Descubriendo a mí hermana melliza
-Vamos pesada, que eres muy
pesada – dije tirándole del brazo.
-Sí, si ya voy ya voy un
momentito, un sorbito más – dijo apurando su ron-cola.
-Ayúdame por favor – le dije a
Santi, uno de mis pocos amigos que aún no se habían ido a casa a dormir.
-Venga Sonia, tía vete con Hugo a
casa, que vas muy mal.
-¡Qué voy a ir mal!, un sorbito
más –repitió con la mirada perdida apoyada en la barra y mirando un video en
una pantalla lejana.
-Será mejor que te la lleves ya,
porque va que ni ve – me gritó al oído Santi.
Eran
las tantas y estábamos en un bar cutre con la música a tope, apartado de la
zona de fiesta más concurrida, por estar esta ya cerrada. Todos llevábamos las
mismas copas, unas cinco o seis, además de un surtido variado de chupitos, pero
a mi hermana le habían sentado peor. Quizá fuese porque se negaba a cenar abundantemente
para mantener esa figura de infarto que tenía, estaba lo que podría decirse
buenísima.
La
verdad es que nos parecíamos bastante, quizá por el hecho de ser mellizos,
aunque a nuestros 22 años, ella parecía llevarlos mejor que yo, además de que
le sentaban mejor las tetas a ella, redonditas y prietas, ni muy grandes ni muy
pequeñas, una delicia. Su larga melena de pelo liso moreno, como el mío y sus preciosos
ojos azules la hacían realmente llamativa.
Pese
a serlo, parecía empeñarse en ocultarlo con su forma de vestir, y con las
compañías, no era la típica chica repipi y pija, rodeada de cosas de color
rosa, modelos para enseñar pechuga, tacones de vértigo y botas de chúpame la
punta, era todo lo contrario, y un poco más. Le encantaba ir con camisetas
ajustadas, vaqueritos anchos y zapatillas saltonas. Algunas veces incluso le
preguntaban nuestros amigos si me las cogía a mí.
Salía
conmigo y mis amigos, bueno de hecho era una más, nos habíamos llevado genial
desde pequeños, hasta el punto de ser mi mejor amigo, por raro que suene, y
como hacen los buenos amigos, cuidan unos de otros cuando están borrachos
perdidos.
-Venga Sonia – le dije quitándole
la copa de la mano y poniéndola sobre la barra.
-EEEeeeh – dijo alzando la mano
en su búsqueda.
-No, no te dejo – le sonreí
evitando que su mano llegase de nuevo a la copa – vamos a casa, es muy tarde.
-Y qué más da, papá y mamá no
están.
Nuestros
padres se habían ido a pasar el fin de semana fuera y Sonia parecía desmelenada
del todo, ya que no tendríamos a nuestra madre a la mañana siguiente echándonos
la bronca por llegar tarde y levantarnos en un estado deplorable.
-Es igual venga – dije dándole un
empujón.
A
regañadientes conseguí sacarla a la calle, faltaba poco para amanecer, el cielo
incluso clareaba, hacía una temperatura excepcional, propia de los meses en los
que estábamos. Hizo un amago de irse al suelo, aunque por un momento pensé que
me estaba tomando el pelo preferí sujetarla, no fuera que acabase sin dientes.
De
pronto salió corriendo y se tumbó en un banco que había en el paseo por el que
íbamos. Tardé unos instantes en entender qué coño hacía.
-Vamos levanta de ahí – dije
cuando a su lado.
-Noo, no quiero, dormiré aquí.
-Sonia tía, que es tarde –
insistí.
-Que no.
Empezaba
a fastidiarme y además yo también estaba bastante borracho y quería irme a
casa, así que probé con algo de psicología inversa.
-Como quieras, ahí te quedas,
total, llevo yo las llaves de casa, saluda a los barrenderos de mi parte,
adiós.
Comencé
a andar lo más recto que pude, aunque la calle parecía una senda angosta metida
en el tambor de una lavadora centrifugando.
-Esperaaa – gritó Sonia varios
metros atrás.
Paré,
giré sobre mis talones y la vi levantarse.
-Veeenga – la apremié impaciente.
Se
agarró a mi brazo y en el triple del tiempo que habríamos tardado de ir
sobrios, llegamos por fin a casa. Afortunadamente la primera parada era su
habitación, la acompañé hasta su cama y cayó como un plomo.
-Que descanses, borracha.
Caminé
los pocos metros que me separaban de mi cuarto, encendí la luz y me senté sobre
la cama, todo seguía dándome vueltas, el último tequila que nos habíamos tomado
me estaba matando, lenta y mareantemente. A duras penas conseguí desatarme los
cordones de las zapatillas, que parecían complejos jeroglíficos. Me las saqué
con los pies y me tumbé boca arriba, no me apetecía quitarme más cosas. Estiré
el brazo y cerré la luz. Aun estando todo a oscuras me seguía dando vueltas la
habitación.
Sin
embargo, el silencio fue brutalmente interrumpido por un grito que me levantó
de cuajo de la cama.
-Hugooooooooooo, socorrooooo –
gritó mi hermana.
-Mierda – susurré.
El
tortazo que me pegué al tropezar con mis zapatillas fue mayúsculo, cuando
conseguí levantarme, con la rodilla aún dolorida, salí corriendo de mi
habitación y al llegar a la suya, me la encontré tumbada en la cama que estaba
justo enfrente de la puerta. Tenía las manos esposadas al cabecero y se había
quitado la camiseta y el sujetador, dejando al aire sus fantásticas tetas.
-Joder pero qué coño haces – dije
torciendo el cuello y fijando mi vista en la negrura del pasillo.
-Jajajajaja vamos hermanito no te
hagas el santurrón ahora, te he visto más de una vez mirándome las tetas, pues
aquí las tienes.
-Eres una borracha, ponte algo y
duérmete –dije sin girar la cabeza.
-No puedo, estoy atada – dijo con
tono de pena.
Por
fin giré el cuello y fijé mi vista en las esposas.
-¿De dónde has sacado eso? – le
dije sin mirarla a la cara.
-Me las regaló Santi.
-Será cabrón. Bueno está bien,
¿dónde está la llave?.
-Si te portas bien conmigo te lo
digo, si no, no.
-Sonia tía – le dije mirándole a
los ojos.
Tenía
una expresión de estar pasándoselo bien, y lo gracioso es que me amenazaba con
quedarse ella atada, cuando debería darme exactamente igual.
-Está bien, qué es lo que quieres
–dije dándome por vencido.
-Estoy un poco incómoda, no sé, porqué no me ayudas con esto – dijo
golpeándose los pies el uno con el otro.
Calzaba
unas enormes vans blancas de skater, tenía un 40 de pie, pero le gustaba
comprarse un 42, y era por lo que nuestros amigos se cachondeaban encima de mí,
y no de ella, ellos estaban convencidos de que usaba siempre mis zapatillas,
cuando encima ni me gustaban.
-¿Quieres que te quite las
zapatillas? - le pregunté extrañado.
-Sí hermanito – dijo con una sonrisa.
Tratándome
por todos los medios de no fijarme en sus tetas entré dando tumbos en la
habitación, me incliné sobre sus pies y le levanté el pie izquierdo. Sin
necesidad de desatar los cordones, por estar demasiado flojos le saqué la
zapatilla deslizándola suavemente. Al descubierto quedó un calcetín naranja
bastante llamativo y sucio, por cierto.
-Para qué quieres que te quite yo
las zapatillas, si te las podrías quitar tú misma. Además que marranada de
calcetines llevas, hace cuanto que no te los cambias – dije sacándole la otra
zapa.
-Pero los pantalones no me los
puedo quitar yo sola jijiji, además esos calcetines me gustan un montón, me los
regalaste tú ¿recuerdas?.
La
verdad es que no, no lo recordaba en absoluto, pero tampoco descartaba que
fuese cierto, no obstante, aún trataba de digerir la primera parte de su
respuesta, la relacionada con los pantalones.
-Eh, bueno me voy ya – dije confiando
en poder irme a dormir.
-No irás a dejarme así ¿verdad? –
dijo poniéndome morritos.
Aunque
la que estaba atada era ella, el que me sentía atado era yo, por alguna morbosa
razón quería saber dónde llegaba aquello, aunque la cabeza me pedía que me
fuese a dormir.
-¿Qué quieres ahora? – pregunté
temiéndome la respuesta.
-Hace calor… ¿me quitas los
pantalones? – dijo poniendo carita de pena.
-Está bien.
Le
desabroché el botón del pantalón y bajé la cremallera, que escondía un finísimo
tanga de color negro. Debía ser junto con el sujetador, y si acaso los
calcetines, las prendas más femeninas que llevaba aquel día, aunque habría sido
una muy buena muestra de lo que le gustaba llevar a diario. Me fui a sus pies y
tiré de los pantalones hacía mí, dejando desnudas sus preciosas y largas
piernas.
Con
tanta algarabía, mi polla había decidido asomarse a ver qué es lo que ocurría,
y no era para menos, la visión de mi hermana y amiga atada a la cama sin más
ropa que un tanga negro y unos calcetines naranjas era espectacular.
-Vaya no parece que la tengas tan
pequeña como dice Nuria – dijo magreándome el paquete con su pie derecho.
Nuria
era una de sus amigas, a la que me había tirado en un par de ocasiones, aunque
no nos llevábamos muy bien por diversos motivos.
-¡Cómo qué pequeña! – dije
ofendido.
El
alcohol ya me dominaba casi por completo, me costaba mucho trabajo mantenerme
de pie.
-Eso me dijo – respondió con cara
de indiferencia.
-Pues no es cierto – dije
enfadado.
Iba
derechito a su trampa, aunque en esas lamentables condiciones, ni me di cuenta.
-Vah, la próxima vez que la vea
le diré que tenía razón – dijo tocándome el paquete con su otro pie – si, parece
que tenía razón.
Enfadado
y queriéndole demostrar que se equivocaba de pleno, me desabroché los
pantalones y agarrándolos conjuntamente con el bóxer me los bajé hasta los
tobillos. Mi polla salió disparada luciendo unos nada despreciables 19
centímetros, además de ser bastante gruesa.
-¿Qué dices ahora? ¿eh?
-Vaya… - dijo con cara de asombro
y la boca abierta.
Parecía
haberla asombrado de verdad, por supuesto que nos habíamos visto desnudos
antes, pero cuando éramos muy pequeños, vivíamos en un piso más pequeño y
compartíamos habitación, pero de eso hacía ya muchos años.
-No sé, no sé – dijo de pronto
tratando de disimular su asombro inicial.
Con
los pies terminé de quitarme los pantalones y el bóxer, me puse a horcajadas
sobre ella y puse mi polla a escasos centímetros de su cara.
-¿La ves mejor así? – dije aún
algo enfadado.
Ya
había caído, me lanzó una sonrisa y acto seguido se metió mi polla entera en la
boca dando comienzo a una frenética mamada.
-Ufffffff pero qué haces, qué
haces – dije cerrando los ojos y dejándome llevar.
Me
relajé por completo, mi culo rozaba con sus perfectas tetas, y la mamada que me
estaba haciendo mi hermanita era fantástica. Decidí corresponderla, metí la
mano bajo su tanga, con la sorpresa de descubrir que estaba totalmente
rasurada. No tardé en encontrar su húmedo coñito, estaba tan excitada como yo o
más. Introduje un dedo y comencé a masajeárselo. De pronto oí un gemido, cerró
los ojos y paró de chupármela, yo también paré. Ambos abrimos los ojos y nos
miramos fijamente.
-¿Seguimos? – le dije.
La
respuesta fue un lametazo, succionaba extrayéndome cada gota de lubricación, yo
ya iba por los dos dedos dándole un masaje que sabía que les encantaba a las
tías, o al menos eso decían mis ex.
-Mmmmm- gemía mientras mamaba.
-Eso es, ufff qué bien lo haces
hermanita – dije acariciándole el pelo con la otra mano.
De
pronto paró, parecía estar disfrutando del dedo que le estaba haciendo, gemía y
se retorcía, notaba sus pezones tiesos rozarme el culo y eso me ponía a mil.
Disfrutaba viéndola así. Abrió los ojos nuevamente y me miró.
-Dios, quiero probarla, fóllame –
me dijo.
-Está bien – dije tratando de ser
complaciente.
Me
levanté de la cama y caminé en dirección a la puerta.
-¿Pero dónde vas? – me dijo un
poco desconcertada.
-Puesss a mi habitación a por un
condón – dije con naturalidad, mirándola y apoyándome en la puerta para no irme
al suelo.
Aunque
estaba mamado completamente, aún me quedaba una pizca de sentido común.
-¡No hace falta!, total, somos
hermanos, y tomo la píldora – dijo abriéndose de piernas y sonriendo.
-Está bien, me has convencido.
Me
lancé sobre la cama, le quité el tanga tan rápido como pude y me puse a darle
lametazos a su chochito. Estaba deliciosa, a cada lametazo gemía y se retorcía
más y más.
-Vamos métemela, no aguanto.
Coloqué
sus pies sobre mis hombros, y se la metí de un tirón.
-Ooooooh mmmm qué rica – gimió.
Comencé
un leve bombeo, poco a poco fui aumentándolo.
-Mmmm gemí cerrando los ojos.
-Sigue sigue hermanito, que
delicia de polla.
Mis
huevos ya pegaban con brutalidad con sus labios, estaba siendo una follada
brutal. Las embestidas eran cada vez mayores, disfrutaba viéndola gemir y
retorcerse. Mermado por tanto alcohol, yo estaba a punto de correrme cuando
Sonia me hizo parar.
-Hermanito quiero saborear tu
leche, no te corras dentro.
Me
sacó de un éxtasis de placer. Abrí los ojos y se la saqué lentamente.
Continuaba bajo su total control y eso que yo seguía siendo el que estaba
libre. Caminé de rodillas hasta su cara y me empecé a pajear.
-Abre la boquita – le dije con
una leve sonrisa.
-MMMMMMMMM siiiiiiiii oooh……
La
abrió y no tardé ni tres segundos en empezar a lanzarle varios chorros de lefa,
aunque pocos le entraron en la boca, el resto se distribuyeron por toda su
cara. Le metí la polla en la boca y con gran ansia me la chupó proporcionándome
unos últimos instantes de placer.
-Gracias Hugo – me dijo con una
sonrisa.
-De nada – dije tumbándome a su
lado.
Me
fijé en su cara, llena de mi leche.
-Esto está mal tía – le dije con
cierta dificultad por el alcohol.
-¿Acaso te lo has pasado mal?. –
dijo frotando su pie con el mío.
-En absoluto – dije con una leve
sonrisa.
-¿Me desatas? – dijo dándome un
pico y mirándome fijamente con sus preciosos ojos azules.
-Claro, dónde está la llave – le
dije poniéndome en pie.
-En mi pie derecho, dentro del
calcetín – me dijo con una sonrisa pícara – tenía que asegurarme que podría
desatarme si te negabas a venir jejeje.
-Qué mala eres.
Levanté
un poco el calcetín, y ahí estaba, la llave junto a su tobillo, la cogí y la
miré con una sonrisa burlona.
-Y dime, follo mejor o peor que
el resto de amigos de la pandilla – dije jugueteando con la llave.
Su
cara se descompuso por completo, en aquel instante yo había retomado el control
de la situación, su única baza, ya la había jugado y la llave estaba en mi
poder.
-No sé de qué me hablas – dijo
haciéndose la tonta - ¿me desatas ya, por favor?.
-¿No?, Santi, Antonio, Marcos,
Pedrito, ¿me olvido de alguno?, ah sí, Iñaki, te los has tirado a todos.
-Es mentira – se limitó a decir.
-Mira guapa, igual que tú sabías
lo de mi polla porque lo hablas con tus amiguitas, yo sabía esto – dije con una
sonrisa de suficiencia.
Se
quedó callada, completamente roja, sin duda la había descubierto.
-¿Y bien?, ¿quién folla mejor?.
-Tú – dijo después de unos
instantes.
-¿De verdad? – dije algo
incrédulo.
-Sí, sí, eres un crack, y tienes
una de las mejores pollas que me he comido nunca – dijo con una sonrisa falsa.
-¿Seguro que no es Santi?, estas
cosas suelen venir con dos llaves, si llamo a Santi no tendrá la otra,
¿verdad?.
-¡No! ¡no!, de verdad, solo tengo
una.
Pasó
de estar roja como un tomate a estar blanca. Cerró las piernas, como
sintiéndose incómoda, por primera vez en la noche.
-Jajajajaja, está bien, está bien,
boba – dije acercándome a la cama y abriéndole las esposas – la verdad es que
no me importa, solo estaba puteándote un poco por haberme reído de mí al
principio.
-¡Gilipollas! – dijo algo
enfadada.
-Anda no te enfades – dije
dándole un beso- ¿nos acostamos ya?, preferiría evitar que me llegue la resaca
sin haberla dormido.
-De acuerdo – dijo dándome un
pico y echándome un último vistazo a la polla.
Con
un pañuelo se limpió los restos de mi corrida, y se metió en la cama tal cual
estaba. Recogí mi ropa, apagué la luz y me marché a mi cuarto. Pensé en dejarla
atada toda la noche, pero no solo era mi hermana, sino también mi mejor amigo,
y una cabronada así no se le hace a un amigo, por muy putón que sea.
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