Capítulo 3 – Tragándome mis
palabras
La
noche fue espantosa, vueltas y más vueltas. Luchaba contra mi otro yo que no
quería ser sometido y dominado por unos chicos con mucho tiempo libre. La noche
anterior había decidido volver y eso pensaba hacer. La mañana no había sido
mucho mejor que la noche, no solo por ser lunes, si no por no haber podido
pegar ojo, saltaba de clase en clase como un zombi, y solo parecía arrancar
cuando pensaba en aquel dichoso piso, ese latigazo en el pecho me generaba
energía para un rato más, pero estaba realmente cansado. Las clases eran
largas, trataba de parecer despierto y atento, ya que tenía la mala costumbre
de sentarme en las primeras filas y eso me situaba a escasos metros del
profesor de turno.
Lucas,
uno de mis compañeros, me había propuesto hacer alguna actividad por la tarde,
pero no tenía ni ganas ni la concentración suficiente. La decisión estaba
tomada y el día sería ese, no tenía la menor intención de pasar una noche más
dando vueltas en la cama con la polla empalmada recordando al escena del día
anterior.
Traté
de dormir la siesta tras comer en el comedor universitario. Imposible, más de
lo mismo, a la tercera vuelta me puse a ver la tele. Había decidido ir a la
hora de la cena a casa de Víctor, Sergio y como no, Samuel. Era el lado
racional el que me decía que me olvidase de Samuel, su casa y su polla. Pero la
mía quería volver. Todo habría finalizado la noche anterior pero me empeñe en
ir.
Sin
cenar, pues no tenía apetito alguno y con las farolas empezando a tintinear en
la calle salí camino de aquel piso. Era la tercera vez que iba, la primera
había estado muy nervioso por la novedad, la segunda sorprendentemente
tranquilo, no sabía la que me esperaba, y esta vez, iba atacado del todo, a
cada paso que daba quería dar dos más hacia atrás. Por fin llegué al portal, y
con gran decisión pulsé el botón del tercero “A”, por tercera vez.
-¿Si? ¿Quién es? – pregunto una
voz que no supe distinguir de quién se trataba.
-Hola, soy… soy… – mi lado
racional contraatacaba una vez más intentando que no terminase la frase.
-¿Quién es? – dijo la voz, que
parecía impacientarse, aunque esta vez me pareció que pertenecía a Sergio.
-Julio – dije finalmente.
Pensé
que tendría que dar alguna explicación por el telefonillo, sin embargo la
puerta se abrió. Subí pesadamente cada peldaño de las escaleras. Unas pisadas
que bajaban no hicieron si no hacer que mis nervios fuesen a más. No era más
que un vecino al cual saludé educadamente. Cuando finalmente llegué al tercero,
la puerta bajo la letra “A” estaba cerrada. Estaba claro que esta vez no estaba
invitado a entrar a diferencia del día anterior. Toqué el timbre y esperé en
silencio. Me quedé a la escucha, podía oír los latidos de mi corazón queriendo
huir escaleras abajo y dejarme tirado ahí. Sin embargo no pude escuchar los
pasos del chico que me abrió.
Cuando
la puerta dejó de negarme lo que escondía, lo primero que vi fueron unos pies
enfundados en unos verdes calcetines horrendos que me resultaban familiares y
que me daban bastante información, además de la higiene del individuo, ya que
era el tercer día consecutivo que se los veía. Conocía a su propietario, y por
el sigilo que le habían dado entendí porqué no había oído sus pasos.
-Hola Sergio – dije levantando la
mirada hasta su cara, cubierta en parte por su lacio pelo.
-¿Qué quieres? – me dijo con un
tono algo borde, aunque a la vez forzado.
-Quería hablar con Samuel,
disculparme por lo que pasó, y bueno… continuar aquí con vosotros, ya sabéis… -
dije tratando de bajar el tono por estar en las escaleras.
Me
miró de arribabajo, como escrutándome. Pude ver cómo sus ojos se fijaban en mi
paquete, que esta vez no estaba abultado debido a los infinitos nervios.
-Está bien, cierra al pasar –
dijo dándose la vuelta y caminando por el pasillo hacia el salón, con el mismo
sigilo con el que me había ido a abrir.
Entré
y cerré la puerta. Aún estás a tiempo gilipollas, se empeñaba en gritarme la
cabeza. Sin embargo ya no la escuchaba iba con la mirada fija en el culo de
Sergio. Sus pantalones parecían hacer verdaderos esfuerzos por no caerse, y
dejaban al descubierto un redondo y prieto trasero tapado por un ajustadísimo
bóxer naranja. Estaba claro que la elección de colores del chico distaba mucho
de ser discreta.
Al
entrar en la habitación la atmósfera pareció enrarecerse. Tanto Víctor como
Samuel estaban sentados en el sofá viendo la tele. Ambos giraron la cabeza para
mirarme. Sergio se sentó en el hueco que quedaba entre ellos.
-¿Qué coño haces aquí? – me
preguntó Samuel de mala manera, girando la cabeza nuevamente para no perderse
detalle de lo que ocurría en la tele.
Mi
sentido común y otros muchos seguían manifestándose a golpe de pancarta dentro
de mi cabeza. Me giré levemente, mirando el pasillo, y al fondo la puerta de
salida, como si de algún modo hubieran desaparecido de ahí en los últimos
instantes. Miré de nuevo al sofá. Ya sólo me miraba Víctor, que parecía mostrar
una sonrisita cómplice conmigo. Aún recordaba la mamada que me había hecho dos
días atrás.
-Quería… disculparme por lo que
pasó ayer… y bueno decirte a ti, bueno y a todos que no me negaré a nada de lo
que me pidáis y que me dejéis estar con vosotros y serviros – dije
entrecortadamente y muy nervioso.
Un
incómodo silencio inundó la estancia. Incluso la tele parecía haber enmudecido.
Ahora era objeto también de la mirada de Sergio que compartía la sonrisita
pícara de Víctor. Sin embargo esperaba la aprobación del jefe del piso, que sin
duda era Samuel.
-¿A nada? – dijo este de pronto
rompiendo el silencio.
-¿Cómo? – dije sin entender a qué
se refería.
-¿No te negarás a nada? –
preguntó.
Percibí
un cierto tono de maldad que hizo que demorase mi respuesta. Tenía la sensación
de que a cada segundo que pasaba mi ataúd tenía más clavos, y quedaban menos
por poner. Sin embargo, una poderosa sensación de morbo y vicio me recorría el
cuerpo.
-A nada en absoluto – dije con
tono firme aunque para nada convencido en absoluto, no obstante sabía que ese
momento iba a llegar y que debería decir aquellas palabras si quería seguir con
ellos.
-Qué os parece chicos, ¿le
dejamos quedarse al esclavo? – dijo Samuel dirigiéndose a sus dos compañeros de
piso.
Estos
dejaron de mirarme a mí para mirar a Samuel.
-Por mí perfecto – dijo Víctor
girando de nuevo al cabeza y clavando la mirada en mi paquete.
-¿Y tú Sergio? – preguntó Samuel.
-Como queráis – dijo dirigiendo
su atención al televisor.
-Está bien – dijo por fin Samuel
– dejaremos que te quedes por el momento. Puedes ir a la cocina y recoger todo,
que después de hacernos la cena ha quedado algo sucia.
-Por supuesto, enseguida lo hago
– dije con una gran sonrisa.
Me
giré y caminé por el pasillo hacia la cocina. Por fin se habían acallado las
voces en mi cabeza que me decían que me marchase. Estaba feliz de poder seguir
sirviendo a aquellos chicos como el esclavo que me gustaba ser. La cocina pese
al haberla limpiado a fondo dos días atrás estaba de nuevo hecha un desastre.
Sin embargo, estaba contento, ya que en esa casa y visto lo visto no me
faltaría el trabajo.
Cuando
estaba finalizando la tarea, barriendo las últimas migas de pan, fui
interrumpido.
-¡Esclavo!, ven aquí ahora mismo
– dijo Samuel a voz en grito desde el salón.
Dejé
lo que estaba haciendo y fui a toda prisa al salón.
-¿Sí? – dije un poco sobresaltado
por la voz.
-Hemos decidido – comenzó a decir
Samuel – que tu atuendo no es el adecuado para servir en esta casa.
-Pero… ¿qué le pasa? – dije
mirándome la ropa.
-Desnúdate – dijo de pronto
Samuel.
Víctor
y Sergio me miraban sonrientes con gran atención. Víctor incluso se pasaba la
mano por el paquete, que se le marcaba bastante gracias al pantalón vaquero
también muy ajustado que llevaba.
-Pero… ¿para qué? – dije sin
comprender.
-Un solo pero más y te largas
¿está claro?, ¡desnúdate! – me insistió Samuel.
Con
unas irrefrenables ganas de lanzar otro “pero” más, comencé a quitarme la
camiseta bajo la atenta mirada de los tres chicos. Tanto Sergio como Víctor
parecían pasándoselo en grande del todo, Samuel también, pero su cara era
distinta. Dejé la camiseta doblada como pude en el suelo, y aprovechando la
postura me desaté los cordones de las zapatillas. Mientras lo hacía miraba de
reojo a los muchachos, como esperando una especie de perdón que no llegaba. En
cuanto me saqué las zapatillas, me puse de pie y me quité el pantalón vaquero
que llevaba, dejándolo también doblado junto con el resto de la ropa. Me quedé
mirándoles esperando que quedase ahí la cosa, pero no fue así.
-Todo – dijo Samuel- también los
calcetines y los calzoncillos.
Frené
como puse otro inmenso pero que venía dispuesto a irrumpir en mi boca. Me quité
los calcetines y los metí en las zapatillas. Me había desnudado en otras
ocasiones delante de tíos, en vestuarios, mayormente, pero nunca bajo la
lasciva mirada de dos chicos. Víctor y Sergio ni parpadeaban, sin embargo,
Samuel se permitía el lujo de mirar la tele a veces. Me bajé los slips que
llevaba aquel día y los puse encima de los pantalones. Me sentía tremendamente
avergonzado y más viendo cómo me observaban. Pensé en taparme la polla, que
estaba completamente apagada, pero resultaría más ridículo aún.
Samuel
echó su mano derecha al hueco que había entre el sofá y la pared. Cuando la
elevó portaba una mochila normal y corriente que lanzó a mis pies.
-Mete tu ropa ahí y ciérrala – me
dijo.
Haciendo
inútil por completo el cuidado que había empleado a la hora de doblarme la
ropa, la metí como pude en la mochila y la cerré.
-Bien, lleva la mochila a mi
cuarto y la dejas ahí.
Obediente,
llevé la mochila a su cuarto y la dejé junto a la cama. Cuando me di la vuelta,
Samuel tenía una bola de ropa sobre las rodillas, que probablemente hubiera
sacado del mismo sitio del que extrajo la mochila.
-Ponte esto – dijo tirándome la
bola de ropa junto a mí.
El
montón de ropa se desunió al caer al suelo. Había una camiseta amarilla muy
llamativa, un bóxer blanco y unos calcetines nike que ya había visto
anteriormente. Al ver esos calcetines comprendí que se trataba de una selección
de ropa sucia. Lo primero que elegí fue el bóxer. Me lo puse con rapidez. Noté
algo raro enseguida. Eran al menos dos tallas inferiores a la que yo usaba y me
estaban muy justos. Se me marcaba todo, y había muy poco espacio para la polla.
Pasé las manos por mi culo y pude sentir las yemas de mis dedos directamente.
El bóxer había sido recortado de forma que me quedase el culo al aire, como una
especie de suspensorio.
-Te está un poco apretado, pero
no está mal esclavo, para ser de Sergio, claro jajaajaj – rió Samuel.
Cogí
la camiseta, estaba usada, pero no olía mal, de hecho olía como Víctor. Me la puse
con gran dificultad, pensé que se rompería. Tenía la espalda algo más ancha que
él y la camiseta no me daba mucho juego. Finalmente me quedaban los calcetines,
que eran sin duda alguna de Samuel, ya se los había visto cuando le quité las
zapatillas el día anterior para lavárselas y no estaban lo que se dice muy
limpios. Estaban del revés, le di la vuelta a uno y me lo puse.
-Están húmedos – dije con cierta
sorpresa.
-Oh, sí, es de la corrida de
ayer, esa que dejaste a medias, y por no ir a por papel higiénico… - dijo con
cierto de sarcasmo.
Víctor
y Sergio soltaron una pequeña carcajada.
Con cierta cara de asco, cogí el otro calcetín que parecía haberse
llevado la peor parte, le di la vuelta y me lo puse. En mis pies se podían
observar los cercos de la corrida de Samuel, en sus calcetines, ahora en mis
pies. Les miré, concretamente a Samuel, empezaba a tener claro que si recibía
una orden me llegaría de boca de él, y que los otros dos chicos no pondrían
pegas.
-¿Te gusta tu nuevo uniforme? –me
preguntó Samuel.
-¿Uniforme? – pregunté extrañado.
-Sí, hemos decidido que ya que
vas a ser nuestro esclavo debías tener un uniforme de trabajo, y será ese.
Siempre que vengas te pondrás eso, y ya puedes cuidarlo, que todos hemos puesto
algo jajajajaja.
Una
risotada estalló en la habitación. Esta vez los tres chicos reían a carcajadas.
Confirmaba mi sospecha, y cada prenda pertenecía a uno de los chicos. Al
ratificarse la noticia mi polla dio un pequeño signo de vida. Le gustaba estar
en el lugar donde antes había estado la polla de Sergio, que tanta gracia le
había hecho al verme con su ropa interior.
-Muy bien, como queráis – dije.
La
idea no me hacía especial gracia, pero después del susto inicial, que era que
me dejasen completamente desnudo, casi prefería eso, aunque tuviera los pies
empapados en lefa.
-Ahora ven, te vas a tumbar aquí
– dijo señalando sus pies.
Me
quedé un momento pensando tratando de averiguar qué quería exactamente, cuando
lo comprendí, nuevamente tuve que reprimirme. Sentado frente a sus pies miré a
Samuel.
-Más cerca, ponte boca arriba
aquí pegado al sofá. Levantad las piernas chicos – les mandó a Sergio y Víctor.
Me
tumbé tal y como me indicó. Desde esa posición lo que vi fueron las plantas de
unos ennegrecidos calcetines nike, posiblemente hermanos de los que yo llevaba
puestos, lo que me hizo pensar que probablemente llevase puestos en sus pies
varios días. Y efectivamente era así, o por lo menso así olían, los que me
había dado a mí debían ser de días atrás. Bajó sus pies y me los puso en la
nariz y la frente, estaban fríos de estar por el suelo pero olían a rayos y se
marcaban perfectamente los dedos, la planta, el talón… El par de pies en
apoyarse en mi fueron los de Sergio con sus horrendos calcetines verdes, los
apoyó con más suavidad en mi barriga. Finalmente Víctor, puso con delicadeza
sus zapatillas de estar en casa sobre mi paquete.
-Víctor, coño, sácate las
zapatillas que manchas la alfombra, hombre – dijo Samuel.
Noté
sobre el paquete cómo pasaba de tener las frías y duras suelas de las
zapatillas de Víctor a tener dos cálidos pies presionándome la polla.
-Jajajajajaa joder Víctor, ¿es
que le has robado los calcetines a tu hermana? – dijo Samuel visiblemente
divertido.
Sergio
también soltó una carcajada, aunque no era el más indicado. Como pude eché un
ojo ya por curiosidad y los vi. Eran naranjas con el talón y la punta en
amarillo, parecían limpios, pero desde luego hacían normales los de Sergio.
-Estabais pidiendo una alfombra
¿no?, pues ya tenemos una, además esta te limpia los calcetines ¿verdad? – dijo
Samuel metiéndome el dedo gordo de su pie izquierdo en mi boca, mientras me
presionaba con el otro pie la frente.
-MMMM.
Para
nada estaba de acuerdo con la nueva función, o utilidad que acababa de
asignarme Samuel, pero su dedo gordo ya estaba dentro de mi boca. Comencé a
lamérselo a abrir más la boca con la
intención de contentarle. El sabor no era para nada agradable y por si fuera
poco llevó su pie derecho sobre mi nariz, con lo que el olor era penetrante y
todo me sabía a pies.
-Acabo de inventar la alfombra
limpia calcetines jajaajaaja – reía Samuel.
Los
otros dos rieron también. Sin embargo, mientras yo hacía la limpieza de
calcetines de Samuel, Víctor había empezado a magrearme la polla con sus pies.
Traté de contenerme y de pensar en otra cosa, como por ejemplo la suciedad que
tenía que limpiar pero Sergio se apuntó. Metió uno de sus pies por dentro el
minúsculo bóxer mutilado que llevaba puesto y se puso a juguetear con mi polla,
que agradecida comenzó a crecer.
Después
de un rato, mi polla estaba a tope y sobresalía descapullada por el bóxer,
pegada a mi barriga. Samuel tras haberme permitido limpiarle ambos calcetines
se inclinó para comprobar el trabajo.
-Bueno no está nada mal, yo creo
que un par de días más me aguantan, limpieza in situ, me encanta… ¿estás
empalmado esclavo? – dijo mirándome a la cara.
Sergio
y Víctor habían retirado sus pies de mi paquete en cuanto Samuel se inclinó a
comprobar sus pies.
-No es que… - dije tratando de
justificarme.
-Eres una puta maricona y eso que
decías que no eras gay, de rodillas, ¡vamos! – me gritó.
Obedecí
inmediatamente. Se sacó la polla con gran rapidez, estaba más bien flácida,
separó las piernas y me miró.
-Vamos, me la vas a chupar ahora.
Me
incliné sobre su falo y me lo metí en la boca agarrándolo con una mano. Reanudé
la mamada de la noche anterior. Los 18 o quizás 19 centímetros de nabo me
llenaron la boca, se la chupé con cuidado, como me había indicado, debido a mi
gran inexperiencia.
-Mmmm bueno ya lo haces mejor –
dijo de pronto – venga chicos, porqué no os la sacáis, estáis los dos a
reventar.
De
reojo vi cómo sin dudarlo Sergio sacaba de dentro de su ajustadísimo pantalón
su polla, que ya babeaba, debía tener unos 16 centímetros, y detrás de él la de
Víctor, que gozaba de unos 13. Ambos estaban empalmados, seguramente
disfrutando con la escena. Seguí con mi trabajo con la que tenía en la boca.
Las primeras gotas de lubricación me hicieron pensar que tan mal no lo debía
estar haciendo y aumenté el ritmo. Vi cómo Samuel cerraba los ojos, y sin
avisar comenzó a correrse.
-MMMMM uff si si – dijo soltando
chorros de leche en mi boca – te la vas a tragar entera ¿está claro?.
Me
la tragué sin rechistar. No me había tragado nunca una corrida y hacerlo bajo
la atenta mirada de Víctor y Sergio tampoco me hacía demasiada gracia, pero es
lo que había.
-Venga, ponte con la de Sergio,
que lo está deseando – me dijo Samuel.
-No… no es necesario Samu tío –
dijo Sergio rápidamente.
-No seas modesto – venga – dijo
dirigiéndose a mí con una patada, mámasela.
Caminé
de rodillas frente a Sergio que me colocó su polla frente a la boca. Me la
metió dentro y se la chupé. También estaba babeante, con mejor sabor que la de
Samuel, fui aumentando poco a poco el ritmo. Sergio me puso su mano sobre la
cabeza para guiarme. La mamada se prolongó durante un rato hasta que finalmente
el chico no pudo más.
-Oooooooh – gimió Sergio.
De
nuevo la boca llena de leche.
-Que no se te caiga ni una gota,
y ya te estás poniendo con la de Víctor – dijo Samuel que no perdía detalle.
Tragué
hasta la última pizca de lefa. De nuevo caminé sobre mis rodillas sobre la ya
pajeada polla de Víctor. Me la metió en la boca con delicadeza, era más
manejable por el tamaño. Apenas le di unas lamidas, comenzó a inundarme la boca
de nuevo.
-MMMMM –gimió cerrando los ojos.
-Jajajajajaj joder Víctor que poco aguante – se burló
Samuel.
-Joder he sido el último y
llevaba un rato pajeándome – se justificó.
Mientras
tanto yo tragaba mi tercera ración de leche en lo que iba de noche. Había sido
la segunda más abundante tras la de Samuel.
-Bueno esclavo – dijo Samuel – tu
veredicto, qué polla te ha gustado más ¿eh?.
-Pues…
No
sabía que se tratase de un concurso de qué polla estaba más rica o menos rica,
y la pregunta me dejó en fuera de juego por completo, sin embargo, algo me
decía que debía tener a Samuel contento.
-La tuya, sin duda – dije
tratando de parecer convencido.
-Y la de los chicos, ¿no te ha
gustado nada? – dijo queriendo buscarme las vueltas.
-Sí, sí, están genial, pero la
tuya está mejor, además es más grande.
Esa
respuesta era justo lo que quería oír. Particularmente me había gustado más la
de Sergio, o quizás la de Víctor porque era más manejable, pero creía haber
salido del lío.
-Bueno por hoy ya está bien, que
tenemos que madrugar mañana, vístete en mi cuarto, deja tu uniforme en la
mochila y lárgate, ya te avisaremos cuando requiramos de tus servicios – me
dijo Samuel.
-Claro – dije sin más.
Me
levanté y fui al cuarto, saqué toda mi ropa de la mochila y metí dentro lo que
por lo visto era mi nuevo uniforme. Una vez vestido salí del cuarto.
-Me marcho – dije tratando de ser
educado.
Solo Sergio y Víctor me hicieron
el gesto de despedida con la mano. Para Samuel parecía no existir. Salí por la
puerta y me marché a casa, aquella noche ya no me haría falta tomar el vaso de
leche antes de dormir.
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