Capítulo 9 – Perdiendo las buenas
costumbres
Unos
calcetines rojos que me resultaban familiares aparecieron frente a mi cara. Su
dueño también, Mario estaba delante de mí de cuclillas con un pantalón corto y
sin camiseta sosteniendo por un dedo las esposas.
-Así que ahora Dani y tu dormís
juntos, ya me parecía a mí que era un poco marica, ¡levanta!
Salí
de la improvisada cama poniéndome en pie, el rocío depositado sobre la hierba
no tardó en calarme las plantas de los calcetines, la pradera estaba empezando
a iluminase y todo el mundo dormía aún. Apenas estuve levantado Mario me colocó
con rapidez las esposas a la espalda y me empujó para que caminase hacia los
arboles.
-Luego me ocuparé del maricón de
Dani, pero ahora vas tú puto perro.
Caminaba
por la hierba sorteando las piedras hasta que me mandó parar detrás del primer
árbol.
-Quieto aquí, no tengo ganas de
caminar más, ¡de rodillas!
Obedecí
sin rechistar y me puse de rodillas, Mario se sacó la polla, estaba morcillona,
con una clara erección mañanera.
-Lo Primero es lo primero – dijo
con una sonrisa.
Un
chorro amarillo y caliente salió de su polla, apuntando a mi cabeza y cara, me
fue calando la camiseta hasta dejármela completamente pegada al cuerpo, la
meada continuó hasta mis pantalones que ofrecieron aún menor resistencia y mi polla
y huevos quedaron empapados también.
-Mmm que ganas tenia – dijo en lo
que parecía una meada interminable – por cierto las llaves de las esposas las
tiene Roberto, que está durmiendo con Erika al otro lado de la pradera, tendrás
que pedírselas a él jajajaa.
-Pero …
Mario
aprovechó que abrí la boca para meterme dentro los últimos chorros de meada.
Tosí y escupí tratando de no tragar nada, pero algo se coló.
-Abre la boca, que me apetece una
mamada puto perro.
La
abrí obedientemente y enseguida tuve su polla en mi boca, comencé a lamer, de reojo vi como algunos compañeros empezaban
a levantarse y a desperezarse. Continué lamiendo como era habitual, pero muchos
empezaban a caminar hasta donde estábamos, posiblemente con la idea de echar la
primera meada del día.
-Sigue así, eso es, ahora van a
ver todos lo putita que eres.
Un
pequeño grupo de cinco compañeros llegaron al lugar, miraban la escena
divertidos, uno de ellos llevaba unos calcetines rosa fucsia.
-Tenemos que mear, ¿nos dejas?-
preguntó uno dirigiéndose a Mario
-Claro claro, es todo vuestro –
dijo Mario secándosela de mi boca.
Se
colocaron alrededor de mí y se sacaron la polla de los pantalones, cinco
chorros cálidos hicieron diana en mi cara, yo cerré los ojos.
Abrí
los ojos y vi hierba moverse. La pradera estaba tranquila, había bastante luz,
el sol comenzaba a elevarse tras las montañas, me giré, Dani no estaba, su
toalla tampoco. Me froté los ojos, la luz me molestaba bastante. La gente poco
a poco se iba levantando, estirándose, y caminando hacia los árboles como
zombis con intención de mear, uno de ellos era Mario, con sus calcetines
amarillos y sus adidas blancas. Yo también debía hacerlo, me meaba.
Cuando
estuvimos todos levantados nos repartieron a cada uno un pequeño tetra brik de
cacao y un paquetito de galletas. No era gran cosa pero como desayuno
improvisado en mitad de ningún sitio servía. La mañana transcurrió en la
pradera haciendo diversos juegos de orientación con uso de brújulas, yincanas,
y actividades similares. A la hora de comer nos mandaron recoger todo, debíamos
ir al aparcamiento donde nos dejó el autobús la mañana anterior.
-Genial – me dijo Javi, con el
que compartía el paseo – me apetece comer caliente y sentado en una mesa para
variar, y una cama tampoco estaría mal.
-No estaría mal, no. – le dije
pensando en que yo ya acumulaba dos noches durmiendo en el suelo.
Cuando
llegamos el autobús no estaba, y eso hizo que más de uno se quejase.
-Tranquilos chicos, no vamos aún
al albergue. Vamos a comer en aquel chiringuito de ahí unos bocatas que nos han
preparado, y nos iremos de caminata hasta un pueblo que hay a unos pocos
kilómetros de aquí, donde nos recogerá el autobús para llevarnos a cenar.
Las
quejas se multiplicaron, gestos de descontento recorrieron la expedición, pero
era lo que había gustase o no.
-¿Cuánto durará la caminata? –
preguntó una chica
-Nada, no os preocupéis, solo son
dos horas.
Eso
pareció calmar la situación, aunque cuando llevábamos más de tres horas
caminando bajo un abrasador sol de montaña, el monitor casi fue apedreado. Y
sin casi. Tras cuatro horas y media de caminar cantando canciones de campamento
y disfrutando de paisajes de montaña que merecían la pena sin duda alguna, el
pueblo que teníamos como objetivo apareció bajo nuestros pies, casi sin darnos
cuenta. La mitad de la comitiva retiró la palabra al monitor mentiroso, aunque
él se defendía alegando que dos horas es lo que se tarda cuando no se lleva a
rastras a una banda de niños quejicas.
Me
retrasé en subir al autobús, y los únicos sitios libres que quedaban era al
fondo del todo. Allí, en los asientos centrales estaban Mario y Dani hablando,
caminé hasta el fondo y el rubio me hizo un gesto con la mano para que ocupase
el asiento que estaba a su lado, vacio, junto a la ventana. Yo miré a Dani que
me devolvió una mirada cómplice, y me senté donde me indicó.
-¿Qué tal la marcha? – dije
tratando de romper el hielo y darle normalidad.
-Yo estoy agotado – dijo Dani,
creo que intentaré dormir este rato.
-Yo estoy bien – dijo Mario con
un tono chulesco y de superioridad - pero tengo reventados los pies.
Noté
primero un intenso olor a pies que subía, y acto seguido un calor y humedad en
mi pierna.
-¿Porqué no me das un masajito? –
dijo frotando el pie hasta mi rodilla.
-Déjame que te lo haga en el
albergue – le dije bajito- ahí había demasiada gente.
-No, me apetece ahora, así que
venga
Resignado
levanté un poco su pie, el calcetín estaba totalmente empapado en sudor, el
contorno de talón y dedos era evidente y tenía alguna mancha verde nueva desde
mi último trabajo. Se lo masajee como pude, el empeine, el talón y cada dedo,
pareció quedarse muy a gusto.
-Genial, siéntate aquí, yo me
pondré aquí – dijo de repente – quiero estar cómodo mientras me masajeas el
otro pie.
Nos
cambiamos y en la operación despertamos a Dani.
-¿Queréis estaros quietos joder?
– dijo con enfado volviendo a cerrar los ojos.
Cogí
el otro pie que estaba exactamente igual, aunque con menos manchas verdes. El
masaje surtió efecto porque llegó a quedarse dormido. Me olí las manos y olían
a sus apestosos calcetines, lo que en parte me gustó. Estaba sentado entre Dani
y Mario llevaba ropa, eso era nuevo.
Estábamos
llegando al albergue cuando Mario se despertó.
-Venga perro, ponme las
zapatillas
-Pero…
-No me repliques y hazlo – dijo
con tono serio mirándome a través de sus ojos azules.
Dani
también se había despertado y miraba cómo sin más remedio tenía que coger del
suelo sus adidas apestosas y ponérselas en cada pie.
-Buen perro, luego te doy una
galletita – dijo riéndose
La
verdad es que estaba empezando a fastidiarme de verdad, cuando ocurría dentro
de una habitación cerrada todavía, pero en un autobús rodeado de compañeros
tenía menos gracia. Afortunadamente ninguno tenía la suficiente energía en
aquel autobús para hacer otra cosa que no fuese dormir, salvo yo que tuve unos
pies que masajear, y la verdad es que tampoco podía con mi alma.
Una
vez en tierra, apenas tuvimos tiempo para dejar la mochila en las habitaciones
y bajar corriendo a cenar. Se agradeció comer sentados y en platos después de
tantos bocadillos. No esperábamos
anuncio de actividad después de la cena, pero lo hubo.
-Bueno chicos, el día ha sido muy
largo y vemos que estáis cansados, pero vamos a poner una película, ya sabéis,
levantad la mano los que os queráis quedar a ver película, el resto podéis
hacer lo que os apetezca – dijo uno de los monitores, que parecía estar
entusiasmado con la idea de la película.
Y
sin duda alguna él era el único interesado en verla, porque nadie en absoluto
levantó la mano, yo lo pensé, a pesar de no estar Roberto junto a mí, como
venía siendo costumbre, pero realmente me apetecía tumbarme en una mullida cama
y descansar. Lentamente, fuimos abandonando el comedor donde el rancho que nos
habían servido aquél día, a pesar de ser el mismo de otras ocasiones, nos había
resultado especialmente rico.
Al
entrar en la habitación Roberto estaba tumbado en la cama ya sin zapatillas
colocándose los cascos para escuchar música, el armario estaba abierto y
procedí como era habitual a desnudarme y a meter todo dentro, a excepción de
los calcetines, y a cerrarlo, aunque esta vez por cansancio olvidé algunos
detalles. Dejé la llave puesta y caminé hacia la cama dejándome caer a plomo
con la cabeza mirando hacia la pared, estaba reventado del todo, me dolían las
piernas y los pies de tanto caminar.
-¡Eh, tú!, ¿y la puta llave?
-¿Qué llave? – dije girando la
cabeza para mirarle
-La del armario idiota
Joder,
es verdad –pensé-, la llave. Me levanté y caminé hacia el armario, la saqué y
se la llevé en la mano, cuando llegué junto a su cama se la ofrecí con dos
dedos.
-¡Serás estúpido! – dijo dándome
un manotazo que acabó con la llave en el suelo.
-¡Auu!, pero que pasa –dije
mirándole con cara de asombro
-¿Estás un par de días en el
campo y te asilvestras?. ¡Ponte a cuatro patas inmediatamente!
Lo
había olvidado por completo y el cansancio me hacía razonar molestamente
despacio. Me puse rápidamente a cuatro patas, aquella postura era especialmente
incómoda después de cuatro horas caminando.
-Busca la llave y dámela – me
ordenó mientras se quitaba los cascos
Me
puse a buscar por donde la había oído caer, y una patada de Roberto en el
costado aumentó mi eficiencia.
-Ayyyy, toma, toma aquí está – le
dije extendiendo la mano
Roberto
se puso en pie y fue al armario, lo abrió y sacó mi pantalón vaquero, le quitó
el cinturón y a continuación tras meterlo en el armario de nuevo, sacó las dos
esposas que llevaba sin ver desde que Dani me dejase atado ya días atrás.
-Colócate de rodillas, ¡ya! – me
dijo mientras cerraba el armario
-Rober porfa tio, que estoy
muerto déjame hoy descansar
-Ya has descansado dos días, lo
suficiente para que olvides las normas, ¡pon las manos atrás!
Me
puse tal y como me ordenó, y con violencia me esposó las manos, igual que hacía
la policía en las películas golpeándome con las esposas la muñeca, y cerrándose
posteriormente, sin duda alguna había estado practicando con ellas.
-Auuu están muy fuertes
-Te jodes perro
Esposó
también mis pies sin tener tanta delicadeza como en otras ocasiones, una de las
esposas quedó rozándome la piel y encima estaba fuerte. Se puso delante de mi y
con los pies juntó sus zapatillas.
-Ahora voy a enseñarte modales –
dijo blandiendo mi cinturón
-No Rober, por favor, no –
supliqué mirando con miedo aquél cinto
Me
cogió de la cabeza y me obligó a inclinarla hasta que mi nariz y boca
estuvieron dentro de una de sus zapatillas, se sentía la humedad y el olor después
de tantas horas de trabajo acumulado era espantoso, intenso y pestilente, pese
a todo mi polla quiso salir a mirar. Roberto se colocó detrás de mí, no le veía
por estar inclinado hasta que de repente noté un cintazo brutal en las plantas
de mis pies.
-Aaaaaaaaaaaaaaaaaaah –me
incorporé tras el brutal golpe, para para por favor, me duelen mucho de la
caminata no me pegues.
-¡Te jodes perro! – y me soltó
otro brutal cintazo – tanto no te dolerían cuando te has puesto a caminar por
mi habitación.
-Aaaaaaaaah, para para por favor, está bien, lo siento, me
he equivocado, se me ha olvidado – dije sin pensar lo que decía, solo quería
que cesase el dolor.
-Mete la cabeza en la zapatilla,
si te oigo gritar, el siguiente cintazo va a los huevos
Metí
la cabeza, y ahogué el siguiente grito, y el siguiente, hasta cuatro cintazos
más con toda su energía me dio en mis ya doloridas plantas. Me ardían los pies,
creí que me habría hecho sangre o algo pero gracias a los calcetines no me dejó
ni marca. Afortunadamente no se percató de que aquellos calcetines habían sido
lavados, aunque con la caminata ese lavado había perdido gran parte de la
eficacia.
-Vuelve caminar por la habitación
como si tal cosa y esto te parecerá una palmadita en la espalda comparado con
la tunda que te daré, ¿está claro? – dijo rematando con un cintazo en el culo.
-Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaau – si si,
está clarísimo, no volverá a pasar – dije tembloroso.
-Más te vale – dijo tirando el
cinturón sobre mi cama.
Acto
seguido se sentó en la suya y se colocó los cascos.
-Erika me dijo que me olían mal
los pies, y eso es culpa tuya, más te vale que no me lo vuelva a decir – dijo
restregándome los pies por la cara- empieza
Estaban
realmente ennegrecidos, empapados y apestaban, con razón su chica le había
regañado, y es que diez días con los mismos calcetines es lo que tiene. Como
estaba atado lo más que podía hacer era lamer y mover la cabeza y el cuerpo, me
estaba matando la postura pero tenía que hacerlo, pasé la lengua bien por las
plantas, el empeine –cosa que le hizo gracia- y por los dedos lameteando todo,
conseguí hacer que una pequeña mancha verde casi desapareciese, y mi polla
seguía creciendo poco a poco.
De
repente, me dio una patada en la cara que me hizo perder el equilibrio y caer
al suelo, gracias a que su pie estaba a pocos centímetros de mi cabeza apenas
me hizo daño, pero resultaba molesto.
-¡Déjalo ya, tendrá que valer! –
dijo poniéndose en pie.
Se
colocó detrás de mí y tras manipular las esposas noté cómo se liberaban de un
lado, lamentablemente no era la que estaba más apretada, me acercó hasta la
pata de la cama trasera y las volvió a cerrar. Comprobé que me había atado a la
cama. Roberto se puso delante de mí se
sacó la polla, que lucía como en otras ocasiones.
-Hoy no te han dado tu ración de polla,
¿verdad?, y eso te gustaría – dijo mientras comenzaba a pajearse.
-Sí, me gustaría – le dije
simplemente mirando cómo se pajeaba
-Seguro que sí, los maricas como
tú siempre quieren polla.
Me
acercó la polla a escasos centímetros de mi boca, comenzaba a segregar las
primeras gotas, me acerqué como pude tratando de lanzarle un lametazo.
-No, nada de eso – dijo
separándose lo suficiente para que mi lengua no llegase – hoy no te lo has
ganado, has sido un perro malo.
Yo
le miré como si me hubiesen quitado un caramelo de los labios, él seguía
pajeándose. De repente se acercó a mí comenzó a correrse, lanzándome chorros de
leche caliente a cara y al pelo. Fue tan abundante que no tardó en deslizarse
sobre mi pecho.
-Mmmmm, seguro que la echabas de
menos ¿eh putilla?
Me
sentía completamente empapado por su corrida, me chorreaba por la cara hasta la
barbilla y de ahí me caía al pecho y barriga, estaba atado de pies y manos y
encima no podía separarme de las patas de su cama, era realmente lamentable
aquella imagen. Por si fuera poco, empezó a restregar su polla con los restos
de la corrida sobre mi brazo, que hasta aquel momento se había librado.
-Y ahora a dormir, que el día ha
sido agotador – dijo quitándose la camiseta
-¿No me irás a dejar así? – le
dije asustado
-Por supuesto que no.
Cogió
una zapatilla suya y me la ató alrededor de la cara quedándome la nariz dentro,
apestaba, además de ser algo incómodo.
-Mañana por la mañana más te vale
que la sigas teniendo atada a la cabeza o te quedarás sin desayuno.
-¡No, no!, por favor suéltame –
dije con tono suplicante, aunque el sonido quedó amortiguado por la zapatilla.
-Shhh, a dormir – dijo metiéndose
en la cama y apagando la luz.
Yo
estaba desesperado, agotado por el día tan largo, la caminata y encima con las
plantas de los pies doloridas por los cintazos, lefado entero, en el suelo
atado a la cama, y por si fuera poco con la nike apestosa de Roberto. Me
recosté como pude tratando de conseguir una postura mínimamente cómoda, pero a
pesar de todo, el cansancio me pudo.
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