Capítulo 6 – Tarde de domingo
El
sábado anterior había sido mi día libre. Tras la excitante y productiva noche
del viernes con Víctor y Sergio, pude tener un día de asueto. Esperé no
obstante hasta bien entrada la noche para confirmarle a mi amigo Raúl si me
apuntaba con él y el resto de la panda. Ya que había sido convertido, además de
en esclavo doméstico y sexual, en juguete, quise esperar por si requerían de
mis servicios, pero por desgracia no fue así. Sergio y Víctor también habían
decidido salir, incluso les vi por la zona de fiesta, aunque ellos a mí no.
Esa
mañana de domingo me despertó el dolor de cabeza. Eran las consecuencias de una
noche, en la que, por unas horas, y con la inestimable ayuda del alcohol había
olvidado lo que venía haciendo días atrás. No sabía si ese día sería requerido
o no, así que después de comer preferí no hacer planes y dormir una siesta, con
el único propósito de terminar con el dolor de cabeza.
Esa
vez no me despertó de la siesta el dolor de cabeza, sino Fernando, uno de mis
compañeros de piso, que tenía por costumbre entrar sin llamar.
-Oye Julio, has recibido un
mensaje ayer te dejaste el móvil en el salón – me dijo extendiéndome el
terminal.
-¿Eh?... ah… sí, sí, gracias –
dije aún dormido.
-Es de Samuel – me dijo entregándomelo.
Me
dio un vuelco el corazón, en primer lugar por ser de Samuel el mensaje y en
segundo por el contenido del mensaje era comprometido y el cotilla de mi
compañero lo había leído.
-Vale gracias tío – le dije
esperando que se marchase para poder leerlo.
Cuando
por fin estuve solo, me lancé por los menús del móvil hasta que di con el
mensaje. Eso era una pésima señal, pues el acceso directo a un mensaje, sólo
desaparecía de la pantalla principal si había sido leído. Estaba nerviosísimo
por dar con el mensaje, tanto que fallé el menú por tres veces. Si el
entrometido de mi compañero había visto algo que no debía, quizás estuviese en
un lio gordo. Por fin di con el texto.
“Pasat a buscarm x la stacion d bus a ls 9:15,
darsna 7”
Afortunadamente,
y gracias quizá a lo vago que era Samuel, no había terminado el menaje con la
palabra “esclavo”, que me habría traído verdaderos dolores de cabeza y no los
de la resaca, que aún me duraba.
-Puto alcohol, no vuelvo a beber
tanto – dije entre dientes y poniéndome la mano sobre la frente.
Debía
tener más cuidado de ahora en delante de dónde dejaba el móvil al llegar a
casa, aunque para ser sinceros no me acordaba ni de haber llegado, ni de lo que
hice, así que podía darme con un canto en los dientes por haber, simplemente
llegado. Miré la hora, eran las siete de la tarde, tenía poco más de dos horas
aún.
Aproveché
el tiempo para merendar y tomarme una aspirina con la esperanza de que
remitiese la maldita resaca.
De
camino a la estación, y con cierto tiempo de adelanto, fui pensando en qué
demonios podría querer Samuel. No entendía por qué me pedía que fuese a
buscarle, aunque sabía que pronto se desvelaría el tremendo misterio. Esperé
sentado frente a la dársena número 7 de la estación alrededor de 20 minutos. Por
fin el dolor de cabeza había remitido y mis pensamientos volvían a girar en
torno a los tres chicos que había conocido recientemente. Aunque apenas había
tenido tiempo de pensar en la que sería mi nueva utilidad, pues no comprendía
muy bien a qué se refería Sergio con aquello de “juguete”, no obstante, y
conociéndoles mínimamente como les conocía me hacía una vaga impresión.
Por
fin un moderno autobús azul y blanco ocupó el hasta hace pocos instantes
espacio vacío de la dársena 7. Miré la hora, eran las nueve y cuarto, estaba
donde tenía que estar. Las puertas de pasajeros y el maletero del vehículo se
abrieron. Pronto se convirtió el lugar en un hervidero de gente. De entre el
montón apareció Samuel. Vestía un polo azul claro, unos caros pantalones vaqueros
y las zapatillas nike negras que ya había tenido en mis manos en más de una
ocasión.
-Hola – le dije con la leve
sonrisa tratando de ser educado.
-Lleva esto – dijo pasando junto
a mí y soltando la maleta.
Continuó
caminando. Miré al suelo donde estaba la maleta, la cogí y la llevé arrastras
con prisa hasta ponerme a su misma altura.
-¿Qué tal el viaje? – le
pregunté.
-Vah, un coñazo. Siempre ponen la
misma puta peli – dijo con tono de asqueo.
-Vaya, ya podían cambiarla
jejeej.
-Sí, podían… - dijo sin más.
-Oye, ¿para qué querías que
viniera a buscarte? – le pregunté finalmente, deseaba desvelar el misterio de
una vez por todas.
-Justo para lo que estás haciendo
– dijo mirando a su maleta.
Resultó
que llevaba arrastrando el misterio dese hacía varios metros calle abajo.
Quería que le llevase la maleta.
-Ah, claro, entiendo Señor– dije.
-Teniendo a mi disposición un
esclavo porqué tengo que llevarla yo ¿no? – me dijo mirándome con tono
sarcástico.
-Sí, es verdad, tienes toda la
razón.
Solo
esperaba no encontrarme con mi estúpido y metomentodo compañero de piso, y que
me viese arrastrando la maleta de otro.
-Y tu fin de semana, ¿cómo te ha
ido? – me preguntó Samuel cuando esperábamos en un semáforo.
-Ah, pues… bien, no ha estado
mal, se me acaba de pasar la resaca jeejeje.
-¿Te hicieron trabajar esos dos
maricas que tengo en casa?
-Sí, podría decirse que sí – le
dije mirando al suelo y recordando una vez más que me habían convertido en su
juguete.
-Eso está bien – dijo con aire de
suficiencia.
Por
fin llegamos a su portal. Esta vez no tuve que esperar a que me abriese una
vecina o alguien a través del portero, Samuel tenía su llave. El trabajo de
llevar la maleta se complicó ligeramente al tener que subir los tres pisos
cargando con ella. Cuando entramos en el piso parecía vacio, estaba silencioso
y en el salón al menos, no había nadie.
-¿Hola? – gritó Samuel nada más
entrar.
No
hubo respuesta. No había nadie.
-Ponte el uniforme y lleva mi
maleta a mi habitación, yo voy a entrar en el baño que llevo casi 200
kilómetros cagándome.
-Por supuesto Señor – dije
sumisamente.
Le
vi encerrarse en el baño mientras me arrodillaba para quitarme desabrocharme
las zapatillas. Una vez completamente desnudo saqué la ropa de la mochila que
era llamada “el uniforme”. Empezaba a oler mal, especialmente los calcetines,
pero no quería decir nada por temor a que me fuese retirado. En cuanto terminé
de colocarme la camiseta amarilla arrastré la maleta hasta el cuarto de Samuel.
Esperé unos minutos a que saliese del baño, para saber qué tenía que hacer.
-A qué coño esperas, deshazla
joder – me dijo de pronto.
Me
había quedado distraído mirando por la ventana cuando Samuel entró y se tiró
sobre la cama. La abrí con celeridad, me encontré con algunas camisetas,
pantalones y ropa interior que coloqué con el mismo esquema que la semana
anterior en el armario de Samuel.
-Que puto asco de autobuses –
dijo de pronto – venga, tú, quítame las zapatillas, que me arden los pies.
Me
incliné a desatarle los cordones. Cuando se las saqué otra oleada de apestoso
olor me llegó a la nariz, sin embargo era mucho menor que la última vez.
-Vaya, calcetines nuevos – dije
con cierto tono irónico.
Eran
grises claros y estaban bastante limpios, para lo que venían siendo los
calcetines habituales de Samuel. Sin embargo el color disimulaba fatal el sudor
y se veían completamente empapados, con zonas más oscuras.
-¿Eh?, ah, ya. Quedé con la novia
ayer y tenía que estar presentable, los otros daban asco, la verdad.
Tuve
que sostenerme una carcajada. Si alguien en aquella habitación, en aquella
casa, más bien, sabía lo que habían sido esos apestosos calcetines, era yo,
además de llevar puestos unos idénticos e igualmente apestosos.
-Pues mira aprovecha que están
limpitos y dame un masaje en los pies – me dijo moviendo los dedos de los pies.
Estaba
claro que Samuel y yo teníamos conceptos muy distintos de limpios. A pesar de
ser grises tenía las plantas totalmente ennegrecidas. Me arrodillé frente a
ellas, le cogí cada pie con una mano, enseguida noté la humedad de su sudor.
Con mis pulgares comencé a masajearle las plantas, talones, empeines, dedos.
-Ufffff mmm gracias tío que
gustoo.
Me
sorprendió tanta gratitud. Debía tenerlos realmente machacados para mostrar
tanto agradecimiento por un masaje tan paupérrimo, quizás se dedicase en su
ciudad a ir descalzo por la calle, eso explicaría muchas cosas.
-Me encanta, oye porqué no me
haces un sándwich o algo así, esclavo.
-Por supuesto Señor, enseguida –
dije levantándome.
Por
el camino a la cocina me llevé las manos a la nariz. Me olían a los pies de
Samuel, aún podía sentir la humedad de su sudor. Pensé en lavármelas antes de
ponerme a cocinar, pero como el mismo me había dicho, ese día traía los
calcetines bastante limpitos. Cuando estaba preparándoselo entró alguien en el
piso.
-¡Hola! – me dijo Víctor desde el
marco de la puerta.
-Hola que tal – dije
-¿Qué tal? – dijo Sergio detrás
de él.
-Bien, aquí, preparando la cena a
Samuel.
-Tiene buena pinta ese sándwich –
dijo Víctor-
-Si queréis os preparo uno a cada
uno.
-Vale, genial nos lo llevas al
salón.
Ambos
desaparecieron del marco de la puerta. Hice otros dos sándwich y con la cena de
los tres me fui al salón. Se habían sentado en el sofá a ver la tele. Samuel
seguía tirado en la cama, parecía dormido. Les dejé su cena y me metí en la
habitación.
-Su cena Señor – dije
extendiéndole el plato.
-Has tardado mucho – me recriminó
mientras se incorporaba sobre
-Perdón Señor, Víctor y Sergio me
pidieron que les hiciera un también a ellos – dije tratando de justificarme.
-Está bien, está bien, dame el
plato, y cierra la puerta.
Se
lo di y comenzó a comer con rapidez.
-¿Me quedo dentro? – pregunté.
-Sí, sí.
Cerré
la puerta echando una mirada cómplice a Víctor, que me sonrió. Cuando me giré
medio Sándwich había desaparecido ya.
-Vete quitándome los pantalones.
-Enseguida Señor – le dije
acercándome a la cama.
Me
había ahorrado desabrocharle el cinturón y el botón. Solo tuve que tirar del
pantalón hacia abajo y se lo saqué sin dificultad. El bóxer, de color negro estaba
ligeramente abultado. Se lo saqué reencontrándome de nuevo con su polla.
-Quiero una mamada antes de
dormirme – dijo poniendo el plato solo habitado por unas pocas migas sobre la
mesita de noche, junto al royo de cinta americana agotado.
Se
la agarré y empecé a pajearle con la intención de que ganase tamaño con
rapidez.
-Eh eh eh, despacio esclavo, que
me he pasado la noche de ayer follando y la tengo un poco delicada.
-Por supuesto, Señor, perdone.
En
cuanto alcanzó los 18 centímetros me la metí por fin en la boca. Se la chupé
despacio, poco a poco. Estaba algo más roja que la última vez que la vi, debía
haber pasado una larga noche de sábado. De reojo me di cuenta que había cerrado
los ojos. Seguí chupando y chupando. Tardaron en aparecer las primeras gotas de
lubricación. Continué la mamada al tiempo que le masajeaba las pelotas. Sin
embargo no hacía ningún gesto. Parecía dormido.
-MMMM – gimió levemente.
Acto
seguido la boca se me llenó con su lefa. Me pilló algo desprevenido, pero
conseguí que no se me escapase nada. Cuando terminé comprobé que estaba
completamente dormido. Miré la hora, pasaban unos minutos de las once de la
noche. Decidí salir de la habitación con cuidado y sin hacer ruido, apagué la
luz y cerré la puerta. En el salón ya no había nadie. Pensé que ya no eran
necesarios mis servicios, pero justo cuando estaba atravesando el salón camino
del pasillo en busca de mi ropa oí algo.
-Ssssssh eh – dijo en voz baja
Sergio desde su habitación.
-¿Sí?.
-Ven, entra – dijo apartándose de
la puerta para dejarme entrar.
Con
el sigilo que me permitía estar descalzo entré en la habitación de Sergio.
Estaba prácticamente como la había dejado, todo recogido y ordenado, salvo por
la cama que estaba hecha de cualquier manera, y con las zapatillas y los
vaqueros tirados en el suelo. Eso, junto con el ruido de la puerta al cerrarse
tras de mí, hizo que me girase a verle. Llevaba puesta una ceñida camiseta
azul, un bóxer negro y el par de calcetines amarillo chillón que ya conocía del
viernes.
-¿Jugamos? –me preguntó mientras
se quitaba el bóxer
-Juguemos – dije con una media
sonrisa, recordando que de cara a Sergio y Víctor, mi utilidad sería más que
otra cosa la de un juguete sexual.
Se
sentó con la polla en la mano sobre la cama. Me indicó con un gesto que me
acercase. Sobraban las palabras. Me la metí en la boca y de unos pocos
lametazos conseguí ponerla gorda y dura.
-Mmm así así, hoy Víctor no ha
querido comérmela y llevo un calentón que ni veo – dijo acariciándome la
cabeza.
Mamé
agarrando su polla con mi mano izquierda y jugueteando con sus pelotas con la
derecha. Se quitó la camiseta, era un chico más bien delgadito, aunque no
estaba nada mal, de reojo observé que tenía un piercing en el pezón izquierdo y
un pequeño tatuaje cerca del hombro derecho aunque no supe muy bien de qué se
trataba.
-Joder tronco que bien lo haces,
sigue sigue – me animaba.
De
repente noté cómo su pie izquierdo rozaba mi paquete. Empezó a juguetear con
él. Mi polla respondió rápidamente, empecé a empalmarme. Mis 23 centímetros
pronto se hicieron visibles hasta el punto de asomar el capullo por fuera.
-Vaya pollón tienes tío. Samuel
te obliga a llevar ese bóxer que me hizo agujerear para no vértela, como la
tiene más pequeña que tú le jode.
Me
alegró oír eso. No quise entablar conversación alguna y seguí con mi trabajo.
Tanto su polla como la mía empezaron a babear. Noté cómo el dedo gordo de su
pie me secaba las babas de la polla provocándome un inmenso placer.
-Ufff – dije parando de
chupársela.
-¿Te gusta?
-Ya lo creo – le dije son una
sonrisa.
Continué
con la mamada. De pronto noté cómo la tela de su calcetín empapada en mis babas
rozaba mi culo por la abertura del bóxer. Empezó a apretar con suavidad hasta
que noté cómo me introdujo el dedo gordo en el culo.
-Ufffff.
-¿Te duele?
-Un poco, sí – dije mirándole a
los ojos.
Me
inclinó la cabeza para que continuase chupándosela. Así lo hice. Me sentía un
poco extraño con su dedo gordo del pie en mi culo pero el dolor fue remitiendo
poco a poco. Su polla aumentó la producción de lubricación, estaba cerca de
acabar pero me separó la cabeza.
-Para para jejeje, que no quiero
terminar tan pronto – dijo sacando su dedo de mi culo con suavidad – ponte a
cuatro patas.
Le
obedecí. Cuando me hube colocado estaba de rodillas detrás de mi culo. Me su
capullo de un solo golpe.
-Aaaau – dije en voz baja.
-Shhh, tranquilo.
Siguió
apretando. Me sorprendió lo bien que entraba, parecía que mi culo estaba
acostumbrándose a la polla de Sergio. Noté sus huevos pegados a mi culo, en ese
momento comenzó el bombeo. Fijé mi vista en una de las converse de Sergio que
yacía de lado. La cogió y aspiré profundamente. El aroma de la zapatilla me
encantó, era algo más fuerte que el del calcetín verde que tuve la ocasión de
oler antes de meter en la lavadora, no sabía porqué pero me gustaba.
-¿Te gusta como huele mi
zapatilla, eh? – dijo Sergio agarrándome la polla.
-Uff y tanto tío, no sé, me
encanta.
-Pajeate si quieres, no soy como
el cabrón de Samuel – dijo mientras me follaba el culo lentamente.
Me
saqué la polla y empecé a pajearme con la cabeza inclinada sobre la zapa de
Sergio. Durante un rato estuvo follándome, hasta que al aumentar el ritmo no
pude más.
-Oye tío, me corro, no aguanto –
le dije.
-Hazlo dentro de la zapa – me
dijo sin parar de follarme.
-¿No te importa? – le pregunté
algo contrariado.
-Hazlo joder.
Metí
mi polla en su zapatilla y un poco de fricción fue suficiente para empezar a
lanzar chorros de leche en su interior.
-Ooooooooh ufffff.
Sergio
aceleró. Me agarró con fuerza las caderas y empezó a correrse en mi culo una
vez más.
-MMMmmm que rico culo tíooo –
dijo con tono de satisfacción.
Terminé
de limpiarme la polla con la lengüeta de la zapatilla y la dejé en el suelo. La
luz de la bombilla de la lámpara se reflejaba en los chorros de lefa que había
dejado dentro. Sergio caminó de rodillas hasta ponerse frente a mí y me ofreció
su polla. Le lamí los restos con gran dedicación.
-Eres un juguete excepcional,
mejor que una muñeca hinchable jajaajaj.
-jejeje, gracias – dije por ser
educado.
Se
incorporó y se puso el bóxer. Comprendí que ya nada hacía a cuatro patas y
también me levanté, guardé mi polla y miré la zapatilla.
-Si quieres te la lavo tío, no
quisiera…
-No no, no te preocupes, me da
igual – dijo con una sonrisa.
-Vale, como quieras – le dije
algo extrañado.
-Vete ya si quieres, que mañana
hay clase.
-Sí, será lo mejor, ya me
avisareis.
-Claro, adiós.
Salí de la habitación con el
mismo sigilo con el que entré. Estaba todo oscuro y muy silencioso. Me vestí en
el pasillo y abandoné el piso. Para ser un domingo de resaca no había estado
nada mal. Lo que aún no sabía, era que las cosas iban a dejar de ser tan
divertidas en aquel piso.
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