por la noche, por si me llamaban. Sin embargo, el domingo
por la tarde, casi de noche había recibido un mensaje, para que fuese de nuevo
al piso.
Y
de camino iba. Esta vez mucho más relajado, feliz porque iba a continuar con mi
extraña fantasía. Toqué el timbre del tercero “A” y a los pocos segundos, sin
mediar palabra por el interfono, la puerta se abrió. Estaba claro que me
esperaban. Subí los tres pisos por las escaleras, la puerta de acceso a la
vivienda estaba entornada.
Entré
y cerré la puerta. Oía varias voces en el salón, que me quedaba al final del
pasillo. Pude ver a Víctor y a Sergio sentados en el sofá hablando con alguien
frente a ellos. En cuanto entré comprobé de quién se trataba, era un muchacho
castaño claro con mechas rubias, de ojos claros, medía aproximadamente metro
ochenta, de unos 21 años, vestía unos vaqueros y un polo y tenía un semblante
más bien chulesco y pijo. Mis dos amigos estaban sentados en el sofá
exactamente igual que la vez anterior, posiblemente no hubieran salido de casa
en todo el fin de semana.
-Este es Samuel – me dijo Víctor
señalando con la mano a aquel chico.
-Encantado, yo soy… - dije
extendiendo la mano.
-El esclavo, ya me han dicho – me
interrumpió Samuel, con tono de sobrado y sin querer darme la mano.
-Sí, eso es –dije algo cortado y
retirando la mano con rapidez.
-Así que harás cualquier cosa que
te pidamos, ¿no es así? – me preguntó sentándose en un sillón.
-Eso es, cualquier tipo de tarea
doméstica que queráis.
-Genial, a mí me apetece cenar,
el autobús me da hambre, ¿a vosotros no, chicos? – dijo mirando a Víctor y
Sergio.
-Sí estaría bien – respondió
Sergio, al tiempo que Víctor asentía con la cabeza.
Ambos
parecían casi tan intimidados por la presencia de Samuel como lo estaba yo.
Desde luego no parecía tan afable como ellos dos, no obstante era una obviedad
el hecho, de que le habían puesto al día sobre mi existencia.
-Pues vete a hacernos la cena, y
rapidito que tengo hambre, esclavo – me ordenó.
-Enseguida.
Me
giré y me dispuse a salir del salón camino de la cocina.
-¡Espera un momento! –dijo
haciéndome parar en seco.
-¿Sí? – dije girándome de nuevo.
-Quítame las zapatillas, tengo
los pies molidos – dijo poniéndolos sobre la mesita central.
Sin
decir nada me fui hasta sus pies, me arrodillé junto a ellos y comencé a
desatarle los cordones con suavidad. De reojo vi cómo Sergio y Víctor me
observaban sin perder detalle. Cuando los cordones de las nike negras
estuvieron lo suficientemente flojos, tiré de una ellas hasta sacarla por
completo. Un penetrante olor me hizo separarme. Un apestoso y sucio calcetín
blanco de marca nike parecía ser el causante del olor.
-Las zapatillas están un poco
sucias, ¿porqué no me las limpias y aprovechas? – dijo meneando el pie que aún
tenía la zapatilla.
-Por supuesto – le dije sacándole
la zapatilla restante.
Salí
del salón con el calzado de Samuel en la mano, separándolo de mí como si
quemase, a mis espaldas pude escuchar algún comentario jocoso y risitas de los
tres muchachos.
Casi
me llevó más tiempo limpiar las zapatillas que hacer la cena, sin embargo el
trabajo lo hice completamente encantado hasta tal punto que estuve empalmado
todo el tiempo. Trataba de disimularlo cada vez que iba al salón a llevarles
los platos o la comida.
-Me voy a la cama – dijo Víctor
cuando estaba retirándole el plato.
-Si yo también, mañana tenemos
clase temprano – dijo Sergio poniéndose en pie.
Ambos
se dirigieron a sus respectivos cuartos.
-Ya os veré chicos, que yo me voy
también – les dije para despedirme.
-¿Puedes quedarte un momento? –
me pidió Samuel.
-Claro voy a terminar de recoger
la mesa.
Cuando
volví de la cocina Sergio y Víctor ya se habían encerrado en sus habitaciones y
Samuel esperaba junto a la puerta de su cuarto.
-Ven – me ordenó metiéndose en su
habitación.
Le
seguí. Entré en su cuarto. El hedor a macho fue lo primero que percibí. Como
cualquier cuarto de piso de estudiantes estaba amueblado de forma muy espartana,
una cama normal, más bien pequeña, una mesa de noche, un escritorio y un
armario. Todo decorado con camisetas, pantalones, bóxers y calcetines sucios
que daban olor y color a la vez que desorden al cuarto. Samuel cerró la puerta
del cuarto y echó el pestillo.
-Me vas a deshacer la maleta,
esclavo, estoy cansado del autobús y no me apetece hacerlo a mí, ¿está claro?.
-Claro, eso está hecho – le dije
dirigiéndome a su maleta.
Empezaba
a gustarme el trato, los otros dos muchachos no parecían tomarse en serio lo
que me gustaba, pero Samuel sabía exactamente cómo hacer que mi polla estuviera
tiesa por completo. Abrí la maleta y me encontré con ropa perfectamente doblada
y limpia, camisas, vaqueros, camisetas, bóxers, calcetines, sudaderas, sin duda
era la colada que le había hecho su madre antes de venirse de nuevo.
De
espaldas a mí, Samuel se tiró en la cama y me observó trabajar. A base de
ensayo y error fui colocando la ropa limpia conforme a la mínima organización
del armario, que por otro lado estaba casi vacío, ya que el sitio natural de la
ropa en aquella habitación parecía ser el suelo y la silla del escritorio.
Cuando
terminé y me giré, un nuevo par de prendas se habían unido a la decoración del
suelo, los pantalones vaqueros y el bóxer blanco de Samuel. Estaba pajeando sus
alrededor de 18 centímetros de polla mientras me miraba.
-Bueno, ya he terminado – dije
sin quitarle ojo a su polla – creo que me iré ya, no quisiera molestar.
-¿Irte? ¿no quieres disfrutar de
esto? – dijo agarrándose la polla y meneándosela.
-Es que a mí no me…
-Vamos joder, no te hagas el
santurrón ahora – dijo cortante – llevas empalmado toda la noche, seguro que
alguna de esas dos putas mariconas ya te ha comido la polla, es su tarjeta de
visita.
-Je je je, sí, es cierto – dije
notando como me subía la sangre a la cabeza.
-Así que te encontraron en un
chat gay ¿eh? – dijo con cierto rin tintín volviendo a la paja.
-Sí… bueno pero es que a mí lo
que me gusta es ser esclavo doméstico, cocinar, limpiar, serviros copas, lo que
queráis.
-Entonces te dejaré que me laves
toda la ropa que hay por aquí tirada.
-Claro, como quieras.
Empecé
a recoger ropa del suelo, amontonándola para llevarla a lavar, los calcetines y
los bóxers estaban especialmente sucios, le gustaba reutilizarlos días y días.
-¿Has comido alguna polla? – me
preguntó de repente.
La
pregunta me dejó algo descolocado, no me la esperaba. Miré a la polla que
seguía siendo pajeada y luego a su cara. Me tomé unos instantes para
responderle.
-Sí – dije escuetamente.
-Lo supuse –dijo Samuel con aire
de suficiencia.
-¡Cómemela! – me dijo.
-No en serio, yo es que…
-Vamos llevas empalmado toda la
noche, incluso lo estás ahora, ¿esperabas que no nos diésemos cuenta?, seguro
Víctor y Sergio están pajeándose ahora mismo pensando en tu paquete.
Samuel
separó las piernas y dejó de pajearse, en lo que parecía una invitación a
disfrutar de su polla. La curiosidad y el morbo me gobernaban por completo.
Miré el pestillo de la puerta, para asegurarme de que seguía cerrado, dejé caer
toda la ropa sucia y me subí de rodillas a la cama colocándome entre sus
piernas.
-Veamos qué tal la mamas – dijo
con una sonrisita.
Torpemente
se la agarré. La descapullé y me la metí en la boca. Empecé a dar pequeños
lengüetazos.
-Tienes mucho que mejorar aún esclavo,
te falta experiencia –me dijo- ¿a cuántos se la has chupado?.
- Solo a dos –dije interrumpiendo
la mamada.
-Con más suavidad y cuidado con
los dientes, que no es un chupachupus, sigue esclavo – me ordenó.
Volví a meterme su gran polla en la boca. Siguiendo
sus consejos, traté de ser más cuidadoso y más suave. A falta de una crítica
constructiva unos leves gemidos me indicaron que mi trabajo había mejorado en
calidad. Mi polla me dio el visto bueno de lo que estaba haciendo con una gran
erección. Notaba cómo estaba manchando el calzoncillo gota a gota, me estaba
gustando. Las anteriores veces habían sido algo muy inocente en un campamento de verano y en los
servicios del instituto, y ambos chicos a los que se la había mamado habían
estado tan nerviosos o más que yo. Sin embargo ahora había cambiado algo, ahora
me sentía dominado por Samuel, su personalidad estaba derribando ladrillo a
ladrillo mis ridículas barreras.
-Mucho mejor – se dignó a decir
por fin.
Ese
cumplido hizo que tratase de mejorar la mamada, aumenté el ritmo tratándole de
dar más placer. Yo estaba tan empalmado como él. Bajé mi bragueta, Metí la mano
en mi pantalón y me busqué la polla, me la agarré, la saqué y empecé a
masturbarme mientras se la chupaba a Samuel. Después de unos instantes pareció
darse cuenta.
-¡Qué cojones haces, esclavo! –
dijo alzando la voz.
-Pues chupártela – dije un poco
asustado.
-Con la puta mano digo.
-Pajearme – dije mirando a otro
lado rehuyendo su mirada.
-Nada de pajearte, aquí solo
disfruto yo, y guárdate la puta polla, no quiero ver más pollas que la mía
¿está claro?.
-Está bien, lo siento, perdona,
no volverá a pasar – dije guardándomela de nuevo en los pantalones.
Continué
chupándosela tratando de mejorar, con el fin de que se le calmase el enfado.
Los gemidos volvieron y aparecieron a la par que las primeras babas. Ese
líquido sabía distinto al de los dos chicos a los que se la había chupado,
mejor, y ya que sólo eran las primeras gotas de lubricación, me apetecía
saborear el pastel al completo. Con la mano con la que antes me pajeaba comencé
a pajearle al mismo ritmo con el que se la chupaba.
-MMMMMMM eso es, así se hace, sí
señor, aprendes deprisa – dijo con los ojos cerrados y cambiando el gesto por
otro más relajado.
Continué
con la mamada y la paja. Las gotas que salían me indicaban que estaba a punto
de correrse. Un ruido distrajo mi atención. Samuel estaba con su mano derecha
rebuscando en el cajón de la mesilla de noche algo, seguí chupando hasta que
por fin dio con lo que estaba buscando, era metálico, cuando lo sacó entero
pude ver que aquello que estaba buscando eran unas esposas.
-¡Para esclavo! – dijo
separándome la cabeza con su mano de la polla.
Dejé
de mamársela. Estaba empalmadísimo, tanto él como yo. Observé las esposas que
colgaban de su mano.
-¿Qué es lo que pasa?, ¿porqué no
me dejas terminar? – le pregunté.
-No quiero correrme en tu boca.
-Es igual no me importa de
verdad… -le dije con verdaderos deseos de meterme de nuevo su polla en mi boca.
-A mí no me da igual, date la
vuelta y pon las manos atrás – me ordenó.
-Pero porqué, para qué – le dije
sin dejar de mirar las esposas, aunque sabía la respuesta.
-Me gusta atar a mis putitas y
preñarles el culo, así que ya te estás dando la vuelta y quitándote los
pantalones.
La
revelación de sus intenciones me hizo aterrizar de la nube en la que estaba.
Desde un principio había querido evitar convertirme en esclavo sexual y no
estaba dispuesto a pasar por ahí.
-No tío, nada de eso, yo no soy
gay, solo estoy probando y eso, y paso de rollos de esposas y más aun de que me
peten.
-Vamos no seas estrecho, lo estás
deseando – me dijo con tono meloso – eres una putita y te gusta que te den,
seguro, como a mis dos compañeros de piso.
-¡No!, para nada, no estoy
dispuesto tío, además nunca me han follado el culo, no me va de verdad, el
resto lo que sea, os limpiaré, cocinaré, haré tareas, incluso os la chuparé
pero más no estoy dispuesto.
En
ese momento le cambió la cara. Un semblante serio que desprendía una mezcla de
decepción e ira se instaló en su rostro. Guardó las esposas y cerró el cajón.
-En ese caso se acabó, fuera de
mi cama y de mi casa – me dijo con tono sereno.
-Samuel tío, de verdad que no me
importa hacer el resto, lo que queráis, sin ningún problema, pero esto no por
favor tío.
-¡Fuera!, vamos lárgate – dijo
sacándome de la cama de un empujón.
El
empujón me hizo ponerme en pie, aunque estuve a punto de caerme. Samuel se
levantó y abrió la puerta de un golpe.
-¡Largo! – me gritó.
De
pronto en el salón aparecieron Víctor y Sergio con aspecto alarmado.
-¿Pasa algo? – dijo Sergio.
-Nada – me apresuré a decir – ya
me iba.
Pasé
entre Víctor y Sergio, que no dejaban de mirarme a mí, y seguramente a la polla
de su compañero de piso, a punto de reventar. Atravesé el pasillo a toda
velocidad y salí de la casa.
Ya en la calle me dispuse a dar un paseo,
necesitaba aclarar la mente. Había encontrado por fin lo que buscaba, era
incluso mejor que en el mejor de mis sueños, un piso de estudiantes donde
servir y hacer todo lo que me pidieran, un auténtico filón para mí. Sin embargo
eso tenía un coste. Había rechazado ofertas similares de amos por internet que
buscaban un esclavo total por parecerme que eso traspasaba todas las barreras,
y aunque no había estado dispuesto a atravesarlas todas, me encontraba en la
encrucijada de pagar el precio que me exigía Samuel o seguir por tiempo
indefinido buscando algo similar, aunque sabía de sobra que no sería tan bueno,
si es que llegaba a encontrarlo.
Con la llave de mi portal en la
mano, a punto de subir a mi piso, ya había tomado una decisión: tenía que
volver a aquella casa, costase lo que costase.
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