Capítulo 5 – La visita
Una
vez más me desperté sobresaltado por un portazo. Esta vez la luz de la
habitación no estaba encendida, aunque el cuarto estaba ligeramente iluminado
por la luz que dejaba pasar la persiana, que estaba a la mitad. Lo primero que
vi fue la cama vacía de mi compañero, supuse que acababa de marcharse y le dio
gran publicidad al evento. Me coloqué boca arriba con la mirada clavada en el
techo y frotándome los ojos, el culo me molestaba un poco y me escocía
ligeramente una muñeca en un lateral, sin embargo no tenía las manos atadas ya,
las esposas no estaban, miré a mis pies y tampoco estaban, ni las esposas; ni
los calcetines. Donde sí había un calcetín era alrededor de mis huevos y mi polla.
-Joder – dije en voz baja, - cómo
puede ser que no me entere de nada.
Roberto
se había levantado, duchado, vestido, me había desatado y quitado los
calcetines y yo durmiendo como un tronco. Quizás fuese por la paliza de hacía
pocas horas, pero el caso es que no me enteré de nada. Desaté el calcetín de la
polla y lo tiré al suelo, las duchas de las habitaciones colindantes empezaron
a sonar. Me senté sobre la cama y observé el suelo, había una camiseta, un
pantalón corto y dos calcetines, el que acababa de tirar, y el que usó de
mordaza Roberto mientras me follaba el culo.
Entré
en el baño, esta vez mi compañero no había sido tan descuidado, no había ningún
bóxer junto a la ducha. Qué lástima, pensé, a pesar del duro castigo me seguía
dando morbo olerlos a primera hora de la mañana.
Cuando
salí de la ducha me fui hasta la cama, me puse el pantalón corto, la camiseta y
no tuve más remedio que ponerme los calcetines que tanto trabajo estaban
teniendo últimamente, tenían algunos cercos, y las plantas estaban realmente
curradas, por no hablar del olor. Empecé a buscar las zapatillas pero no había,
busqué debajo de las camas, junto a los armarios, en el baño, nada.
-¡Será cabrón! – dije cerrando
los ojos y mordiéndome el labio con gesto de enfado, estaba claro lo que
ocurría.
No
me había sacado las zapatillas del armario, y era evidente que no había sido un
despiste casual. Los monitores como cada mañana empezaron a dar voces para que
bajásemos al comedor. Me miré los calcetines, encima no estaban lo que se podía
decir muy presentables, llevaban trabajo de varios días, y lefadas de mi
compañero y mías. Pensé en no bajar, pero seguramente el monitor de mi grupo
preguntase por mí y me subiesen a buscar a la habitación y conseguiría meterme
en un lio a mí y a mi compañero, así que no tenía opción.
Salí
de la habitación y traté de aparentar total normalidad, bajé las escaleras de
los dos pisos saludando sólo a aquellos compañeros que me saludaban, pude ver
como algunos se fijaban en mis pies
-Bonitos calcetines – me dijo un
chico adelantándome y bajando las escaleras con prisa
Cuando
dobló la escalera y miró arriba para mirarme,
me sorprendió ver que quien me había dicho eso no era otro que el moreno
de las puma. Uno de los amigotes de Roberto. No le respondí, no tuve tiempo,
para cuando mi cabeza había generado una respuesta el ya estaba lejos para
oírla.
Aunque
había algunos chicos y chicas que bajaban en zapatillas de estar en casa a
desayunar, y algunas, desde luego eran de lo más ridículas, nadie había ido más
allá y bajado en calcetines, y la noticia corrió como la pólvora por todo el
comedor. Cuando me senté a la mesa todos me miraban o inclinaban la cabeza para
comprobar si era verdad que Marquitos, como me llamaban algunos había bajado en
calcetines a desayunar.
-¿Porqué bajas descalzo? – me
preguntó una compañera nada más sentarme.
No
tenía ni idea que contestar, la verdad no había pensado que tendría que
responder ese tipo de preguntas. Yo crucé los pies y los eché todo lo que pude
para atrás, debajo de mi silla, tratando de que fuesen lo menos visibles
posible.
-Puessss – no sabía que decir –
notaba como la sangre me subía a la cabeza.
-¿Otra vez has perdido las
zapatillas? – esa voz me sonaba, era Roberto
Giré
la cabeza y se estaba sentando junto a mí, en el que era su sitio habitual
antes de su romance con Erika, con una sonrisa burlona y una expresión que
transmitía lo bien que se lo está pasando.
-Sí, sí, eso me temo – dije
avergonzado – solo encontré una y no tenía tiempo de buscar la otra.
Fue
lo mejor que pude improvisar y aunque no resultaba creíble del todo parecía
haber aclarado las dudas.
-Si quieres te dejo yo unas – se
ofreció otro comensal, con el cual había hecho buenas migas, ya que además
estaba en mi grupo.
-No será necesario – se adelantó
Roberto a mi respuesta poniéndome el brazo amigablemente sobre el hombro -
Ahora le ayudo a buscar la zapatilla que le falta jejejeeje.
Yo
le miré, no podía entender nada, pero aquella expresión no se le borraba, se lo
estaba pasando en grande puteándome en público.
Cuando
la conversación pareció desviarse hacia otros temas, aproveché y le pregunté.
-Podías haberme sacado las
zapatillas del armario ¿no? –le dije por lo bajo.
-Se me olvidó – dijo esbozando
una sonrisa.
Claro,
se le había olvidado, no había duda alguna, pensé irónicamente. Cuando acabamos
un monitor hizo el pertinente anuncio del día.
-Hoy por la mañana visitaremos un
par de museos muy chulos que tenemos por aquí cerca, así que en quince minutos estaros
en la entrada, aprovechar para subir a por cámaras de fotos o a poneros las
zapatillas – esto último mirándome
Una carcajada generalizada estalló en el comedor, la noticia se había difundido y todos me miraban a mí y a mis pies. Yo sonreí para quitarle hierro, pero me delataba el color de mi rostro que dudo que alguna vez hubiera estado más rojo.
Una carcajada generalizada estalló en el comedor, la noticia se había difundido y todos me miraban a mí y a mis pies. Yo sonreí para quitarle hierro, pero me delataba el color de mi rostro que dudo que alguna vez hubiera estado más rojo.
Subí
las escaleras detrás de mi compañero en silencio, entramos en la habitación y
abrió el armario, en ese momento un par de esposas se cayeron al suelo, Roberto
ni se inmutó, sacó su cámara de fotos y me tiró al suelo las zapatillas.
-Ahí tienes, tus queridas
zapatillas, y recoge eso, es tuyo a fin de cuentas.
Sin
decir nada me agaché y las volví a meter en el armario.
-La próxima vez que vuelvas a
cambiarte de calcetines o a desobedecerme igual bajas al comedor con menos ropa
aún ¿está claro?
-Sí, si no volverá a ocurrir – le
dije desde el suelo mientras me ataba los cordones.
Era
evidente que había sido una demostración de fuerza en parte y una venganza por
mi osadía de cambiarme los calcetines, quise ponerme unos limpios y lo que
conseguí por eso fue tenerlos más sucios y encima que los viese todo el
campamento. Estaba claro que Roberto iba muy en serio.
Cuando
bajamos a la entrada a esperar la salida hacia los museos, algunos todavía me
miraban los pies, a ver si se prolongaba el momento divertido, pude oír algunos
comentarios como ya se las ha puesto, o no va descalzo o ya se ha despertado.
El
resto de la mañana fue más normal, visitamos como nos habían prometido dos
museos, uno de ciencias donde podíamos tocar y probar cosas y otro más aburrido
de historia de la ciudad en la que nos encontrábamos. Roberto parecía haber
roto con su novia porque ya ni hablaba con ella, pasó la mañana con sus dos
amigotes y en especial parecía enfrascado en una conversación con el rubito de
las adidas.
El
tema estrella de aquel día a la hora de comer no fueron mis calcetines,
afortunadamente, si no el planetario del museo de ciencias. Había gustado
mayoritariamente. El plan de la tarde era algo distinto, nos habían dejado hasta
media tarde de siesta y el resto de la tarde, con el sol ya más bajo, haríamos
deportes variados, como días atrás.
-Hoy me apetece dormir la siesta,
esta noche no dormí demasiado – dijo Roberto mientras subía las escaleras.
Habíamos
terminado de comer, y yo iba detrás de él como era costumbre. El anuncio me
sorprendió, yo también tenía sueño y me apetecía dormir un rato. Entramos en la
habitación, me abrió el armario y se sentó en la cama. Yo procedí con el ritual
de costumbre, quedarme en calcetines y meter la ropa en el armario.
-Saca las esposas y póntelas – me
dijo antes de que cerrase el armario.
-Pero Robert …
No
acabé la frase, la mirada que me lanzó fue suficiente. Saqué las esposas de las
manos primero, me las puse con cierta torpeza, era la primera vez que las
manejaba, siempre me las habían puesto. Saqué las otras, cerré el armario con
llave y me la puse en la boca. Me senté en el suelo como pensando de qué manera
me las pondría mejor, y siguiendo los pasos de mi compañero en mis anteriores ocasiones
me las puse encima del calcetín para evitarme roces.
Ya
a cuatro patas, fui hasta donde estaba Roberto con mucha dificultad, a pequeños
pasos, eso parecía divertirle mucho que no quitaba la sonrisa de la cara,
similar a la de la mañana. Cogió de mis labios la llave y la metió en el
bolsillo de su pantalón corto.
-Quédate como estas, ahora vengo.
Atravesó
la habitación abrió la puerta y salió cerrando con llave. Me quedé mirando al
radiador que había entre ambas camas y al suelo, de lado opuesto a la puerta.
No sabía dónde había ido Roberto, me había dicho que quería dormir la siesta y
no entendía el porqué de esa situación.
No
pasaron ni dos minutos la puerta se abrió de nuevo, lentamente, y se volvió a
cerrar con llave.
-Vaya, era verdad- dijo una voz
que no conocía
Me
giré tan rápido como me permitieron las esposas y se me heló la sangre una vez
más, empezaba a estar arto de esa sensación. Ahí estaba, plantado delante de la
puerta el rubito de las adidas mirándome y sosteniendo la llave del cuarto.
Vestía lo mismo que durante la excursión, una camiseta amarilla, un pantalón de
deporte blanco y unos calcetines nike amarillos, eso junto con las adidas
blancas, lo hacían de lo más apetitoso y mi polla también estaba de acuerdo
conmigo.
-Pero… - no fui capaz de
articular palabra.
-Así que eres verdad que eres el
perrito de Roberto, la verdad es que no le creí hasta que esta mañana
accidentalmente le vi el video que te había grabado.
Será
cabrón, pensé, maldito Roberto y su puta cámara. Caminó hacia a mí, se agachó y
me cogió de la barbilla.
-Por cierto, me llamo Mario. –
dijo echándose a un lado la melena rubia que le tapaba unos preciosos ojos
azules.
-Yo Marcos – le dije tímidamente,
pero estaba absorto mirándole los ojos.
-No, tu eres un perrito y no
tienes nombre – dijo con tono chulesco y apretándome la barbilla.
Se
sentó en mi cama, aquello realmente me gustó. Me cogió del pelo y me hizo
inclinar la cabeza hasta sus zapatillas.
-Bueno Roberto siempre luce unas
zapatillas limpitas cada mañana, y después de ver el video entiendo porqué, así
que empieza.
Levanté
la cabeza girándola negativamente. El
volvió a cogerme de los pelos y esta vez me acercó la cabeza a la suya. Esta
vez, se apartó la melena de la cara con un movimiento del cuello.
-Roberto me ha dicho que eres muy
obediente, y que si no te portas bien conmigo se lo diga, el sabe qué hacer.
-Está bien, está bien – dije
resignado y bajé la cabeza a sus zapatillas.
La
verdad es que me encantaban, eran las superstar blancas con las rayas negras,
un 44 que llevaba días mirando a lo lejos y ahora estaban a pocos centímetros
de mi lengua. Empecé a lamérselas con ganas, estaban algo sucias, no habían
tenido tanto mantenimiento como las de mi compañero. Pasé la lengua por cada
raya negra de abajo a arriba, la puntera, la lengüeta, todo.
-Muy bien, la verdad es que lo
haces genial, me están quedando como el primer día.
Le
hice un trabajo perfecto. Las dos quedaron impecables.
-Porqué no continúas con los
calcetines, llevo un par de días sin cambiármelos jeejejeej.
Ya
ves tú, pensé, mi compañero llevaba desde el comienzo del campamento con los
mismos. Le desaté lentamente los cordones y se la saqué, el olor era delicioso,
aquel rubito olía de maravilla, me la quitó
y me la apretó contra la cara.
-Me han dicho que esto te gusta
¿verdad?
-Sí, mucho – dije simplemente
mientras olía aquella zapatilla.
Tiró
la zapatilla a un lado y me puso la planta del calcetín en la cara. Estaba húmedo y caliente, algo sucio aunque
al ser amarillo casi no se notaba, me empapó la cara con su sudor y empecé a
lamérselo, él empezó a reírse, mitad de satisfacción mitad de cosquillas.
Empezó a frotarse el paquete, que no tardó en hacerse notar, el pantalón blanco
que llevaba marcaba todas las formas.
-¡Vamos, quítame la otra! – me
ordenó
Le
dejé el pie en el suelo y me puse a desatarle lentamente los cordones, de vez
en cuando miraba para arriba, la visión era excelente, estaba frotándose el
paquete y mirándome a través de su melena rubia con esos preciosos ojos azules.
Ya no se molestaba en apartársela de la cara. Metí un dedo en la zapatilla,
estaba igual de húmeda y caliente que la otra, con la otra mano levanté el pie
y tiré sacándosela lentamente y mostrando el calcetín amarillo en todo su
esplendor. Se lo lamí provocándole esa risita otra vez, yo estaba a mil, mi polla
estaba encantada con aquel festín que me estaba dando.
-Que suerte tiene Roberto eres un
perro de primera- dijo con tono amable
Yo
no hablé estaba muy entretenido, sentado sobre mis talones le había levantado
los pies y le lamia ambos dedos gordos a la vez, el paquete de Mario no hacía
más que crecer y crecer. De repente se la sacó, nunca había visto una cosa
igual le medía 19 cms y algo más gruesa que la de Roberto, empezó a pajearse
mientras me miraba lamer.
-Me han dicho que la chupas bien,
¿es cierto eso?
No
lo dudé, me abalancé sobre ella, lo descapullé y empecé a darle lametones, él
se inclinó hacia atrás y apoyó la cabeza contra la pared.
-Mmmmm era verdad – dijo
dejándose hacer con una expresión de completa felicidad
Yo
lamí casi con ansiedad, era de largo, y nunca mejor dicho, la polla más grande
que había tenido en la boca y no quería desperdiciarla. Él empezó a gemir,
disfrutaba con cada lametazo que le daba. Aumenté el ritmo y empecé a mamársela
con más velocidad.
-Ufffff tiooooo – dijo a cerrando
los puños con las sabanas dentro
Su
polla babeaba casi como la mía, empecé a masajearle los huevos mientras chupaba
más y más deprisa.
-Paraaa paraaa tioo que me
corrooo, paraaaa
Pero
no solo no paré sino que aumenté un poco más el ritmo, con el efecto deseado.
-Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah
Empezó
a correrse de forma brutal chorros y chorros de leche salían, casi no daba
abasto, tragaba tan rápido como podía, a veces se me escapaba por la comisura
de los labios, lamiendo y tragando cada gota blanca que salía de ese
excepcional poyón.
-Mmmmmm que ricooo llevaba días
sin pajearme, dijo abriendo los ojos y mirándome con cara de cansancio.
Se
metió la polla en el pantalón y se quedó mirándome, yo seguía sentado sobre mis
talones.
-Tengo que venir de visita más a
menudo – dijo con una sonrisa. –Ponme las zapatillas, que me marcho.
No
sin pena comencé a ponérselas, era menos divertido que quitarlas. Cuando
terminé de atarle los cordones, se levantó y salió de la habitación cerrando
con llave tras de sí.
Me
metí en el baño y aprovechando la enorme erección me peajee no sin dificultad
por la esposas, y esperé sentado en la cama a que mi compañero llegase. Cuando
oí abrir la puerta me puse rápidamente a cuatro patas. Esta vez sí era él.
-¿Qué tal perro?, ¿cómo fue la
siesta? – dijo sonriendo.
-Bueno, no he dormido demasiado
-¿Te ha caído bien mi amigo
Mario?, a él le has caído muy bien jejejejeje
-Sí, la verdad es que si – dije
tímidamente.
Me
desató las esposas y abrió el armario, sacó mi ropa y me la tiró al suelo.
-Vístete, los monitores han dicho
que en 10 minutos estemos abajo.
Estuvimos
casi tres horas jugando a todo tipo de deportes, los chicos éramos más de
futbol y las chicas de baloncesto y voleibol. Después de darnos una ducha
bajamos al comedor a cenar, desde luego si querían agotar a la gente, lo
consiguieron, todo el campamento incluidos monitores estábamos agotados. Tras
la cena la actividad fue película, pero esta vez era obligatoria para todo el
mundo y luego comentarla en grupo. No sentó muy bien la obligatoriedad de la
actividad, pero yo la agradecí, porque sabía lo que tenía una vez traspasado el
marco de la 213 y estaba realmente cansado.
De
vuelta en la habitación Roberto entró y tras abrirme el armario, fue derecho a
la cama dejándose caer boca abajo. Yo procedí con mi obligación habitual de
desnudarme y ponerme la llave en la boca después de cerrar el armario y se la
llevé gateando hasta la cabecera de la
cama.
-Déjala encima de la mesita, y
dame un masaje en los pies – dijo mientras se sacaba las zapatillas con los
pies – los tengo reventados de tanto correr.
Caminé
a cuatro patas hasta los pies de su cama, le cogí cada pie con una mano y le
masajee las plantas con los dedos gordos haciendo círculos, no tenía ni idea de
hacer masajes, pero pareció gustarle porque a los pocos segundos se quedó
profundamente dormido. Le di un beso en cada planta tratando de aspirar la
mayor cantidad de olor de sus calcetines, y me metí en la cama.
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