Capítulo 12 – Encontronazo
Estaba
agotado del todo. Era lunes, llevaba dos horas de clase de la que sería la
última semana lectiva y no podía ni concentrarme del cansancio. Aún tenía
alguna secuela de mi cautiverio de veinticuatro horas en casa de Ángel, como
eran las marcas de las esposas. Las de la mano izquierda la había podido
disimilar bien poniéndome un reloj, sin embargo, las de la mano derecha las
dejé al aire. Confiaba que usando la camisa de manga larga que me veía obligado
a utilizar para tapar la amarilla y lefada camiseta amarilla del uniforme me
tapase la marca. No obstante, tuve que dar explicaciones como buenamente pude
al pesado de mi compañero de piso, quien me hizo poco menos que un tercer grado
el domingo preguntándome cosas como dónde había estado todo el sábado y por
supuesto, porqué tenía una marca en la muñeca. Me inventé que había tenido que
llevar una bolsa con muchas botellas en un ficticio botellón en una zona
alejada y que me había pasado la bolsa por la muñeca, y aunque no quedó para
nada convencido cesó el interrogatorio.
Me
sentía igual que debía sentirse un sospechoso del inspector Colombo. Mi
compañero Fernando se había propuesto averiguar qué me traía entre manos, con
salidas nocturnas entre semana, porqué siempre llevaba los mismos calcetines o
porqué me empeñaba en llevar una camisa de manga larga abotonada hasta el mismo
cuello. Incluso le pillé con mi móvil, probablemente en busca de algún mensaje
de Samuel, por fortuna, mi política de gestión de privacidad me estaba evitando
un disgusto, ya que borraba los mensajes nada más entrarme. Cada vez era más
complicado quitármelo de encima. Las excusas se me estaban terminando y las que
me iban quedando en el saco eran cada vez más inconsistentes y menos creíbles
por lo rebuscadas que eran.
Desde
luego mi otra vida me estaba cambiando la vida “primaria”, por así decirlo. No
podía estar en mi propio piso como me daba la gana, siempre tenía que estar
pendiente del móvil, descansaba mal por el estrés de los exámenes cercanos,
Samuel y sus amigos, y mi puto compañero de piso. Incluso llegué a quedar con
mi amigo Raúl el domingo por la tarde con tal de huir de casa y no tener que
responder a ningún tipo de pregunta.
Esa mañana me
moría de calor, tenía sueño y aún arrastraba dolores de espalda. Decidí
saltarme la tercera hora, era casi media mañana y prefería irme a tomar un café
y relajarme un poco. Afortunadamente Lucas a esa clase no tenía que ir, ya que
había aprobado ya la asignatura y por tanto no tendría que seguir con estúpidas
explicaciones. Poniéndome la mochila al hombro, salí al pasillo con la
intención de abandonar el edificio en busca de una cafetería y poder relajarme,
y al doblar la esquina se me vino el mundo a los pies. De frente venía Samuel.
-¡Coño!, ¿qué haces tú aquí?,
¿estudias en esa facultad? – me preguntó con gran cara de asombro.
-Hola, eh, no no, - dije
mintiendo – he venido a acompañar a una amiga, me iba a tomar un café, que
ahora no tengo clase – dije improvisando algo, - y¿ tú?.
-Vengo de devolverle un juego a
un colega, ¿llevas el uniforme? – me espetó de pronto escrutándome con la
mirada.
-Por supuesto Señor – dije
bajando la voz.
-Eso quiero verlo yo, sígueme.
Me
dio un vuelco el corazón. No sabía que se traía entre manos, pero no era nada
nuevo. La distancia entre él y yo se iba aumentando, me quedé mirándole,
llevaba una carpeta bajo el brazo y por lo demás iba con su andar chulesco y su
ropa pija.
-¿Vienes o qué? – me dijo
girándose para comprobar que iba detrás de él.
-Sí, sí, voy.
Íbamos
sorteando grupos de estudiantes que apuraban el descanso entre clase y clase.
Seguía a Samuel a una distancia prudente. Rezaba por no encontrarme a nadie que
me saludase y que hiciese sospechar a Samuel que estudiaba en esa facultad. Por
fin paró frente a una puerta y entró. Yo iba como en una nube pensando o al
menos tratando de averiguar qué querría de mí, pero en cuanto pude ver dónde se
había metido las cosas empezaron a tener sentido. Los aseos de chicos. Lo único
que podía pensar en ese momento era en que no hubiese nadie dentro.
Por
fortuna me crucé justo al entrar con el que debía ser el único usuario del aseo
justo en ese momento. El lugar tenía tres cubículos con puerta con sus
respectivos váteres.
-Entra – me dijo Samuel sujetando
la puerta del último de todos.
-Por supuesto – dije omitiendo el
“Señor”, por miedo a que me oyese alguien.
Samuel
entró, cerró la puerta con el tranco y dejó la carpeta en el suelo, apoyada
contra ella.
-Desnúdate.
-Pero cómo, ¿aquí?, ¿ahora? –
dije perplejo.
-Si joder, ahora, desnúdate de
una puta vez esclavo, quiero comprobar que llevas el uniforme – dijo perdiendo
la paciencia.
Miré
a mi alrededor. Con Samuel dentro de aquel cubículo no quedaba mucho espacio
para maniobrar. Dejé la carpeta en el suelo, en una esquina alejada todo lo
posible de las múltiples salpicaduras de pis que había por el suelo. Bajo la
mirada de Samuel, que estaba como su carpeta, apoyado contra la puerta, me
quité la camisa. Esbozó una leve sonrisa al ver la camiseta amarilla debajo. La
doblé como buenamente pude y la puse sobre la tapa del váter.
-Eso está bien, veo que mi
corrida aún sigue ahí – dijo mirándome la camiseta.
-Por supuesto Señor – dije
mirándome al pecho donde aún era visible la mancha.
Me
senté sobre el váter para desatarme los cordones de las zapatillas. Pude ver
con más detalle el suelo.
-Señor, por favor, ¿es necesario
que me descalce?, el suelo está lleno de meaos – dije en tono de súplica.
-Que yo recuerde tu uniforme no
lleva zapatillas, así que ya te las estás quitando – dijo como si le importase
poco aquel detalle.
-Sí Señor – dije resignado.
Me
quité las zapatillas y las aparté a un lado. Trate de mantener los pies en el
aire el mayor tiempo posible, pero tenía que quitarme los pantalones y no tuve
más remedio que posarlos en el suelo para poder ponerme en pie y desabrocharme
el vaquero. Una sensación de asco me recorrió, mis ya de por sí sucios y
apestosos calcetines se calcaron con las salpicaduras de pis que rodeaban el
váter. Samuel por su parte, había hecho todo lo posible por no dejarme ni un
solo hueco de suelo seco, al tiempo que me miraba con una sonrisa burlona. Me
quité los vaqueros y los puse sobre la tapa del váter.
-Date la vuelta – me ordenó.
Lo
hice. Era evidente que quería comprobar que el bóxer que llevaba era el
correcto y tenía el agujero en el culo.
-Perfecto, así me gusta,
obediente – dijo.
-¿Puedo vestirme ya?.
-No de eso nada, siéntate, que me
la vas a chupar un poco, ya que estás – dijo sacándosela por la bragueta.
Me
giré de nuevo y me senté sobre mi ropa. Fue una sorpresa comprobar que Samuel
estaba completamente empalmado, le estaba molando putearme de aquella manera
más incluso que otras cosas. Metí su polla en mi boca y se la empecé a chupar.
Esta vez no podía juguetear con sus huevos ya que no se los había sacado del
pantalón. No tardó en comenzar a expulsar pequeñas gotas de lubricación.
-Así así mmm que bien.
Seguí
chupando y succionando hasta que oí un ruido. Venía de fuera del cubículo,
alguien había entrado a hacer uso del servicio. Me detuve, comencé a ponerme
muy nervioso, pensé por un instante que Samuel me la iba a jugar, sin embargo,
sólo me hizo señales con la mano para que continuase. Reanudé la mamada
escuchando de fondo a algún chico del campus que podría ser compañero mío de
clase meando en el cubículo de al lado. En cuanto terminó y se marchó respiré
aliviado. Samuel sacó su polla de mi boca y empezó a pasar su gordo y
enrojecido capullo por mi cara. Cerré los ojos pensando que se correría encima
de mí pero no fue así.
-A ver, date la vuelta, y ponte
de rodillas sobre la taza – dijo dándome algo de espacio.
No
se iba a quedar en una simple mamada, quería follarme también el culo. Hice lo
que me mandó, mi ropa sobre la tapa del váter me ayudó a no hacerme daño en las
rodillas, no era gran cosa, pero con el historial que llevaba casi se
agradecía.
-Separa los putos pies joder, los
tienes llenos de meados – dijo Samuel detrás de mí.
Abrí
las piernas hasta que mis pies tocaron en la pared. De nuevo sentí la polla de
Samuel en la entrada de mi culo. Cerré los ojos mentalizándome para el dolor
que iba a tener que soportar y sobre todo no gritar dentro de aquel servicio en
la facultad. Se me pasó por la cabeza la cara que pondría la gente si en ese
preciso instante las paredes se volviesen transparentes, una estúpida idea que
era imposible que ocurriese, pero a pocos metros había docenas de alumnos en
clase. Samuel comenzó a apretar y noté cómo conseguía metérmela. Fue
sorprendente la facilidad con la que lo consiguió, salvo una leve molestia no
noté absolutamente nada. Desde luego haber tenido la polla de Ángel en el culo
me había reportado algún beneficio, además de varios dolores. También lo había
notado Samuel.
-Ya vas teniendo el culito más
grande, ahora disfrutarás más – dijo dándome un leve aunque certero empujón.
Enseguida
noté la tela de su pantalón pegada a mi culo. Ya estaba toda dentro. Empezó a
follarme con ganas. Cada embestida era más fuerte e intensa que la anterior. Me
estaba gustando, me lo decía mi polla en forma de una gran erección, pero no
podía tocarme, Samuel me lo tenía prohibido, además poner en peligro mi
estabilidad, e irme al suelo era lo último que quería, con los calcetines y los
pies empapados en pis ya era suficiente.
-Qué pena no habérseme ocurrido
antes, un polvo a media mañana, y encima de lunes, una pena que se acabe el
curso –dijo mientras me seguía follando.
Continuó
por unos minutos hasta que de pronto paró. No había sentido su corrida, giré la
cabeza y vi cómo me la sacaba. Empezó a pajearse hasta que dos grandes chorros
de leche pegaron en mi culo. Se encargó con su polla, de extender la corrida
por todo el culo.
-Uff el mejor lunes del año, de
lejos ¿el tuyo no? – me preguntó.
-Desde luego Señor – dije
complaciente aunque para nada de acuerdo.
-Ahora ya puedes poner tu
teléfono aquí – dijo señalando la puerta.
La
observé y había varios números de teléfono con frases como: gay-gay, te la chupo, ¿follamos?, te follo
el culo, y cosas por el estilo. Por un instante pensé que me obligaría a
escribir ahí mi teléfono, o incluso que lo haría él, pero no lo hizo. Cuando
terminó de frotarse la polla con mi culo se limpió los restos con papel
higiénico hizo una bola con él y me la dejó sobre la espalda.
-Ya te puedes vestir, esclavo–
dijo guardándosela en el pantalón.
-Gracias Señor – dije poniéndome
en pie.
-¿Te lo pasaste bien el sábado en
casa de mi amigo Ángel? – me preguntó.
-No estuvo mal Señor –dije con
una leve sonrisa.
-Ya me contó que habías sido un
buen esclavo, ¿te follaron mucho esos tres cabrones? – dijo recogiendo su
carpeta.
-Bastante, además poco podía
hacer estando esposado –dije.
-Claro, ah, si las esposas, las
quiero en mi casa esta tarde, ¿está claro?, junto con la mochila, me dijo que
te las llevaste el sábado.
-Claro Señor, no hay problema,
esta tarde se las llevo.
Se
giró y salió del cubículo dejando la puerta abierta. Me apresuré a cerrarla de
nuevo ya que prácticamente estaba desnudo y con una lefada de Samuel encima.
Estaba aún empalmado y no estaba dispuesto a quedarme con las ganas. Puse una
rodilla sobre la taza y empecé a pajearme. Pasé un dedo por el culo recogiendo
toda la lefa que pude de Samuel y me lo llevé a la boca tratando de saborearla.
Repetí la operación, una y otra vez, casi limpié mi culo haciendo esto y
pajeándome hasta que ya no pude más y empecé a correrme.
-Mmmmm – dije cerrando los ojos.
Lancé
un gran chorro blanco sobre el alicatado de la pared. Con el mismo dedo de
antes me limpié la polla y me lo llevé a la boca. Me encantaba, casi como la de
Samuel, me sentía una auténtica zorra, estaba disfrutando como nunca.
Me
puse la camisa y los pantalones que habían quedado completamente arrugados,
recogí mi carpeta y con las zapatillas de la mano salí fuera del cubículo. No
había nadie, aún faltaban unos minutos para acabar la hora así que no era
probable que entrase nadie. Con la esperanza de evitar olores desagradables,
más aún, me quité los calcetines y los lavé en el grifo. Como la suciedad era
tan abundante Samuel ni lo notaría, y al menos no me iría con la sensación de tener
los pies encharcados en pis.
Decidí
dejar lo del café después de haberme encontrado con Samuel y me marché a casa.
Me quité el uniforme y puse a secar los calcetines en la ventana de mi cuarto,
al sol. Me di una ducha y comí. Era un poco más pronto de lo habitual pero así
podía prescindir de los molestos sonidos que emitían mis compañeros de piso.
Después
de una breve siesta y un rato de estudio, siendo aún poco más de las siete de
la tarde creí conveniente cumplir la orden de Samuel y llevarle la mochila con
las esposas dentro a casa. Me vestí con lo habitual, cargué la mochila a la
espalda y salí del cuarto.
-¡Coño Julio!, si creí que no
estabas en casa – dijo Fernando.
-Eeeh, sí, sí que estaba, lo que
hoy llegué antes, he comido, y me he echado la siesta, ahora me voy un rato.
-Ah, vale vale, ¿y esa mochila?,
no te la conocía – preguntó.
No
desaprovechaba una sola ocasión para someterme a todas y cada una de sus dudas,
y mi nivel de paciencia rozaba la zona roja.
-Pues, es que no es mía, ¿sabes?,
es de un amigo, la necesité y ahora se la voy a devolver.
-Ah, claro, claro, entiendo –
dijo con cara pensativa.
Aunque
me mosqueó mucho esa actitud pasé del tema, y enfilé el pasillo para salir de
casa.
-Bueno Fer tío, ya nos vemos por
la noche, ¡adiós!-
-Adiós – dijo sin más.
Salí
de casa y me dirigí al piso de Samuel. Por el camino no pude si no acordarme de
la extraña cara que había puesto Fernando, pero no entendía nada, ni porqué.
Esta vez la voz que sonó por el interfono fue la de Víctor, quien me abrió
amablemente. Subí los tres pisos y entré. Parecía no haber nadie en casa.
-¡Hola! – dije levantando la voz.
-¡Hola! – dijo Víctor saliendo de
la cocina de repente.
Yo
retrocedí un paso sobresaltado.
-Joder tío que susto me has dado
jaajaj creí que estabas en tu cuarto.
-Jajaaja, no no, que va, estaba
terminando de merendar – dijo apurando un plátano.
-Ah, vale, bueno yo venía a traer
la mochila y las esposas de Samuel – dije dejándola en el suelo.
-Genial, oye estoy solo, porqué
no te preparas y nos divertimos un poco.
-Bueno… como quieras.
Había
contado con que me encontraría con Samuel en casa y que quizás querría follarme
de nuevo o algo por el estilo, pero no había contado con encontrarme a Víctor
solo. Empecé a desnudarme y a meter la ropa en la mochila, quedándome de nuevo
sólo con el uniforme.
-¿Ya estás? – dijo Víctor
saliendo de la cocina.
Aproveché
para mirarle, debía haber llegado a casa hacía pocos minutos, ya que tenía
puestas las zapatillas y en general, ropa de calle.
-Sí, yo creo que sí – dije
mirándome al espejo de la entrada.
-Pues saca las esposas de la
mochila y ven – dijo marchándose en dirección al salón.
-Como quieras.
Me
agaché a la mochila. Fui al compartimento donde recordaba haberlas metido el
sábado pasado. La cremallera estaba a la mitad, no le di importancia en aquel
momento, saqué las esposas y me fui en busca de Víctor, que estaba sentado
sobre su cama quitándose las zapatillas, la elección del día eran unos
calcetines azul cielo que no recordaba haberle visto aún. Pensé que su cajón de
los calcetines debía ser el más colorido de toda la ciudad.
-¿Me das las esposas? – dijo
cuando terminó de descalzarse.
-Claro, toma.
Se
las entregué y aunque fuese por la costumbre, me di la vuelta. Puse las manos
atrás esperando a que me las colocase. De pronto algo no me encajó, oí el ruido
de las esposas al cerrarse, sin embargo no las tenía en mis muñecas, me giré
extrañado y vi a Víctor con las manos atadas a la espalda. Se había esposado a
sí mismo.
-¿Qué haces? – le pregunté atónito,
no salía de mi asombro.
-Pues esposarme, ¿no lo ves?
-Sí, pero… porqué – le pregunté
frunciendo el ceño.
-Me gustaría intercambiar los
papeles, ¿te apetece?
-¿Intercambiar papeles? – dije
con sorpresa.
-Sí, recuerda que aceptaste ser
nuestro juguete, pues hoy me apetece que me den caña, ¿sabes dar caña?.
-Claro – dije un poco cortado.
La
verdad es que antes de conocer a Víctor y compañía, mis encuentros sexuales
eran siempre con tías y sí, me gustaba llevar la voz cantante.
-Cuando quieras – me dijo con una
sonrisa.
-¿Y Sergio y Samuel? – dije
dudando.
-Sergio hasta la noche no vuelve,
está estudiando en la biblioteca y Samuel igual.
La tarde prometía ser cuanto
menos divertida. La idea de poder someter a Víctor le había gustado más a mi
polla que a mí. Sin embargo, verle esposado y pidiéndome caña acabó por
gustarme también. Estaba dispuesto a tomarme mi papel muy en serio, había
tenido buenos maestros los últimos días, sin embargo, no podía ni imaginarme lo
que iba a pasarnos a Víctor y a mí aquella tarde de lunes.
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